Directorio
miércoles, 29 de enero de 2020
El INE, Solalinde y Muñoz Ledo
Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil leía sus periódicos de papel con nerviosismo. El gobierno federal formalizó su petición al Instituto Nacional Electoral para que le entregue los datos biométricos de los ciudadanos que están en el padrón electoral. El Instituto respondió que se encuentra imposibilitado para atender esta petición. O sea: no les damos nada, como no se los dimos a otros gobiernos que también pidieron el padrón electoral.
Como en los tiempos de Felipe Calderón, recuerda Ricardo Becerra en su periódico La Crónica, el gobierno de Liópez Obrador por medio de la Secretaría de Gobernación le exige al INE que entregue los datos de 98.9 millones de mexicanos, pues pretende actualizar el Registro Nacional de Población y crear una cédula única de identidad para todos los mexicanos. Allá fue la secretaria Olga Sánchez Cordero y se reunió en privado con los 11 consejeros del INE para pedirles esa mina de oro sin la cual simplemente la democracia mexicana no existiría.
La respuesta del INE, fulminante: legalmente no es posible entregarle los datos personales de los ciudadanos. La ley le impide al INE entregar información que no es de su propiedad, sino de cada ciudadano: “los datos personales que tú le entregas al INE son tuyos, y nosotros los resguardamos y cuidamos celosamente correspondiendo a tu confianza. ¡En el INE tus datos están seguros!”, escribió Lorenzo Córdova, en su cuenta de Twitter.
Capturar al INE
Además de defender la autonomía del INE, el consejero Ciro Murayama señaló que para entregar los datos se requiere la autorización expresa de cada ciudadano. Veámoslo así: si un avión puede rifarse, el gobierno puede preguntarle a casi 90 millones de mexicanos si están de acuerdo en entregar sus datos para la creación de una cédula de identidad, que por cierto ya existe y es, precisamente, la credencial de elector. Señoras y señores: ya existe la cédula, solo hay que completarla. Ah, qué difícil es todo, cuando se reúnen las cortas entendederas con las intenciones de apropiarse de un instituto autónomo.
Dice Becerra: “Si estos datos son tan confiables es porque los resguarda una institución autónoma –—hipervigilada— que nos ha dado identidad gratuita durante 30 años. Según Murayama, el INE ofrece a Gobernación su infraestructura para que pueda iniciar la identificación de los menores de 18 años.
Gil se llevó los dedos pulgar y cordial a las sienes, gesto de los nuevos tiempos, y meditó: correcto, otros gobiernos querían el padrón electoral, pero esos otros gobiernos no habían iniciado una embestida contra los organismos autónomos. ¿Estamos?
Solalinde
Según Político México, el padre Solalinde aseguró que la Guardia Nacional ha sido un medio de contención y por ningún motivo represor. Gil se pone mal: este cura fanfarrón y oportunista que camina por los fríos pasillos de Palacio Nacional no tiene vergüenza. ¿Este Solalinde es el mismo que decía proteger los derechos humanos de los migrantes? Un simulador que le habla al oído al Presidente de la República. Uta.
Muñoz Ledo
El tribuno Muñoz expresó: “Nada le puedes quitar o dar a un hombre que está más cerca de la muerte que ver cómo se pierde en la mentira y el autoritarismo el sueño de la transformación de México. Hoy puedo decir que hemos dado un salto hacia atrás de 30 o 40 años, y lo puedo decir porque lo viví. Yo no me voy de Morena. Morena se sale de mi corazón”.
Música triste con violines, lágrimas en los ojos. Dirán que Gil se pasa de la raya, pero el tribuno Muñoz miente hasta cuando dice la verdad. Y vaya que si sabe de saltos hacia atrás y hacia arriba y adelante: fue empleado de Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo, de Salinas, no nos hagamos, un priista de hueso colorado, parmista inolvidable, perredista de fuste, en fon. Don Porfirio ha sido de todo y sin medida, parte del cámbrico priista, del viejo régimen, de la gauche divine, de todos los tiempos priistas. Su corazón de Muñoz sangra, su tristeza de Porfirio y su sintaxis crujen.
Todo es muy raro caracho, como diría Marshall McLuhan: “A la velocidad de la luz, todos se fusionan con todos. La identidad privada desaparece”.
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