Las caravanas de migrantes que llegaban a
la zona de Lechería para continuar su camino hacia la frontera norte en el
lomo del tren conocido como “La Bestia”, disminuyeron en estos últimos 7 meses
derivado de la pandemia.
Vecinos de la zona afirmaron que son pocos
los que se han quedado en busca de empleo.
En las vialidades de Lechería era común ver
caminar a migrantes centroamericanos, en parejas o en grupos de hasta de ocho,
pidiendo una moneda a los transeúntes.
Tocaban las puertas de las casas
ubicadas a un costado de las vías para pedir agua o un taco. Los vecinos
recuerdan que dormían en las inmediaciones del deportivo centenario de la
Revolución Mexicana.
A diario cruzaban por Lechería entre 200 y
300 migrantes. En la colonia, 3 de cada 10 clientes de las tiendas, panaderías,
tortillerías y recauderías eran migrantes.
Los negocios aumentaban de 3 a 5 pesos por
producto sólo porque quienes compraban no eran mexicanos.
Un kilo de tortillas le costaba hasta 25
pesos a un migrante. En contraste, muchos vecinos entregaban alimentos y agua
de manera gratuita, en las medidas de sus posibilidades.
Ahora, esta importante ruta migratoria
hacia Estados Unidos se observa completamente sola; por las vías transitan habitantes
de Lechería, quienes aseguran que hondureños y guatemaltecos quedan muy pocos.
En riesgo
No obstante, quienes continúan llegando o
la pandemia los encontró en México viven una situación difícil.
Sin ingresos económicos fijos están
obligados a pedir limosna, alimentos o insumos de higiene personal en
calles y cruceros, pues los albergues no tienen recursos para recibir a todos.
“Es triste tener que salir a pedir dinero a
las calles por todo lo que está pasando, pero si me quedaba en Honduras no
tendría ninguna posibilidad de mejorar mi condición, ni la de mi familia”,
aseguró Juan Carlos Rodríguez, quien desde el mes de agosto llegó a la entidad
mexiquense.
Tras ser cuestionado sobre cómo se prepara
para evitar contagiarse, el migrante hondureño aseguró que bajo ningún motivo
se quita su cubrebocas y antes de salir se encomienda a Dios.
“Sólo Dios puede ayudarnos a llegar con
bien a nuestro destino”, asegura con mucha fe.
Por su parte, Laura Moreno, de nacionalidad
venezolana, ya analiza la posibilidad de quedarse a vivir en México por tiempo
indefinido debido a la crisis sanitaria que se vive.
“Quizás pueda quedarme aquí en México,
buscar un trabajo formal y hasta nacionalizarme mexicana. Amo mi país, pero no
podía quedarme a vivir en la precariedad que estaba”, mencionó.
Laura es una mujer de 24 años y no le teme
a la vida. “Le temo más a quedarme en la miseria, a no luchar por salir
adelante, porque vivir en la pobreza es de lo peor que puedes pasar”.
Mientras Alex Amaya, migrante hondureño,
también sobrevive de limosnas que le dan los automovilistas en la
avenida José López Portillo en Tultitlán.
Él tampoco ha logrado llegar al final de su
travesía.
“Mi sueño era llegar a Houston, para
trabajar muy duro allá para después construir mi casa en Honduras”, dijo.
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