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miércoles, 28 de agosto de 2019

La sumisión de Slim



Raymundo Riva Palacio


La fotografía en Palacio Nacional es histórica. El presidente Andrés Manuel López Obrador, todo poderoso, con el empresario más rico de México y uno de los más acaudalados del mundo, Carlos Slim, a sus pies y bailando la música que le tocaban en el Salón de la Tesorería. El poder económico, como tantas veces lo ha dicho López Obrador, subordinado ante el poder político. La mañanera del martes es, en este sentido, una nueva prueba material del argumento, que se comenzó a construir en la praxis cuando de un manotazo sobre la mesa, canceló la obra del nuevo aeropuerto internacional de Texcoco. Desde ese momento, López Obrador estableció los términos de su relación con el sector privado, que ha sido consistente, congruente y clara.

Aquello fue una demostración de fuerza. Nunca más los empresarios volverían a formar parte de la toma de decisiones, ni mucho menos, como dejó entrever, ser ellos quienes gobernaban al Presidente. Cuando canceló Texcoco, contra el consejo de sus cercanos, Slim ofreció una conferencia de prensa donde criticó la decisión y dijo que eso sería frenar el crecimiento. Este martes, dijo que el crecimiento era “intrascendente”, y que lo que se necesitaba era una inversión masiva en proyectos públicos. Notable la maroma del ingeniero, quien pese a conocer hace casi 20 años a López Obrador, no lo conoce. O no cree lo que dice, y trata de endulzarle el oído con un objetivo particular, sin entender que la abyección es una actitud que el Presidente no aprecia.

Slim fue el invitado de honor en la mañanera, donde se anunció el acuerdo gasero. Una de sus empresas era una de las cuatro que fueron amenazadas por el director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, con llevarlas a un litigio, pero su contrato era tan marginal en cuanto al total de los siete gasoductos en conflicto, y tan baja la escala del negocio para su conglomerado, que era la que menos presionaba. Pero la ascendencia de Slim sobre los empresarios tenía otro peso, que fue el que utilizó el Presidente, como símbolo de consenso y concordancia, durante el evento en Palacio Nacional.

Ahí, el Presidente lo llamó al atril cuando quiso, y le pidió que hablara. Slim se fue de más en sus declaraciones, como el calificar de “intrascendente” el crecimiento. Si el ingeniero lo hubiera dicho a lo largo de su vida, como otras de sus posiciones polémicas, como la que tiene sobre la informalidad, habría mostrado congruencia. Pero sus expresiones han estado en las antípodas y, más en prejuicio de su imagen, dio la impresión de haber querido quedar bien con el Presidente, respaldando su dicho del viernes pasado en Tabasco, donde en reacción al informe del Inegi sobre el crecimiento en el segundo trimestre, declaró que el crecimiento no importaba porque había desarrollo, mejor distribución de la riqueza –donde Slim también tiene puntos de vista divergentes–, y mayor poder adquisitivo.

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