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viernes, 15 de mayo de 2020

De maestros y apóstoles a trabajadores de la educación



Hay maestros que luchan por sus derechos, lidian con sus alumnos, mejoran sus aulas, atienden el comedor escolar y así, enseñan.


A lo largo de la historia de la educación, ha ido cambiando la manera de concebir y pensar a las personas dedicadas a enseñar. En el libro Maestros y textos. Una economía política de las relaciones de clase y de sexo en educación de Michael Apple, aparece un curioso documento: un contrato para maestras de los Estados Unidos, de 1923.
Ese documento resulta irrisorio en 2009. No obstante, docentes del Colegio Cesáreo B. de Quirós, partieron de esa lectura para recrear y dramatizar la docencia, sus postulados y cambios, en el transcurso del último siglo.
Las maestras representaron tres escenas bien diferentes: Una maestra normalista que en 1923 debía cumplir con un singular contrato laboral, una
maestra que en los ’70 empieza a pelear por sus derechos laborales y a pensarse a sí misma como trabajadora de la educación, y una maestra en la actualidad.
La profesora de Francés, Daniela Medrano fue la encargada de representar a esa docente normalista a la que el contrato de trabajo le ofrecía un listado de prohibiciones y requisitos que contribuían a erigir la noción de apostolado, dentro de la educación.
“No casarse”, era una de las primeras cláusulas, si la maestra se casaba, el contrato quedaba automáticamente anulado y sin efecto. Tampoco estaba permitido “andar en compañía de hombres”, debía “estar en su casa entre las 8 de la tarde y las 6 de la mañana a menos que sea para atender función escolar”, “no pasearse por heladerías del centro de la ciudad”, “no abandonar la ciudad bajo ningún concepto sin permiso del presidente del Consejo de Delegados”.
Fumar no podía, y si se la encontraba fumando por ahí, así como bebiendo cerveza, vino o whisky, también era motivo de anulación del acuerdo laboral.
No le estaba permitido “viajar en coche o automóvil con ningún hombre excepto su hermano o su padre”, ni “vestir ropas de colores brillantes”, ni “teñirse el pelo” y tenía que “usar al menos 2 enaguas”.
El documento es aún más extenso y dejaba en claro que la que quisiera ser maestra, no podía ejercer la función usando “vestidos que queden a más de cinco centimetros por encima de los tobillos”, y no podía usar polvos faciales, maquillarse ni pintarse los labios”.
La normativa se heredó en gran parte con las maestras normalistas norteamericanas que crearon las bases de nuestra escuela normal. Así lo recuerdan las viejas maestras de entonces.
Con humor e ironías mediante, en el marco del acto en el que conmemoraban su día –fecha que recuerda la muerte de Domingo F. Sarmiento (un 11 de septiembre de 1888)-, los maestros hicieron el ejercicio de pensarse a sí mismos.

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