Directorio
lunes, 23 de septiembre de 2019
China despertó
Antonio Navalón
Cuando el primero de octubre se celebre el setenta aniversario del triunfo de la revolución de Mao Tse-Tung y su conquista del poder en China, también se estarán celebrando otros acontecimientos. Se celebrará el fin de una guerra civil que duró más de treinta años, de una invasión japonesa, el invento de un país ficticio llamado Manchukuo y el final del último emperador, que fue inspiración para que más adelante Bernardo Bertolucci pudiera hacer una bellísima película en la Ciudad Prohibida.
Hace diez años, me tocó vivir de cerca y desde la capital china la celebración del sesenta aniversario del fin de la Revolución, que fue justo después de los Juegos Olímpicos y el momento en el que toda la configuración del país había cambiado. En ese entonces ya se podía ser testigo de la encarnación del éxito económico y sobre todo de la demostración de que el programa que puso en marcha Deng Xiaoping en 1979 con la zona económica especial en la ciudad Shenzhen –cercana a Hong Kong- había tenido un éxito que había sorprendido tanto a locales como a extranjeros.
Los Juegos Olímpicos de 2008 fueron la puerta del éxito material pero también en cierto sentido social del régimen de Beijing. Los chinos lograron hacer verdaderos milagros en todos los órdenes, desde la reconstrucción de la ciudad hasta la lucha contra la contaminación que en su caso es una de las más brutales que existen en el mundo. Pero sobre todo, triunfaron en el desarrollo de un bienestar material –no para todos, sino solo para una sola parte– acompañado en aquel momento por la gran duda de si políticamente el sistema sobreviviría al éxito económico y social.
Estoy convencido de que los disturbios de Hong Kong son fuego amigo y en parte están provocados como reacción al gran cambio estructural que significa la presidencia de Xi Jinping. El ejemplo del gran timonel Mao Tse-Tung terminó con un fracaso que nunca se consolidó –al menos en su vida– con la llegada de la llamada 'Banda de los Cuatro' y sus tropelías cometidas durante la llamada Revolución Cultural. Esto significó un antídoto contra los gobiernos dictatoriales, en este caso sin límite de tiempo y sin tener que dar ninguna explicación. Al final, la naturaleza humana siempre aparece y después de los distintos presidentes y secretarios generales que ha habido desde Deng Xiaoping, finalmente Xi Jinping vuelve a protagonizar la era de la presidencia sin límite y el papel del gran timonel.
China está en una encrucijada en la que a partir de aquí, la manera en la que reconstruya sus equilibrios internos marcará el rumbo de su sistema político. De igual manera, deberá llevar a cabo un reajuste de su política exterior que esté en consonancia con la crisis de Occidente y no solamente en la contestación de las guerras comerciales desencadenadas por Estados Unidos. Una guerra con un fondo de razón pero con un error en la manifestación de cómo llevarlo a cabo por parte del presidente Trump, que obliga a que China tenga que hacer un enorme replanteamiento interno sobre cómo llevar sus relaciones con los demás países.
En ese sentido, la oportunidad para México es histórica porque gran parte de la recomposición mundial que va a haber se basa en la relación de equilibrio y enfrentamiento de las potencias bipolares que controlan económicamente al mundo; China y Estados Unidos. La recomposición, la relación y la profundización de las relaciones con México significará –más pronto que tarde– una alteración de los equilibrios tan absolutos que hoy imperan en América del Norte.
Deng Xiaoping ofreció un país de setecientos millones de esclavos y nos convenció de que el mejor negocio era que ellos trabajaran a cambio de que nosotros compráramos barato. Pensamos que los chinos harían con nuestro dinero lo mismo que los árabes con el dinero del petróleo, dedicarlo a crear más continuidad. Sin embargo, los chinos lo dedicaron a hacer infraestructura, consumiendo en los últimos cuarenta años el doble de cemento consumido por el resto del mundo en el siglo XX, pero creando la mayor red de infraestructura que el mundo ha conocido.
Estamos en una situación en la que todo lo que creímos está en cuestión. Se puede ser el mayor país capitalista del mundo con el mayor número de millonarios del mundo siendo un país comunista. Se puede desafiar a Amazon desde la capital del libre mercado con un hombre que es su principal accionista y que es miembro del Partido Comunista. Los dueños de Huawei son los sindicatos chinos, es decir, el Estado chino. Salvo las acciones del coronel Ren -que fue quién creo la empresa- todo lo demás es público. En China todo es público.
Setenta años después, China está luchando en cierto sentido con ventaja contra quien alguna vez Mao Tse-Tung se refirió como un simple tigre de papel que no aguanta un golpe de viento ni de lluvia, Estados Unidos. China ha dejado de ser un país dependiente de Occidente y ha pasado a ser su competidor directo. Pero además, como la historia siempre es circular no hay que olvidar que un fracaso estadounidense como fue la Guerra de Vietnam, fue lo que motivó a que Richard Nixon decidiera equilibrar la zona y tratar de controlar la derrota total en Asia a través del reconocimiento de China y la apertura hacia un país que hasta ese momento no existía.
A partir de ahí, pero sobre todo a partir de lo que pasó siete años después en 1979 con el fin de la Revolución Cultural, vino lo que de verdad fue el gran salto hacia adelante y la mayor revolución del siglo XX. Las telecomunicaciones, donde también el 5G está teniendo un protagonismo absolutamente inesperado, ha significado la mayor revolución económica y en cierto sentido sociológica que enlaza el siglo XX con el siglo XXI. Los chinos no solamente han seguido trabajando, sino que el inmenso dinero que les fuimos dando a cambio de que ellos trabajaran por nosotros, lo han dedicado a comprar nuestras deudas, nuestra estabilidad financiera y nuestra seguridad.
Nadie sabe cómo será el siglo XXII, pero la tragedia es que nadie puede adivinar cómo seguirá siendo el siglo XXI. El gran timonel Mao Tse-Tung era impenetrable en vida. En muerte, cuando uno visita su mausoleo se puede dar cuenta de que el rictus parafraseado de su célebre libro rojo sigue vigente, cuando ellos se mueven, yo me paro. Cuando ellos atacan, yo descanso. Cuando ellos descansan, yo ataco.
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