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lunes, 7 de agosto de 2017

A 43 años del fallecimiento de la poeta mexicana Rosario Castellanos


Transcurría el año 1925 cuando nace una de las más importantes escritoras mexicanas del siglo XX en la Ciudad de México.
Descendiente de una familia chiapaneca, la poeta creció en el Estado de Chiapas donde trabajo en el Instituto Indigenista de Chiapas y en Ciudad de México en defensa de los derechos de los indígenas y el de las mujeres.
Estudió la licenciatura en Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, y posteriormente se fue a estudiar a Madrid donde perfeccionaría la estética y el estilo de sus escritos.


Años después de haber quedado huérfana de padre y madre, la joven logra ejercer su profesión como docente en la UNAM, la Universidad Iberoamericana, así como en el extranjero como en las universidades de Wisconsin, Colorado e Indiana.
Entre sus principales obras literarias se encuentran: Balún Canán (1957), Trayectoria del polvo (1948), Sobre cultura femenina (1950), entre otras obras que trascendieron en la literatura mexicana.

Además también incursionó en el mundo teatral como dramaturga con obras como “Tablero de damas, pieza en un acto” (1952) y “El eterno femenino” (1975), publicado un año después de su muerte por la editorial Fondo de Cultura Económica.

Rosario fue una gran activista en la defensa del género femenino, ya que desde niña se vio obligada a la sumisión ante el hombre, la cultura y al acceso de las instituciones públicas por el simple hecho de ser mujer.

Recibió el gran Premio Xavier Villaurutia en 1960 por su obra “Ciudad Real”.

En el año de 1971 es nombrada embajadora en Israel, país en el que falleció tres años después víctima de un accidente doméstico.

Sin duda alguna Rosario Castellanos Figueroa dejó un gran tesoro literario a la cultura mexicana y a las mujeres.
“Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia,
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
no se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte”.

Lívida luz, 1960

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