Se dice que por el lado en donde corre el Paseo Matlazincas, hay un camino que conduce a Santiago Tlaxomulco y suceden cosas inexplicables
Una historia que se cuenta en Toluca,
aunque no puede ser corroborada como en el caso de las leyendas, pues no puede
ubicarse un momento exacto ni lugar preciso, es el de las brujas de fuego
del cerro de La Teresona.
Se dice que por el lado en donde corre el Paseo
Matlazincas o Circunvalación, hay un camino que conduce a Santiago
Tlaxomulco, en medio del cual hace tiempo había una casa grande y los vecinos
consideraban que estaba embrujada.
La historia puede ser producto de la
imaginación o de la superchería de las personas, pero a las mujeres que tenían
hijos recién nacidos se les recomendaba poner las tijeras abiertas en cruz
debajo de la almohada del pequeño para evitar que llamaran la atención de las
brujas.
También les decían que alrededor de la cuna
o de la cama donde se acostaba al niño se colocara un espejo para que las
brujas vieran reflejada su imagen y huyeran al mirar su horrible cara.
Esto porque, de acuerdo con la narración,
eran mujeres malas que de día parecían normales, pero una noche de cada semana
se reunían en el cerro de La Teresona para bailar, realizar ritos en los cuales
se quitaban las extremidades, guardarlas en un costal y salir en busca de un
recién nacido para chuparle la sangre.
Algunos dicen que se convertían en
guajolotes, otros que sus facciones se deformaban y les nacían alas, otros que
brincaban entre los techos de las casas hasta llegar a donde dormía el recién
nacido.
En uno de esos relatos, cuando era niña, un
amigo de mi familia decía: “claro, es cierto, yo las vi a las malditas, pues un
día llegó mi hermano con su familia y se quedaron en mi casa, traían a bautizar
a mi sobrino y yo sería su padrino, lo creas o no, fue a finales de octubre.
“Esa noche el niño no podía dormir, lloraba
y lloraba, la mamá trató de alimentarlo, lo arrullaba y no podía calmarlo con
nada, entonces yo ya estaba desesperado, me pare frente a la ventana que da
para el lado norte y ahí las vi, convertidas en bolas de fuego bailando-
“De pronto vi que se acercaba una sobre los
techos de las casas de enfrente y me acordé que mi abuelo decía que se podían
ahuyentar volteando los calzones al revés y golpeando con ellos alguna
superficie cercana, así que me quité los míos y empecé a azotar la cama.
Minutos después me asomé a la ventana y vi
muy clarito cómo las bolas de fuego se hacían cada vez más pequeñas hasta que
desaparecieron. Coincidencia o no, pero mi sobrino dejó de llorar, entonces le llevé
a mi cuñada unas tijeras y le rogué colocarlas debajo de la almohada, por las
dudas”.
¿Verdad o ficción?, pero allá por los años
60 y 70 la gente dudaba, no creía en la muerte de cuna o muerte súbita e
insistían en revisar el cadáver del niño fallecido y ver si tenía un chupetón
en la fontanela o mollera o en un talón, los sitios donde se atribuía a las
brujas la extracción de sangre en los niños.
Una historia que se cuenta en Toluca,
aunque no puede ser corroborada como en el caso de las leyendas, pues no puede
ubicarse un momento exacto ni lugar preciso, es el de las brujas de fuego
del cerro de La Teresona.
Se dice que por el lado en donde corre
el Paseo Matlazincas o Circunvalación, hay un camino que conduce a Santiago
Tlaxomulco, en medio del cual hace tiempo había una casa grande y los vecinos
consideraban que estaba embrujada.
La historia puede ser producto de la
imaginación o de la superchería de las personas, pero a las mujeres que tenían
hijos recién nacidos se les recomendaba poner las tijeras abiertas en cruz
debajo de la almohada del pequeño para evitar que llamaran la atención de las
brujas.
También les decían que alrededor de la cuna
o de la cama donde se acostaba al niño se colocara un espejo para que las
brujas vieran reflejada su imagen y huyeran al mirar su horrible cara.
Esto porque, de acuerdo con la narración,
eran mujeres malas que de día parecían normales, pero una noche de cada semana
se reunían en el cerro de La Teresona para bailar, realizar ritos en los cuales
se quitaban las extremidades, guardarlas en un costal y salir en busca de un
recién nacido para chuparle la sangre.
Algunos dicen que se convertían en
guajolotes, otros que sus facciones se deformaban y les nacían alas, otros que
brincaban entre los techos de las casas hasta llegar a donde dormía el recién
nacido.
En uno de esos relatos, cuando era niña, un
amigo de mi familia decía: “claro, es cierto, yo las vi a las malditas, pues un
día llegó mi hermano con su familia y se quedaron en mi casa, traían a bautizar
a mi sobrino y yo sería su padrino, lo creas o no, fue a finales de octubre.
“Esa noche el niño no podía dormir, lloraba
y lloraba, la mamá trató de alimentarlo, lo arrullaba y no podía calmarlo con
nada, entonces yo ya estaba desesperado, me pare frente a la ventana que da
para el lado norte y ahí las vi, convertidas en bolas de fuego bailando-
“De pronto vi que se acercaba una sobre los
techos de las casas de enfrente y me acordé que mi abuelo decía que se podían
ahuyentar volteando los calzones al revés y golpeando con ellos alguna
superficie cercana, así que me quité los míos y empecé a azotar la cama.
Minutos después me asomé a la ventana y vi
muy clarito cómo las bolas de fuego se hacían cada vez más pequeñas hasta que
desaparecieron. Coincidencia o no, pero mi sobrino dejó de llorar, entonces le llevé
a mi cuñada unas tijeras y le rogué colocarlas debajo de la almohada, por las
dudas”.
¿Verdad o ficción?, pero allá por los años
60 y 70 la gente dudaba, no creía en la muerte de cuna o muerte súbita e
insistían en revisar el cadáver del niño fallecido y ver si tenía un chupetón
en la fontanela o mollera o en un talón, los sitios donde se atribuía a las
brujas la extracción de sangre en los niños.
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