* Los grupos delincuenciales del país como el CJNG, desoyeron el llamado presidencial de cambiar balazos por abrazos y lanzaron un abierto desafío a su gobierno al atentar contra el Secretario de Seguridad Ciudadana de La CDMX, Omar García Harfuch; empero, Andrés Manuel López Obrador insiste en que no les declarará la guerra a quienes se han adueñado del país
Por Antonio Ortigoza Vázquez
Especial de Expediente Ultra
Mientras Don López insiste en su mensaje de no a la confrontación, persecución, combate, o como él llama, declaración de guerra contra el crimen organizado, éste último ya se la ha declarado a él. Los enfrentamientos sangrientos –con violencia extrema– con los miembros de las fuerzas armadas de nuestro país y entre los grupos rivales son vistos por la sociedad mexicana como un espectáculo dramáticamente atroz.
En esta guerra –a tiros, decapitaciones, bombazos, atentados, etcétera—los mexicanos nos hemos convertido en espectadores circunstanciales, con dolorosas bajas ocasionales –y cada vez más frecuentes–, pero al fin, víctimas de la inacción por parte de un presidente que prefiere dar órdenes directas para liberar a un delincuente, que perseguir a los que diariamente asesinan a decenas de mexicanos.
Y atentan además contra su libertad al someterlos a una silenciosa esclavitud mediante los cobros de piso en todo el país. Miles de ciudadanos han muerto ejecutados por negarse a pagar esta “contribución” al narco sin que las autoridades los protejan.
Existe un enorme temor en la sociedad mexicana, precisamente por las bajas de lo que Felipe Calderón llamó “daños colaterales”, porque ni hombres, mujeres o incluso niños, están exentos a morir o ser heridos por una bala perdida o por una esquirla.
Hoy, la sociedad mexicana vive aterrorizada, rehén del miedo producido por fuerzas incomprensibles, ajenas a su control, sin poder desprenderse de las garras del pánico ni estar en condiciones de procurar vivir en paz ante la ola de sangre y fuego que ha producido esta guerra declarada por parte de los barones del crimen.
Además de ese terror que abraza a la sociedad mexicana –acentuado por la impotencia—podemos advertir otro elemento atentatorio a los intereses sociales, el que Don López prefiera agachar la cabeza antes de declarar la aplicación de la justicia contra el flagelo del crimen organizado.
Su impotencia, la del pueblo mexicano, se acentúa al confirmar sus sospechas más profundas: las nulas actuaciones del Poder Ejecutivo dirigidas a reducir considerablemente la fuerza del crimen organizado, son una muestra de un posible contubernio entre estos dos poderes.
El terror es, pues, de doble confección: uno, el desatado por la incertidumbre social que deviene de la guerra que se libra en todo el territorio nacional; y, otro, los intentos del Poder Ejecutivo de lanzar mensajes de abrazos y no balazos. Si esto no es complicidad entonces es incapacidad.
Y es que no son pocos los mexicanos que temen que el Poder Ejecutivo caiga de rodillas ante la guerra ya declarada por parte del crimen organizado. Sacó su bandera blanca y se la devolvieron cocida a tiros y bañada en sangre.
Así las cosas, somos una sociedad expectante que se encuentra a la espera de la acción de la fuerza del Estado, el cual no le regatea apoyos morales –y/o equivalentes– a cualquiera de los bandos en guerra. Al crimen organizado, por obvios motivos.
Lo irónico de esta situación es que los cuerpos policiacos y las fuerzas militares de tierra, mar y aire luchan en esta guerra bajo la premisa de servir a la sociedad y protegerla, ansiosos de tener un verdadero Comandante en Jefe que les reintegre sus funciones y dignidad para defender al país.
Los capos no se han erigido ni en defensores ni protectores de la sociedad, ni nunca lo harán por más que practiquen la caridad obsequiando despensas en las zonas marginadas; ellos van a sus intereses propios, ajenos al bienestar de la sociedad y menos a su tranquilidad. Eso sí, dispuestos a comprar políticos corruptos y pagar sus campañas para sumarlos como sus empleados a sueldo.
Su discurso es el de las balas. Ese es su discurso; una “oratoria” muy elocuente, pues el terror posee esa peculiaridad persuasiva propia de los efectos causados en una sociedad indefensa.
Hoy, el crimen organizado les ha perdido el respeto y miedo a las fuerzas del orden y de justicia, pues en días pasados fue asesinado el juez federal Uriel Villegas Ortíz, junto con su esposa y ante la mirada de sus hijas: después vino el secuestro del general brigadier diplomado de Estado Mayor José Guillermo Lira Hernández, quien fue rescatado horas después, el hecho fue calificado como una afrenta total a las fuerzas castrenses.
Y la semana pasada, el encargado de la seguridad de la CDMX, Omar García Harfuch fue atacado en la colonia Lomas de Chapultepec, la orden era asesinarlo, salvó la vida milagrosamente, pero fue la verdadera declaratoria de guerra por parte del CJNG. Ya no fueron amenazas, si no el inicio de una guerra que tendrá batallas sangrientas.
Si personajes de tal nivel no están a salvo, ¿qué nos espera a los ciudadanos de a pie? ¿Empobrecer para no ser secuestrados con nuestras familias, como aconseja Don López? ¿Tener un par de zapatos raídos y un auto desvencijado para no llamar la atención de los ladrones?
Así las cosas, Don López, ha perdido capacidad de persuasión y convencimiento. Ha perdido elocuencia. Y lo está perdiendo todo. ¿Por qué? Por una simplísima y muy llana razón: carece de credibilidad. Credibilidad como presidente. Y lo peor de todo: sentido común ante la realidad.
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