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sábado, 28 de diciembre de 2019
Dos crisis
Macario Schettino
El día 24 comenté con usted acerca del ahorro externo, que se ha desplomado en el último año. Permítame hacerlo de nuevo, pero ahora medido en dólares, y no en pesos. Eso permitirá comparar mejor lo que hoy ocurre con otra época.
Como usted recuerda, la última crisis económica creada aquí mismo fue la de 1995. Su origen fue un exceso de optimismo durante el sexenio de Carlos Salinas, producto de la renegociación de la deuda externa, la apertura comercial, la reducción de la inflación, y finalmente la firma del Tratado de Libre Comercio. Hubo un incremento en nivel de vida muy acelerado, que provocó expectativas inmensas, que se convirtieron en deuda privada. Los mexicanos veían que la economía mejoraba, imaginaban que seguiría haciéndolo al mismo ritmo, y decidieron invertir en autos, casas, terrenos y empresas. Todo con deuda. En cuatro años, la deuda de hogares y empresas creció en 20 puntos del PIB, que no tenían sustento. La crisis fue exactamente eso: repartir la pérdida de ese 20 por ciento de exceso.
En términos del ahorro externo, pasamos de tener ingresos de 32 mil 500 millones de dólares en el segundo trimestre de 1994 a una salida de 2 mil 500 millones al cierre de 1995. Se fueron 35 mil millones de dólares en año y medio, 32 mil en sólo un año. En ese momento, esa cifra equivalía a más de 8 por ciento del PIB. Por eso la magnitud de la crisis, que repartimos en pérdidas, inflación, devaluación.
En esta ocasión, no venimos de una época de optimismo desbordado, sino al contrario. El pesimismo era tan grande que los mexicanos se convencieron de que no podíamos estar peor, y votaron hace año y medio por una opción extrema. Lo extremo se hizo evidente en el último trimestre del año pasado, y el ahorro externo empezó a caer. Del tercer trimestre de 2018 al de 2019 la salida de ahorro externo es de 32 mil millones de dólares, misma velocidad que en 1995. Pero ahora esto representa nada más 2.5 por ciento del PIB, menos de la tercera parte de lo que era hace 25 años. Además, hoy hay un Banco Central autónomo y creíble y tipo de cambio flexible. Por ello, el impacto ha sido mucho menor en todo sentido: inflación, dólar, crecimiento.
Hay otra diferencia entre ambas crisis. La de 1994 nos obligó precisamente a contar con el Banco Central autónomo, a liberar al peso, e iniciar un proceso de transformación hacia un país democrático, mejor regulado, más abierto e involucrado con la economía global. La crisis actual es resultado de revertir ese proceso.
Todas las transformaciones producen ganadores y perdedores, pero el resultado neto no es siempre el mismo. Las ganancias de la transformación iniciada hace 25 años, que cualquiera puede ver en buena parte de las entidades que se ubican al norte del paralelo 20, superaron por mucho las pérdidas del resto del país, al extremo de que la migración hacia Estados Unidos se convirtió en migración interna.
Pero la narrativa en contra se mantuvo vigente. En buena parte, porque la concentración de información en Ciudad de México (al sur del paralelo) es refractaria a la realidad del país, se alimenta de sí misma. El ascenso del iliberalismo en el mundo occidental y la irresponsabilidad del gobierno de Peña Nieto, nos arrojaron a la transformación actual, que no es sino un retroceso que, por obligación, invertirá los papeles de ganadores y perdedores, y eliminará la ganancia neta del último cuarto de siglo.
Es difícil, y posiblemente dañino, ser optimista en este momento. Pero es costumbre desear feliz año en estas fechas, y más cuando esta columna tomará unos días de descanso. Nos veremos de nuevo en estas páginas el 14 de enero. Mientras tanto, y a pesar de todo, ¡feliz 2020!
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