Después de la pérdida de Texas y su anexión a Estados Unidos, el presidente James Knox Polk, pide al Congreso de su país que sea declarada la guerra a México, en razón a que, pese a las buenas intenciones de su país, el gobierno mexicano rehúsa, y obra de mala fe cometiendo agravios en contra de su país.
Los problemas iniciaron desde julio de 1845 con la invasión
del ejército norteamericano dirigido por el general Zachary Taylor, al terreno
en disputa con Texas por los límites territoriales, que tenía su límite en el
río Nueces, pero querían que se les reconociera hasta el río Bravo.
Lo anterior aunado a la política expansionista del vecino
del norte que quería se le vendieran los territorios de Nuevo México y de la
Alta y Baja California, por la cantidad de 15 millones de dólares, que se
duplicarían si se permitía el paso libre por el Istmo de Tehuantepec; lo que el
gobierno de México no aceptó y consideró que la invasión de las tropas
norteamericanas, era una clara provocación; por lo que se dio un enfrentamiento
entre ambos bandos el 25 de abril: las del general Taylor y las del general
Mariano Arista y, aunque ya se habían dado otros encuentros bélicos, este hecho
sirvió de pretexto para que el Congreso de EE.UU. declarara la guerra a México,
el 11 de mayo de 1846.
A partir de entonces, el ejército norteamericano, mejor
preparado y pertrechado que el mexicano, así como la lenta respuesta del
gobierno mexicano que, hasta que el 7 de julio autoriza repeler la agresión, y
así lo informó a la población, el presidente interino de México, general
Mariano Paredes y Arrillaga: “las agresiones que Estados Unidos de América han
iniciado y sostienen contra la República Mexicana, habiendo invadido y
hostilizado en varios de los departamentos de su territorio”.
Se sumaron a las agresiones el bloqueo de distintos puertos
en el norte del país en ambas costas por la marina estadounidense, que fue
obteniendo posiciones hasta lograr su objetivo principal: la Ciudad de México.
Más de un año desde el inicio de la guerra, hasta llegar a
la fecha de los hechos nos ocupan, después de un largo camino de derrotas de un
país débil y desorganizado, y malas decisiones, como defender Texas, cuando ya
estaba perdida, derrota en el Molino del Rey y el que Antonio López de Santa
Anna -presidente con licencia-, quien dirigía a las tropas mexicanas, dejara
desprotegido el Colegio Militar, ubicado en la parte alta del cerro de
Chapultepec; quedando para su defensa unos 800 hombres, muchos de los cuales
tenían edades que oscilaban entre los 13 y los 20 años.
Desde el día 12 de septiembre temprano, las baterías
americanas hicieron fuego sobre el bosque y el castillo, provocando gran daño a
las instalaciones que, de por sí, no estaban muy bien resguardadas pues solo
tenían fortificaciones de madera y sacos de tierra, ramajes y adobes; 7 piezas
de artillería defendían la posición, los jóvenes cadetes y tropas de indígenas
reclutadas de varios estados, sin ninguna preparación, todo esto al mando del
general Nicolás Bravo. Retiraron a gran parte de la tropa detrás del cerro para
que no sucumbieran ante el nutrido fuego.
El general Bravo pidió inútilmente a Santa Anna que mandara
reforzar sus tropas con las reservas pero, por alguna razón, Santa Anna no
accedió. Durante la noche se trataron de reparar parte de los daños, pero
muchos reclutas indígenas temerosos, aprovecharon la oscuridad para desertar,
pues no alcanzaban a comprender la importancia de los hechos.
Nuevamente Bravo, desesperado, solicita el apoyo de Santa
Anna, quien con órdenes y contraórdenes traía a la tropa agotada. De último
momento, le envía al batallón de San Blas, al mando del coronel Santiago
Xicoténcatl. Pero ya era tarde: pues según cuentan las crónicas, a pesar de que
el general Bravo les ordenó retirarse, los cadetes del colegio militar decidieron
quedarse a defender la plaza y morir con honra. En cuanto tuvieron a su alcance
al enemigo, hicieron fuego, pero cuando se les terminó el parque, los
sobrevivientes, se reunieron en un jardín donde fueron hechos prisioneros. Los
nombres de 6 de los defensores que murieron en aquél día son: teniente Juan de
la Barrera, subtenientes Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Agustín
Melgar, Vicente Suárez y Juan Escutia.
La misma suerte corrió el batallón de San Blas que había
llegado a auxiliarlos; sucumbe al pie del cerro, casi en su totalidad
incluyendo a su jefe Xicoténcatl quien, según el historiador Heriberto Frías
“cae el héroe envuelto en su bandera atravesado por veinte balas, gritando
¡Viva México!”.
En la mayoría de los libros de historia, poco o nada se dice
sobre la gesta heroica de los cadetes del Colegio Militar. Tampoco en los
partes militares de ambos bandos. Se describe la batalla, pero no hay detalles,
ni nombres; algunos historiadores, muchos años después, relatan la
participación de los seis cadetes antes mencionados en el evento de
Chapultepec, de los cuales solo en el caso de Melgar, Montes de Oca y Suárez,
hay certeza de su participación; pero, con el transcurso de los años, se fueron
agregando elementos ficticios, como que fueron los últimos en morir en la
batalla; que terminado el parque lucharon cuerpo a cuerpo y mataron a varios
soldados estadounidenses a bayoneta calada. Fueron pereciendo uno a uno hasta
que, al ver todo perdido, Juan Escutia, se envuelve en la bandera mexicana para
impedir que el enemigo se apropie de ella, muriendo al caer en los riscos al
pie del
cerro.
En cuanto a las tropas estadounidenses, ya nada los detiene
para llegar al “Palacio de los Moctezuma”. Entraron a la Ciudad de México, el
14 de septiembre de 1847, cuyos habitantes los recibieron algunos a pedradas y
otros como francotiradores. En cuanto llegaron a Palacio Nacional, cambiaron la
bandera del águila y la serpiente, por la de la de las barras y las estrellas.
José María Roa Bárcena y Justo Sierra, entre otros,
confieren gran reconocimiento a los Niños héroes por su servicio a la patria.
Aunque en la actualidad se han cuestionado estos hechos, y no haya pruebas
fehacientes del sacrificio de estos muchachos, ni que las cosas hayan ocurrido
tal como nos las narraron en la historia patria, puede considerarse como un
acto de justicia a tantos héroes anónimos que murieron y que nadie se preocupó
por contar sus historias, que sirvieron como inspiración a tantas generaciones
y, por ello, ante tanto egoísmo que predomina en la actualidad, muchos
preferimos seguir creyendo en la leyenda de nuestros “niños héroes”.
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