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jueves, 17 de octubre de 2019

El bote sobre el asfalto



Participación especial para MEXIQUENSE
Maestro: Fernando Flores Bailón



Los neumáticos recorriendo a gran velocidad el asfalto producen ligeros movimientos que
recuerdan el escarceo de las olas en la memoria de Gilberto, es domingo por la noche y se
dirige a casa; el transporte público suele acelerar a ciertas horas de la noche, pero exagera
cuando es domingo, el escaso pasaje hace competir a los choferes entre ellos.

Gilberto dormita, la jornada fue larga y extenuante, halla un poco de tranquilidad en
su cabeceo y en los recuerdos de toda una vida en el mar. Antes de venir a la ciudad, Gilberto
era pescador y solía pasar los domingos a esta hora en familia, con su mujer, sus hermanos,
cuñados y cuñadas, con sus hijos y sobrinos, era el domingo el día que dedicaba a comer en
familia y continuar con una tertulia hasta casi la media noche. Gilberto se sentía bien de ser
cabeza de una gran familia, luego del fallecimiento de sus padres, él como hermano mayor
asumió el rol de jerarca. Entre saludos y abrazos, comidas y esparcimiento terminaba alegre,
no sentía pesar o algún tipo de pena porque al día siguiente reanudaría la jornada laboral;
bastaba con dormir unos diez minutos más después de las cinco de la madrugada para
reponerse y salir a altamar con su lancha, la cual fue bautizada como “La alborada” pues con
ese bote decía que: “llevaba consigo el amanecer celestial a su playa”.

Pero esta noche de domingo Gilberto no era feliz, tan solo lograba un momento de
calma con los recuerdos, dentro de algunas horas estaría otra vez en el transporte público,
esta vez en dirección contraria, yendo a trabajar, apenas descansado, ya que generalmente
con el dormir únicamente ponía un paréntesis a su malestar y al despertar despejaba ese
paréntesis para regresar a estar cansado y con un gris cada vez más oscuro en la mirada.

Un bache sacude su bote terrestre, Gilberto abre los ojos, no está en su patio arenoso
con sus familiares, yace en el asiento trasero de la ruta transportadora, hay tres personas más
y ninguno le es familiar así que prefiere mirar la ciudad con todas sus luces, concluye que
hay muchísimas más luces a la vista en esas tierras que en el inmenso cielo que también ve
por el cristal. Ahí está abriéndose paso entre su pecho la nostalgia, siente que ese vehículo lo
aleja cada vez más del hogar, no porque se esté alejando en metros o kilómetros, sino en
tiempo. Ha repetido tantas veces ese recorrido que comienza a pensar que está condenado a
ser parte de él y no hay manera de salir; el acumulamiento de trayectos lo alejan cada vez
más del hogar, disminuyendo la posibilidad de volver a las playas. Gilberto se mudó a la
ciudad para darle una mejor vida a su familia, los hijos crecen con su generación, por lo que
ya no se conforman con la vida de pescadores y reuniones familiares los domingos. Ahora
están en escuelas urbanas y las exigencias son más. Ahora tiene también que pagar un alquiler
y proveerse de lo que en una ciudad es “necesario”, contratos telefónicos, televisión satelital,
internet, deudas interminables en tiendas departamentales. Estos compromisos y deudas lo
alejan cada vez más del hogar junto al mar. ¿Hay esperanza de retorno en su corazón? Sí, la
tiene, es pequeña pero prometedora. Cuando los hijos sean independientes él podrá regresar
al hogar. Aunque ahora el bote parezca alejarse amenazadoramente de la tierra amada.

El bote terrestre frena bruscamente y la mochila de Gilberto va a dar a los pies de otro
tripulante, éste se inclina y coge la mochila, se vuelve para entregársela a Gilberto. Vaya
sorpresa la que recibe Gilberto al mirar el rostro del pasajero, por un momento cree estar
frente a un espejo. El rostro que tiene enfrente está cansado, está apagado, juraría que hasta
polvoriento porque la lozanía hace mucho que abandonó esos páramos faciales.
-Gracias- se limita a decir Gilberto.

El vehículo había frenado bruscamente para permitir el ascenso de un nuevo pasajero.
Cuando ha subido, entonces reanuda su marcha. Le queda aún media hora de recorrido a
Gilberto para llegar a la base, pero no es su destino final, tiene que transbordar y seguir por
una ruta de terracería. En ese camino que le restaba por recorrer estaba pensando Gilberto
cuando el recién llegado tripulante rompe el silencio:

-¡Ya chingaron a su madre!
Exclama y saca una pistola. Los tripulantes salen del sopor. Viene una segunda oración.
-¡Carteras y teléfonos rápido!
“Otra vez” piensa Gilberto. Ya conoce la rutina. Entrega su cartera, y como nadie puede dar
lo que no tiene, no puede entregar un teléfono. Esto molesta al asaltante que le insiste.
-¡Dame el teléfono!
-No tengo.
La velocidad impregnada en la materia es capaz de atravesar otras materias, como lo hace
ahora un trozo de metal de nueve milímetros, que traspasa un cráneo y un cristal. El bote
sobre el asfalto vuelve a frenar bruscamente. Gilberto siente que su bote se alejó bastante de
la costa y ahora sí, definitivamente no podrá volver nunca más al hogar y a los domingos en
familia cargados de felicidad.

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