México necesita una fuerza política de centro, capaz de representar a las clases medias que
no están intoxicadas por el odio ideológico. Habrá que buscar esa corriente en otra parte,
pues el PRI ya no la representa
La conducta del PRI la semana pasada en la Cámara de Senadores conforrma su nueva condición
satelital. El polémico proceso de designación de la nueva titular de la CNDH dejó ver un PRI sin
claridad estratégica, retraído, apocado.
No es un partido de oposición, tiene miedo de objetar y
presentar una postura propia que resulte incómoda al gobierno. Teme defender las
instituciones, incluso aquellas creadas bajo gobiernos priistas. Es imposible ser oposición
cuando las cuentas del pasado no están limpias. Nadie puede acusar a Osorio Chong de
grandes alcances intelectuales, pero su penosísimo video en Twitter lo colocó bajo una luz muy
desfavorecedora. No logró articular una explicación consistente o cuando menos creíble del
voto priista y evidenció la orfandad discursiva de su equipo de colaboradores, quienes no
pudieron redactarle una intervención decente.
Los partidos satelitales registran presencia legislativa para respaldar las iniciativas ociales,
pero renuncian a su vocación de gobierno. Resulta dudoso que el PRI pueda ganar alguna
gubernatura en 2021. Lo más probable es que pierda incluso aquellas entidades donde hoy
encabeza el poder ejecutivo. En contraparte, la dirigencia buscará incrementar su presencia en
la Cámara de Diputados para presumir algún éxito.
En aras de la precisión vale decir que la crisis viene de lejos, y buena parte de la responsabilidad
del colapso del PRI encuentra su origen en decisiones tomadas al más alto nivel durante el
sexenio pasado. La imagen pública de corrupción justicadamente asociada con sus gobiernos,
la frivolidad de algunos dirigentes, la pérdida de rumbo ideológico y el desprecio total por la
militancia al designar un candidato presidencial externo, hicieron del PRI una instancia inoperante.
Es digno de una investigación académica cómo se convirtió al partido con mayor
presencia territorial del país en una institución crecientemente irrelevante e intelectualmente
insignicante. En la actualidad, no hay en el PRI propuestas de gobierno diferenciadas del
gobierno federal, ni siquiera una crítica sustentada más allá del lugar común.
Ahora bien ¿porqué debería importar la sobrevivencia del PRI en el sistema político mexicano?
En un ambiente de tensiones crecientemente polarizado, donde varias fuerzas políticas
procuran el choque entre mexicanos, falta no una voz moderada, sino moderadora. Frente a la
intransigencia conservadora de las derechas o el radicalismo y la incapacidad técnica de la
izquierda, históricamente el PRI desempeñó el papel de una fuerza de centro, conciliadora,
capaz de unir a un segmento grande de los mexicanos en la construcción de instituciones al
servicio de la población. Es verdad que el centro político se encuentra en crisis a escala
internacional. Los electorados, llevados por la indignación, no aceptan las medias tintas. No
obstante, es en esas circunstancias donde se descubre el ocio de los verdaderos políticos,
facilitadores y promotores de la convivencia social a pesar de las enormes diferencias entre los
ciudadanos.
Todos los países iberoamericanos (incluida España), se pasaron el siglo XX enfrascados en la
polarización, oscilando entre dictaduras militares y gobiernos populistas. México fue la honrosa
excepción capaz de construir estabilidad y crecimiento económico, donde la ideología no era
una camisa de fuerza sino una orientación política. México necesita una fuerza política de
centro, capaz de representar a las clases medias que no están intoxicadas por el odio
ideológico hacia quien piensa distinto. Una fuerza centrista y constructora de prosperidad
compartida. Habrá que buscar esa corriente política en otra parte, pues el PRI ya no la
representa.
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