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lunes, 29 de junio de 2020

Desafío al Estado, que AMLO debilitó






Pablo Hiriart


El primer atentado del narco en la Ciudad de México no fue un asunto ideológico contra la 4T, por favor, sino el desafío de un cártel al Estado que el presidente de la República debilitó.

Siempre dijo que los grandes grupos criminales no eran un peligro y que se convertirían en buenos con su llegada al poder.

Ahora tenemos a un cártel empoderado y como jefe de la delincuencia organizada en la Ciudad de México. Nunca habíamos visto algo igual.

El principal error –visible– es la ausencia de estrategia para combatir a las organizaciones criminales más poderosas.

No se elaboró ningún proyecto de seguridad en la campaña ni al inicio de la administración.

Se remató buena parte del parque vehicular blindado del gobierno, en un acto de demagogia o de infundada confianza.

El Presidente ha dado bandazos y zigzagueos. No al Ejército. Sí al Ejército. A sus cuarteles. Bueno, mejor no, a la calle a encargarse de la seguridad pública durante todo su sexenio.

Ah!, pero si se encuentran a grupos criminales no les disparen, sométanse, déjense amarrar, abofetear, y entreguen sus armas. Ya serán recibidos en Palacio para felicitarlos por no tocar a los criminales.

Y que el Ejército entre a los negocios, como construir y administrar el aeropuerto de Santa Lucía.

De las omisiones y errores en la lucha anticrimen se desprende, quiérase o no, un inquietante aroma de contaminación del gobierno federal con grupos de narcotraficantes.

Se debilitó ex profeso la estructura de inteligencia, la capacidad de reacción de las fuerzas del Estado, y desapareció la Policía Federal, donde si bien había que limpiar –tarea que debe ser permanente–, era obvio que el esfuerzo requería continuidad.

AMLO ha dado un trato diferenciado a los narcos con la población, y a los cárteles entre sí.

El Presidente trata mejor a los capos y a los cárteles que a empresas, empresarios, medios de comunicación y periodistas.

Se protege más a los narcotraficantes que a policías y jueces.

A los cárteles también les ha dado un trato notablemente desigual.

Un muy buen trabajo de la Unidad de Inteligencia Financiera bloqueó 22 mil 369 millones de pesos a mil 770 personas físicas, 167 empresas y dos fideicomisos, investigados por presuntos vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).

¿Y al Cártel del Pacífico?

Las atenciones del Presidente con ese cártel no las ha recibido la familia de ninguno de los policías y soldados asesinados por ellos.

A los empresarios que le llevaban 68 propuestas para la reactivación de la economía, producto de mesas de trabajo en todo el país, no los quiso recibir ni escuchar.

Sin embargo, fue al ejido de la familia del Chapo Guzmán en el municipio de Badiraguato con un pretexto baladí, compartió tacos con ellos en el –coincidentemente– cumpleaños de Ovidio Guzmán.

Fue hasta la camioneta donde estaba la mamá del Chapo a saludarla de mano, y le informó que ya había recibido y leído su carta.

Para ese tipo de lecturas sí tiene tiempo, y no para las propuestas encaminadas a mejorar la economía.

En medio de mentiras a la población, ordenó soltar al hijo del Chapo Guzmán, uno de los máximos capos del Cártel de Sinaloa, cuando el Ejército lo había capturado en Culiacán.

¿Por qué no dijo la verdad el Presidente en octubre, cuando informó que la decisión de liberarlo había sido del gabinete de seguridad?

Al hijo del Mencho (líder del CJNG), en cambio, el gobierno lo mandó extraditado a Estados Unidos.

Estos hechos, que no son conjeturas, van más allá de los errores y omisiones y se instalan en el terreno de la sospecha.

La forma es fondo, enseñó Reyes Heroles.

Ante la falta de estrategia de la federación, el Ejército desmembrado para hacer una Guardia Nacional que no tiene pies ni cabeza, el Cártel Jalisco Nueva Generación expandió su influencia y tomó el mando del crimen organizado de la Ciudad de México.

Alineó a la Unión Tepito y Tláhuac, los puso bajo su égida, y ahora tenemos a un poderoso cártel que es amo y señor del hampa en la capital del país: el CJNG.

La consecuencia más próxima es que aumentará el cobro de derecho de piso. Los secuestros, también. Pasarán por las armas a los que no se sometan.

Contra esa poderosa mafia criminal luchaba, y esperemos que lo siga haciendo, el jefe de la policía capitalina, Omar García Harfuch.

Ahí está la explicación del atentado del viernes.

Fue el Cártel Jalisco Nueva Generación, dictó García Harfuch, herido, para que se conociera públicamente el origen del atentado.

Con eso avisó a su equipo qué debía hacer, dónde buscar, y se lograron valiosas detenciones con encomiable rapidez. Desarticuló, también, cualquier intento por enturbiar el caso y desviar la atención.

Sheinbaum reaccionó bien. Presencia inmediata, sin esconderse. Todo el respaldo al secretario de Seguridad, sin la paranoia de 90 por ciento de lealtad (política) y 10 por ciento de eficacia.

Pero no va a poder sola. Como no va a poder solo el gobernador de Guanajuato, ni el de Jalisco ni la de Sonora. Ninguno, porque no hay una estrategia nacional de seguridad.

De manera insólita, pero no sorprendente, el secretario de Seguridad Pública Federal, Alfonso Durazo, dijo en conferencia de prensa, esa mañana del atentado, que “no sería remoto que el CJNG pudiera (sic) tener presencia en la Ciudad de México”.

El gobierno federal está extraviado en la lucha contra el narco y la inseguridad.

Lo mismo ocurre con la pandemia y la economía.

Irreparables son sus errores en todos los terrenos sensibles. Sin estrategia en nada. Las consecuencias las estamos viviendo y viendo.

Los cárteles no son pueblo al que proteger, sino enemigos de la sociedad a los que es indispensable desarticular.

Con inteligencia en primer lugar, y luego, si es necesario, con la fuerza.

Pero sin voluntad política del Presidente no hay salida. Estamos a merced de los bandazos y de los balazos.

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