Directorio

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lunes, 20 de julio de 2020

Teobromina en tiempos de Covid-19






Nuevamente contamos con la colaboración editorial especial para MEXIQUENSE
de el Maestro: Fernando Flores Bailón


Asombra la divergencia de conductas de esta sociedad, aun cuando algunos respetemos las
normas para evitar contagios estaremos expuestos por la imprudencia de otros, por lo que el
riesgo de contagio continuará siendo elevado. Hace unos días me vi obligado a salir de casa,
tuve que tomar el transporte público, una pareja con un pequeño perro se sentaron junto a mí
en el vagón del metro, el señor con su cubrebocas y la mascota en sus brazos, ella con el
cubrebocas adornando su cuello, a pesar de estar los anuncios del uso adecuado de éste
artículo y evitar hablar en el metro para frenar contagios, la señora estaba muy animada
parlando, su acompañante no parecía muy interesado en el asunto, apenas si respondía, ella
desistió de continuar dirigiéndole la palabra mas no de hablar con alguien, así que sacó del
bolso su teléfono celular y marcó.
―¿Qué estás haciendo? ―fue lo primero que dijo cuándo del otro lado respondieron a su
llamada— yo ya voy para la casa, ¿qué vas a comer? Hmm, fíjate que yo ni sé qué voy a
preparar…
No es que haya estado husmeando en esa plática, es sólo que la tenía a un lado casi
vociferando, y exponiéndonos a todos los de ese vagón a un probable contagio, si fuera ella
una portadora de Covid-19. Quizá podría ser menos crítico si la señora en cuestión hubiese
tenido que reportarse por algo importante o era un asunto vital realizar esa llamada, pero
como verás, estimado lector, la charla de la señora era intrascendente y bien podía esperar
para hablar en un espacio abierto o desde su casa. Estaciones más adelante ingresó un
vendedor de chocolates, lo recuerdo bien porque el chocolate tiene un papel protagónico en
mi relato. Foco de infección es también el comercio ambulante si no se siguen medidas de
salud, sin contar que de por sí son productos piratas o caducados que pueden enfermarnos
con un abanico de posibilidades. Mis vecinos de asiento decidieron comprar un par de esos
untuosos dulces, ni el vendedor, ni ellos lavaron sus manos después de la transacción, quizá
me consideres un poco quisquilloso o exagerado pero la salud es algo que no debe ponerse
en riesgo. Abrieron las golosinas y comenzaron a degustarlas, pese a la recomendación
sanitaria de no consumir alimentos durante el trayecto; yo miraba las casas y edificios que
corrían del otro lado de la ventana para no recordar cómo esas acciones se repiten a diario en
este país y son, en cierto modo, también responsables que la curva epidemiológica no
descienda. En un punto del recorrido, el metro ingresó en un tramo oscuro lo que me permitió
ver el reflejo de lo que acontecía dentro del vagón. Vi a cabalidad algo de lo que ya no pude
resistir callar, estaban dándole chocolate al perro; si bien, callé ante un cubrebocas mal
colocado y una innecesaria charla, callé ante el descuido de una compra y su ingesta no pude
más callar ante lo que hacían, y es que el chocolate contiene teobromina, un compuesto
alcaloide que a nosotros los humanos nos produce placer, pero a los canes les produce lo
contrario e incluso la muerte. El pequeño perro, que fungía de mascota para esa pareja,
aceptaba el dulce porque confiaba en sus humanos y quizá ellos lo hacían con la mejor
intención. No lo toleré y me levanté del asiento para imponer más mis palabras, le dije a la
dama:
―Señora, no debe darle chocolate a su perrito, los perros no pueden digerirlo, les hace daño
e incluso pueden morir envenenados.
Ella me miró sorprendida y atónita, en ningún momento pude ver en sus ojos que dudaba de
mi comentario, me respondió:
―No sabía eso.
Yo dejé mi asiento con la intención de mudarme de sitio, no sabía si mi comentario iba a
concientizarlos o sólo para demostrar que nadie les dice qué hacer continuarían alimentando
con el cacao al inquieto can, en caso de que sucediera esto último no iba a poder soportar ser
testigo de una negligencia animal. Sin embargo, la señora me dijo algo que apaciguó mi
temor y me convenció de que no pondría en peligro al perrito.
-¡Gracias!
Podría apostar mi mano derecha a que si hubiera pedido a la señora que usara bien su
cubrebocas, no hablara o cuidara la higiene de su compra, habría sido blanco de un despectivo
comentario, aun cuando yo hubiese estado procurando la seguridad de todos y la ella en ese
vagón. ¿Por qué hizo caso a un desconocido sobre el chocolate para su perro?, ¿por qué no
hace caso a autoridades sanitarias que buscan lo mejor para la sociedad?, ¿será que es menos
importante el daño por Covid-19 que el envenenamiento que puede producir la teobromina
en un perro?, ¿será que era más importante la salud de su mascota que la de todos los que
íbamos en ese vagón? Pero si la señora puede comprender un daño a la salud de su mascota,
¿por qué no pudo comprender el posible daño a la salud de los humanos, de sus congéneres
que teníamos que compartir el mismo camino que ella?
Descendí del vagón del metro, pensando que, como había salvado a su animalito, podía
recomendar a la señora que usara correctamente su cubrebocas; si ella sentía empatía por un
animal no estaba todo perdido, se le podía hacer sentir la empatía por el prójimo. Pero las
puertas se habían cerrado tras de mí; ¡lástima! no pude hacer más

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