El 10 de enero de 1989, la cúpula charra del sindicato petrolero fue desmantelada a partir de una incursión militar a la casa del líder Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”. Era un golpe de autoridad, para asegurarse el sometimiento de los sindicatos charros priistas.
La relación histórica entre las grandes
centrales obreras y los grandes sindicatos nacionales de industria con el
régimen priista, fue siempre un pilar para implantar el dominio de clase sobre
los trabajadores y el pueblo pobre.
Así, mientras los ricos capitalistas
engordan sus arcas, auspician que las cúpulas dirigentes de dichas
corporaciones obreras se enriquezcan a cambio de subordinar a los trabajadores
a los planes neoliberales en las fábricas, y en las urnas.
El mecanismo de control del régimen del PRI,
ha sobrevivido por más de 80 años integrando en sus estructuras partidarias a
los sindicatos. Una situación similar se da en las organizaciones campesinas,
con privilegios económicos, muy por encima de los ingresos salariales de las
bases cada vez más precarizadas.
A esto se agregó el ascenso en las
estructuras de gobierno de líderes sindicales. Así los gobiernos de turno
lograron asimilar a una casta parasitaria y mafiosa ejemplificada por los Fidel
Velázquez, Carlos Jongitud Barrios, Carlos Romero Deschamps y por supuesto,
Joaquín Hernández Galicia.
Un jerarca sindical “charro” y cacique
regional
Hernández Galicia, apodado “La Quina”, era
uno de los grandes favorecidos por ese sistema de corrupción. Logró un enorme
coto de poder luego de tres décadas de dominio del Sindicato de Trabajadores
Petroleros de la República Mexicana (STPRM). Así lo describía el columnista
Francisco Ortiz Pinchetti:
“Era, ante todo, un hombre del sistema.
Conocía sus reglas y sus secretos. Sabía hacer alianzas, negociar, imponer.
Respaldado desde las cúspides del poder nacional —sindical y político— hizo
suyo no solamente al sindicato petrolero sino toda una región del país, el sur
de Tamaulipas…
“El cacicazgo de Joaquín Hernández Galicia
desbordaba en efecto el control petrolero… apéndice de su imperio era el PRI,
sus empleados los dirigentes locales y estatales del partido. Lo eran también
los presidentes municipales de Ciudad Madero, Tampico. Aldama y Altamira. Él
nombraba jefes policiacos, jueces, agentes del Ministerio Público. Imponía
dirigentes obreros y campesinos.
“Controlaba medios de comunicación, la
Universidad, el Tecnológico. Construía caminos, entregaba placas de taxis,
pavimentaba calles, financiaba siembras, otorgaba préstamos, castigaba
indisciplinas, repartía contratos y canonjías, ayudaba a desvalidos, perdonaba
deudas, mandaba golpear disidentes, aprobaba —y condicionaba— gobernadores del
estado.
“Tenía incondicionales suyos en el Congreso
local. Designaba diputados federales. Daba órdenes a delegados de dependencias
del gobierno federal. Ayudaba económica o políticamente a sindicatos. Edificaba
casas. Apoyaba obras pías. Designaba directores de escuelas. Aplastaba
enemigos… Tamaulipas era, en la práctica, casi propiedad de ‘La Quina’…” (Proceso No.
638)
Las desavenencias
La década de los ´80 comenzaba con una
economía mexicana en plena crisis. El boom de los precios internacionales del
petróleo se agotaba y se reducía drásticamente la entrada de divisas. El auge
exportador petrolero era el aval para que el capital financiero inundara de
dólares al país. Los préstamos se volverían impagables al decretarse en octubre
de 1979 una fuerte alza a los tipos de intereses por parte de la Reserva
Federal de EE.UU. Irrumpía así la crisis que llevó al gobierno a decretar la
moratoria de pagos de la deuda externa en agosto de 1982.
El Fondo Monetario Internacional ofreció un
préstamo condicionado a que el dinero se destinara a pagar a los bancos
privados y que aplicaran medidas de choque de ajuste estructural. México
aceptó. Devaluó abruptamente su moneda, aumentó radicalmente las tasas de interés
nacionales, salvó de la quiebra a los bancos privados nacionalizándolos y
asumiendo sus deudas.
A partir de ahí la mira estaría puesta en
la privatización de la industria nacionalizada: petróleo, electricidad,
ferrocarriles y las más de dos mil empresas paraestatales existentes. Así se
delineaba el plan de penetración directa del capital extranjero sobre las
empresas entonces estatales y que se concretizan hoy en día con las reformas
estructurales de Peña Nieto.
La casta política priista reaccionó ante el
anuncio de los planes neoliberales impulsados por De la Madrid y Salinas de
Gortari. El PRI perdió su uniformidad tradicional y se conformó un ala que se
oponía a las privatizaciones.
Viejos líderes políticos y sindicales veían
sus intereses caciquiles en peligro y La Quina era uno de ellos. Las
presiones internas dentro de la CTM harían que Fidel Velázquez amagara con una
oleada de huelgas en mayo de 1983 -174 mil emplazamientos que derivaron en el
estallamiento de 9 mil huelgas en junio-. Fue uno de los últimos estertores de
la vieja central sindical.
En el caso de Pemex, la política de reducir
el poder económico de los sindicatos se manifestó en 1984 cuando se cancelaron
los contratos de perforación y transporte, que normalmente se le adjudicaban al
sindicato sin licitación y eliminó el pago del 2% que el STPRM recibía por cada
contrato adjudicado a empresas particulares, aplicado a su fondo de beneficio
social.
En el marco de las críticas surgidas en el
interior del PRI, se hizo visible la Corriente Democrática encabezada por
Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, la cual fue expulsada de cara a las
elecciones presidenciales de 1988.
Hernández Galicia retiró el apoyo
incondicional del sindicato al PRI y promovió el voto en las elecciones
intermedias de 1985 para candidatos del Partido Socialista de los Trabajadores
(antecedente de la hoy corriente perredista de “los chuchos”). Inclusive, el
líder “quinista” José Sosa se atrevió a hacerle un reclamo público al
presidente De la Madrid en enero de 1986: “Si se hunde Pemex, se hunde usted y
nos hundimos todos; se hunde el país”.
Crisis política y recomposición del régimen
salinista
El proceso electoral de 1988 reflejó el
descontento social, expresado en el fulgurante ascenso de la candidatura del
Frente Democrático Nacional abanderado por Cárdenas. Esto llevó al PRI a
improvisar el fraude electoral, mediante la famosa “caída de sistema”, anunciada
por el secretario de gobernación Manuel Barttlet.
El sindicato petrolero había apoyado
formalmente al PRI en la campaña presidencial, aunque trascendió que La
Quina ordenó discretamente que no se votara al tricolor en las regiones
petroleras, lo que explica que el FDN haya resultado ganador en esas zonas.
Además, se dice que La Quina financió un folleto filtrando el
asesinato de una trabajadora del hogar por los hermanos Salinas de Gortari
(Carlos y Raúl).
El enorme proceso de movilización por la
defensa del voto acaudillada por el panista Clouthier y Cuauhtémoc Cárdenas del
FDN, que expresaba el hartazgo contra el PRI y su crisis económica, sólo sería
contenida varios meses después por la mediatización del mismo Cárdenas.
Éste, a pesar del evidente fraude, llamaba
a confiar en las instituciones, y la colaboración de la dirección panista para
-previa quemazón de las actas electorales-, evitar que se profundice la crisis
política y pueda caer el régimen. El resultado: la afirmación de Carlos Salinas
como presidente electo.
Pero Salinas de Gortari iniciaba con un
gobierno débil, que se había impuesto con el asesinato de cerca de 500
simpatizantes cardenistas en las movilizaciones por la defensa del voto.
Para continuar con los planes económicos
desarrollados por De la Madrid, Salinas tenía que legitimarse, imponiendo a sus
cuadros, formados en las universidades estadounidenses (los tecnócratas) y
desplazando a los viejos cuadros priistas (los dinosaurios) de las posiciones
de gobierno.
Debido a que el complemento fundamental
para llevar adelante las privatizaciones y agilizar la entrega del país a las
trasnacionales era la flexibilización laboral, resultaba imprescindible imponer
el poder del ejecutivo sobre los viejos jerarcas sindicales, y había que empezar
por los más “beligerantes”.
El Quinazo
El 10 de enero de 1989, sin una orden de
aprehensión, como ya es costumbre bajo el PRI, un centenar de soldados
irrumpieron en las casas de Hernández Galicia y algunos familiares en Ciudad
Madero, Tamaulipas. Tenían la orden de simular que habían sido recibidos a
tiros y habían contraatacado, por eso la irrupción a la casa de La Quina con
un bazukazo y la posterior siembra de armamento.
El detonante para esta agresión: dos días
antes en una asamblea de la Sección 1 del sindicato y ante 12 mil trabajadores,
Hernández Galicia había afirmado que él personalmente le dijo a Salinas de
Gortari que no “permitiría que un solo milímetro de la industria petrolera se
entregara a los particulares… iremos a la huelga si se intenta entregar a la
iniciativa privada nacional o extranjera los recursos de la nación”. Estaba
organizando además, un “foro por la defensa de la empresa pública” para el día
12.
Así, manu militari, Salinas de Gortari
comenzó el aplastamiento del sindicato petrolero, imponiéndose por la fuerza a
la respuesta inmediata de los trabajadores que vieron que no era sólo a su
líder a quien atacaban sino al conjunto del sindicato. Estos hicieron un paro
generalizado, dejando de laborar cerca de 87 mil 500 petroleros en Veracruz,
Tabasco, Tamaulipas, Reynosa y Tula. Días después al grito de "ni gas ni
gasolina, libertad para La Quina” cerca de 20 mil personas procedentes de
distintos puntos de la República se manifestaron en el Zócalo capitalino. Junto
a Hernández Galicia fueron detenidos otros 19 sindicalistas, entre ellos su
brazo derecho Salvador Barragán.
El golpe de Salinas de Gortari se redondeó
con las declaraciones del jerarca de la CTM, quien salió a decir: “Estos
compañeros están consignados conforme a derecho”. Y remató: “La Quina, desde
hace tiempo, tenía un grupo armado y ningún régimen anterior se lo evitó”.
Por si fuera poco, el mismo Fidel Velázquez
rindió un informe a la embajada estadounidense asegurándole que el régimen
tenía el control de la situación y que los detenidos “merecen permanecer
encarcelados durante 40 años, si no es que más, agregando que en años recientes
él y la CTM se habían sentido abochornados por el tipo de liderazgo que La
Quina y sus colegas estaban ejerciendo sobre el sindicato petrolero” (Proceso No.
1958).
Así, La Quina fue encarcelado por
los siguientes delitos: homicidio calificado, acopio y almacenamiento de armas
para uso exclusivo del Ejército, introducción ilegal de aeronaves con valor
superior a los 10 millones de dólares; evasión fiscal por más de 3 mil 500
millones de pesos y por atentar contra la seguridad nacional.
Si bien tales delitos cursan penas mucho
más largas -recibió sentencia de 35 años, luego reducida a 13-, fue liberado
días antes de cumplir nueve años de prisión. Es que el objetivo político,
golpear al sindicato e imponer a un dirigente a modo, ya se había logrado, y
como hombre del sistema al fin y al cabo recibió el favor del ejecutivo en
turno.
Una situación muy similar por la que ha
pasado Elba Esther Gordillo durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, desde el
arresto “espectacular” en 2013 -cuando se declaró constitucional la reforma
educativa- hasta la “humanitaria” prisión domiciliaria reciente.
Hoy en día el sindicato sigue mantenido
bajo el control férreo de un charro que no le pide nada a La Quina, Carlos
Romero Deschamps, quien en medio de un derroche de lujos extravagantes es el
garante de los despidos y la Reforma Energética en Pemex.
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