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domingo, 1 de septiembre de 2019

Neoliberalismo y destrucción de la sociedad y la historia

VÍctor Flores Olea




La historia de México, y tal vez del mundo, ha llegado a un punto en que las únicas opciones parecen ser el neoliberalismo o un socialismo democrático a que daría lugar por ejemplo el régimen de Andrés Manuel López Obrador, en caso de tener éxito en su gestión. Exagero: aún sin el éxito rotundo AMLO ha abierto ya para México las compuertas de una fase histórica no necesariamente apegada al capitalismo ortodoxo, incluso a una fase en que el anticapitalismo irá imponiéndose.

El capitalismo no ortodoxo estaría representado en nuestro tiempo por el neoliberalismo, por el que lucha el contingente más duro de los adversarios de AMLO, que se caracteriza, a no dudarlo, por seguir las huellas de un neoliberalismo que tendría consecuencias en lo económico, en lo político, en lo social y en lo cultural, y que para México representaría una crisis profunda en todas esas áreas y, desde luego, una subordinación mucho más estricta a los grandes centros financieros y económicos del exterior.

Cuando terminó la segunda guerra mundial la economía, sobre todo la de los países desarrollados, sufrió turbulencias críticas y que se asocian al ascenso al poder del binomio Reagan-Tatcher en la década de los 80s. Se trataba de la restauración del viejo capitalismo liberal, que se había arruinado por la crisis de los años 30 y por la emergencia del keynesianismo. Aunque fue incompleta esa restauración no hay duda que se modificaron profundamente las formas de la regulación económica y el funcionamiento de la economía mundial. La crisis actual vuelve a plantear la cuestión de las políticas neoliberales o la oportunidad de un cambio en las formas de esa regulación, que abrirían también la oportunidad de un nuevo tipo de desarrollo social.

Uno de los estudios más incisivos sobre el neoliberalismo se debe a la pluma de Pierre Bourdieu (La esencia del neoliberalismo, Le Monde Diplomatique, abril de 1980),quien ya tempranamente percibió el desastre social al que conducía indefectiblemente esa nueva manera de operar del capitalismo, ayudado por el FMI y el OCDE, que imponían una baja severa del costo de la mano de obra, la reducción del gasto público y la flexibilización del trabajo.

Esta tesis, al margen de la sociedad y de la historia, parece que hoy tuviera los suficientes medios a su alcance para hacerse verdadera. Tales objetivos de la teoría, de la utopía, significan la destrucción sistemática de los entes colectivos, la anulación de cualquier tipo de reglamentación financiera, las medidas que obstaculicen el funcionamiento del mercado, poniendo en cuestión las estructuras colectivas que limitan su lógica. Los sindicatos, los colectivos de defensa de los derechos del trabajador, las asociaciones y cooperativas, y la familia misma que ha perdido hoy una parte de su control sobre el consumo. En todo esto vemos profundas restricciones a la democracia.

El programa neoliberal expresa puntualmente los intereses de los propietarios de acciones, de los operadores financieros, de los industriales, y de los hombres políticos conservadores que se han convertido en fieles seguidores del laisser-faire, así como los altos funcionarios que procuran imponer, de manera simple y directa, las aristas esenciales de la teoría.

La mundialización de los mercados financieros, junto al progreso de las técnicas de información, aseguran una movilidad sin precedentes del capital y otorga a los inversores los medios para probar a corto plazo la elevada rentabilidad de sus inversiones. Las mismas empresas deben ajustarse lo más rápidamente posible a la exigencia de los mercados, so pena de perder la confianza de los mismos. Así se ha instaurado el reino de la flexibilidad hasta el punto en que el individuo propietario impone su dominio en la relación de trabajo: determinando los objetivos individuales de los trabajadores, la evaluación permanente de su rendimiento, el reclutamiento bajo la imposición de contratos individuales, dentro de una estricta dependencia jerarquizada. Todos estos rasgos concurren a debilitar la solidaridad colectiva.

El sistema reproduce el mundo de la competencia darwinista, en el que al final de cuentas se impone la voluntad del más fuerte. La cuestión es que, se reproduce para todos, una estresante inseguridad existencial. Se trata de una precarización generalizada, y esto se logra a través del llamado contrato de trabajo en que se habla de confianza, cooperación y lealtad a la cultura empresarial.

Así la utopía neoliberal tiende a encarnar en una especie de máquina infernal que se impone a los mismos dominadores, y origina creencias puntuales como la de la fe en el libre cambio, que se convierte en una creencia que justifica a los grandes inversionistas, a los altos funcionarios y a políticos de relevancia, que exigen, como una supuesta necesidad de la Razón y de la Naturaleza, la eliminación de cualquier obstáculo a la plena libertad económica de los mercados. Se habrá adivinado ya que todo lo anterior refuerza el individualismo y convierte al sujeto único en centro de toda la acción política y económica.

En el neoliberalismo no es el interés público el que cuenta sino primordialmente el interés del individuo, sin defensa sin protesta.

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