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sábado, 28 de diciembre de 2019

Cuando se secuestra a la sociedad con fantasías políticas




Un millón de personas en las calles manifestándose contra un gobierno son muchas. Esto es
resultado de una movilización eciente de grupos sociales con poder económico y
capacidad política. No es espontánea. Las encuestas públicas miden el apoyo o repudio a
estas expresiones. También son una muestra de un fenómeno de nuestros tiempos: las
sociedades divididas profundamente en pocos frentes (2 a 4) y confrontadas con posturas
irreconciliables.

Esto explica mucho de lo que hemos vivido los últimos años. ¿Ha fracasado la democracia
representativa? 75 años después, los triunfadores de la Paz de Yalta, la democracia liberal y
el comunismo -los Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido- son ahora los
derrotados.

El comunismo stalinista falleció de agotamiento en 1989 con la caída del Muro de Berlín. El
neoliberalismo -que dominó en los últimos cincuenta años el mundo occidental en las
democracias representativas con sus diferentes expresiones o estrategias- se hundió en su
supercialidad ideológica y pragmatismo exagerado. El populismo de derechas e izquierdas
surge renovado de sus cenizas de la Segunda Guerra Mundial ayudado por el olvido de las
atrocidades que cometió y el hundimiento que provocó en los pueblos, cuya defensa
proclamaba.

La gura del líder mítico recupera un lugar en la historia. Esto sucede en todas las latitudes.
La mediocridad de los defensores de la democracia electoral formal- timoratos y cortos de
luces- son exhibidos por sus propias mezquindades y errores. La incapacidad del centrismo
político de dar un rumbo cierto y atractivo a las mayorías abrió el espacio para el surgimiento
de movimientos que proponen la fantasía política como ruta ideológica.

Unos encantan al electorado con el abandono del proyecto de Europa. Otros con el
aislacionismo nacional y económica. La mayoría con la promesa de crear sistemas de


protección social sin recursos, ni una economía sana que lo sustente. El denominador
común es usar la dicotomía política amigo-enemigo, adocenada con las palabras adversarioaliados, para generar una mayoría estable y sucientemente poderosa para promover
reformas aparentemente radicales.

El discurso de la discordia, el odio, la confrontación y la división son las principales tácticas
de la lucha política. Esto conduce a la intolerancia, la exclusión y la condena al pluralismo,
pero es ecaz políticamente. El mundo asume una tonalidad más beligerante y la sociedad
libre y caótica se convierte en el elemento a vencer por el nuevo estatismo.

La democracia popular en ascenso, aquella que encumbró a Mussolini y a Hitler, regresa con
gran fuerza para vencer a la decrépita democracia liberal, que es incapaz de reagruparse por
sus propios pecados, por ejemplo, el caso de García Luna en México despoja de
cualquier fuerza moral al calderonismo, y los escándalos de corrupción son el principal
argumento para derrotarla.

La sociedad queda secuestrada por los movimientos que no ofrecen un futuro asequible,
pero que son hábiles para solicitar sacricios por lo que no sucederá en los próximos diez
años. Las promesas de eliminar la emigración a Estados Unidos o Europa o la de crear un
sistema de protección social como los de Noruega o Suecia en México son falsas, pero
creíbles en un momento de desesperanza o impotencia.

El gran defecto de los populismos es la miopía histórica política. Son incapaces a apreciar
que el mundo ya cambió. La sociedad es "genéticamente" más plural, globalizada y
compleja. Las guras del trabajador o campesino que fueron emblemáticas en el siglo XX
son totalmente ajenas al individuo conectado a las realidades virtuales y que goza de las
ventajas de los gobiernos abiertos.

Los regímenes sostenidos en la ilusión de los paraísos terrenales, como el soviético, el
castrista o el bolivariano, son auténticos fracasos y tragedias sociales en el largo plazo.
Esperemos, que el 2020, sea un momento de cambio de tendencias en el mundo y que la
sociedad se dé cuenta de su secuestro.

Lo único cierto es que aquellos que gobernaron con
supercialidad y corruptelas no son una opción política para el futuro. Lo que sigue hay que
construirlo antes que los populismos destruyan las instituciones que con tanto esfuerzo y
trabajo construimos en las cuatro últimas décadas. Vale.

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