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martes, 9 de julio de 2019

El gobierno, como el Estado Islámico



Pablo Hiriart


El problema no es sólo que el presidente no quiera ver la realidad, sino asumir que quienes le hacen ver sus errores son enemigos del proyecto de hacer un país mejor.

Más claro aún: si el proyecto es que le vaya bien a México, los críticos están en lo correcto porque todos los indicadores señalan que vamos en sentido contrario a ese objetivo.

Pero si el proyecto del presidente es destruirlo todo o casi todo porque lo han construido impuros y pecadores, en efecto, existen muchos que desean que fracase en su propósito aniquilador de obras e instituciones.

Con una tozudez que raya en lo irracional, el gobierno y algunos de sus seguidores piensan y dicen que la apuesta de los críticos es por el caos y por reventar la economía y el tejido social cuanto antes.

Lo cierto es que quien nos lleva por ese camino es el gobierno de López Obrador, que ha tenido el peor arranque en economía y en seguridad desde el inicio del sexenio de Ernesto Zedillo.

México no ha caído en una crisis financiera debido a la entrada de capital especulativo por las altas tasas de interés que se pagan, y gracias a la disciplina fiscal sostenida por la Secretaría de Hacienda, lo que ha tenido un costo: no hay suficientes medicinas, despiden gente preparada, desaparecen unidades médicas para regiones marginadas, los recursos públicos no fluyen, la inversión cae y la economía se deprime.

No hay más salida que la pobreza franciscana frente a las disparatas decisiones del gobierno.

Llega a tal grado el revanchismo contra el progreso, que hasta inundan los pilotes de la vía que uniría el actual aeropuerto con el nuevo de Texcoco, para que se destruyan.

Anuncian como inminente la inundación de las obras del nuevo aeropuerto a fin de que jamás nadie pueda hacer ahí una terminal aérea.

Los destructores de su proyecto son ellos, no sus críticos.

Salvo, claro, que su idea sea dejar un país convertido en chatarra para borrar todo vestigio de un pasado impuro.

Esa es la lógica del fanatismo. Así actúa –en otra dimensión, claro está–, el Estado Islámico (ISIS), por ejemplo.

Y ahora resulta que es culpa de los críticos que la economía no crezca.

O es su culpa por no entender que el crecimiento anualizado del PIB, de cero punto y algo, es magnífico ante el 2.5, 3 y hasta 4.1 que teníamos en sexenios anteriores.

De ninguna manera es culpa de los críticos que la inversión fija bruta (la que es en fierros genera riqueza y empleos) lleve tres meses consecutivos a la baja.

Quieren hacer pasar como enemigos del país a los que señalan que la caída de la inversión es por falta de proyectos públicos relevantes.

Lo cierto es que nadie cree en una refinería financiera y técnicamente inviable, un aeropuerto lejano e impráctico, y un tren maya confuso y fantasioso.

No es culpa de los críticos que el consumo privado en el arranque del año (enero-abril) tenga el menor incremento en una década.

Es el gobierno el que está destruyendo lo que –poco, regular o mucho– se había avanzado. No son los críticos los culpables ni los que quieren que el país reviente.

Se había logrado una relación medianamente respetuosa con el gobierno de Trump y se transformó en debilidad paralizante, con deportaciones, amenazas, criminalización de los migrantes en territorio nacional, aranceles punitivos.

Nos tratan a cachetadas porque aquí destruimos el quid de la estrategia en la relación comercial: el respeto y hacer valer nuestra fuerza, que nos llevó a acordar un nuevo TLC a pesar de que Trump lo había prometido destruir.

Se abstuvieron de hacer trabajo de cabildeo en Estados Unidos por ahorrarse unos pesos.

Gobiernan México como si fuera un municipio pobre y desvalido.

En el ejercicio del gobierno enarbolan un estandarte religioso que es explosivo para el país. La historia nos enseña el peligro de combinar política y religión.

Brigadas de miembros de la Iglesia evangélica van a adoctrinar a la población sobre la nueva moral del Estado mexicano.

¿Qué locura es esa?

No, de ninguna manera son los críticos los que trabajan para que al país le vaya mal.

Sólo se les señalan sus errores y se pide sentido común.

Que intenten gobernar para bien de México y que no se comporten como una secta de fanáticos e intolerantes.

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