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jueves, 14 de enero de 2021

Por qué me encanta “la mañanera”

 

La mañanera es un abuso de poder que se ejecuta todos los días. No es una conferencia de prensa, es solo la simulación de una

   



 

Carlos Loret de Mola

 

En ninguna parte del mundo un jefe de Estado improvisa dos horas diarias frente a las cámaras. En México sí. Aquí, el presidente está sobrado de palabras. Todos los días, desde Palacio Nacional, Andrés Manuel López Obrador dice una mentira flagrante, lanza un ataque estridente, se contradice con algo que dijo en el pasado, plantea una barbaridad autoritaria y/o anuncia acciones de su gobierno. Muchas veces incluso confiesa delitos: desde su orden para liberar a Ovidio Guzmán (delito penal), pasando por la justificación de los paquetes de dinero que recibió su hermano Pío (delito electoral) hasta la abierta y frecuente aceptación de desvío de recursos públicos (delito administrativo), más la franca violación a reglamentos, leyes y procedimientos del servicio público. Si el próximo presidente quiere meter a la cárcel a López Obrador, bastará con revisar las mañaneras y tendrá un sinfín de opciones para judicializar. El presidente se autoincrimina a cada paso.

Todo eso es noticia: mentiras, contradicciones, ataques, anuncios, delitos. La mañanera es un abuso de poder que se ejecuta todos los días y es un manjar periodístico.

No es una conferencia de prensa. Es una simulación de conferencia de prensa: copia el formato, inventa reporteros para que adulen al mandatario y casi siempre logra proteger al presidente de cualquier asomo de rendición de cuentas. Pero no siempre lo logra: a veces toman la palabra periodistas de verdad que lo ponen contra las cuerdas.

Es un acto de propaganda, es verdad. Un acto muy creativo de propaganda. Por eso la entendible determinación del INE de restringir parcialmente la mañanera en tiempos de campaña. Porque al simular que es “un ejercicio circular de información”, esconde que diario se emite un spot de dos horas de duración, en el que el presidente habla de su realidad y no hay contrapesos inmediatos -en tiempo real, con la misma difusión y la misma duración- para contrastarlo. Por el contrario, la propaganda mañanera es automáticamente potenciada por la red artificial de bots y trolls que orquesta el vocero Jesús Ramírez.

La invención de estos reporteros aduladores ha reivindicado el periodismo profesional. Se han vuelto tan deleznables para el público, que la gente ha revalorado la importancia de tener medios y reporteros libres, que cuestionen, que investiguen. Cada que uno de estos aduladores toma la palabra y baña con elogios al mandatario, la credibilidad del ejercicio matutino queda sepultada. Y eso es un triunfo para el periodismo.

El presidente se ha metido en problemas en la mañanera. Hasta se ha enojado. Pero es evidente que para López Obrador el saldo es positivo: gana más de lo que pierde. La oposición, en cambio, no ha sabido capitalizar el caudal de tropiezos que exhibe el mandatario sin faltar de lunes a viernes a las 7 de la mañana.

El presidente, su gabinete (la mayoría de los secretarios confiesa off the record que odia ir a las mañaneras) y sus activistas, en su afán de ganar el debate del día, de lanzar la injuria cotidiana, se les olvida que hay años por delante. Su apetito de corto plazo los nubla. Creen que siempre van a estar ahí. Pero no, ese poder es pasajero. Y tendrán que rendir cuentas por excesos que los van a perseguir más tiempo del que quisieran. Eso también será noticia.

Por todo ello, me encanta la mañanera. Me gusta que exista. No quiero que se acabe.
 

 

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