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martes, 3 de septiembre de 2019

Homenaje a Salinas de Gortari en Los Pinos



CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- A pesar del título tan divertido, la exposición De lo perdido lo que aparezca, 33 visiones de la pintura de México, que se exhibe desde el pasado 28 de agosto en la residencia Miguel Alemán del Complejo Cultural Los Pinos en la ciudad capital, es una muestra contradictoria que evidencia la incapacidad o falta de rumbo que caracteriza la gestión de Alejandra Frausto como secretaria de Cultura del gobierno federal.


Emplazada en un espacio sin condiciones museográficas elementales como control de temperatura, luz y humedad, la colección de pinturas de la residencia presidencial Los Pinos que conformó el presidente priísta Carlos Salinas de Gortari en 1993, al exhibirse sin una narrativa curatorial que contextualice su origen y ubique su presente, se convierte en un evento paradójico que, a pesar de ser promovido por un gobierno anti-neoliberal, recuerda, registra y exalta la actitud y política cultural neoliberal de Carlos Salinas de Gortari.


Con una museografía que devela las preferencias actuales a partir del lugar o tipo de cuarto en el que están colgadas, la muestra, más que una exhibición de arte, es un evento político. ¿Qué criterios definieron la selección de los artistas, quiénes los recomendaron, por qué los creadores aceptaron un pago mucho más bajo que su cotización comercial y, sobre todo, qué relación de poder entre el sector político y la inteligencia creativa manifiesta?

Desde una perspectiva histórica, la colección forma parte de las acciones de subvención y cooptación de artistas que implementó Salinas de Gortari, desde los primeros días de su gestión presidencial (1988-1994). En 1988 creó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en 1989 el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, y en 1993, además de la Colección de los Pinos, el Sistema Nacional de Creadores de Arte –con becas vitalicias de 20 salarios mínimos mensuales para Creadores Eméritos y 15 salarios mínimos mensuales en períodos de tres años para Creadores Artísticos.

Integrada por 33 autores –Ismael Vargas recuerda que el número correspondía al número de Estados que tiene la República aun cuando sobra una firma–, la colección que impulsó Salinas tenía el objetivo de sustituir las obras del Instituto Nacional de Bellas Artes que decoraban los espacios protocolarios de la residencia presidencial, con obras propias. Cuentan algunos artistas que las piezas se solicitaron para lugares específicos señalando las medidas exactas.

Entre los artistas seleccionados, seis fueron también beneficiados en 1993 con una beca emérita vitalicia: Felguérez, Vicente Rojo, Toledo, Nishizawa, Gerzso y Soriano; y ocho con la beca de Creadores Artísticos: Miguel Castro Leñero, Rafael Coronel, Roberto Cortázar, Luis García Guerrero, Ignacio Salazar, Susana Sierra, Eduardo Tamariz y Cordelia Urueta.

Con un rango generacional de pintores nacidos entre 1909 y 1962, la muestra integra una selección dispareja en calidad con trayectorias consagradas, medias y jóvenes. Las diferencias jerárquicas de las autorías se perciben en los tamaños de las piezas: los de mayor formato son de Felguérez, Soriano, Urueta; los más pequeños son de Gandía y García Guerrero.

Al margen de los lenguajes sin sorpresa de los consagrados, lo más interesante se encuentra en la selección de artistas que entonces eran jóvenes y nacidos en los años 50 y 60: La china poblana de Julio Galán es espléndida, los entes volumétricos de Tamariz resaltan por su suave pictoricidad, la contundente figura fantástica entre transparencias cromáticas de Sergio Hernández es espectacular, y el bodegón de Cortázar se impone con el vigor de sus claroscuros. La pieza de Germán Venegas no es lo mejor que pintaba en esa época. Lo peor del conjunto: Cuevas, Ezban y Miguel Castro Leñero.

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