Para Beijing no sería difícil compensar una pérdida de demanda en una guerra comercial con EU.
“Cuando un país (EU) está perdiendo muchos miles de millones de dólares en comercio con prácticamente todos los países con los que hace negocios, las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”. Este tuit del 2 de marzo establece los objetivos y los medios de la política comercial de Donald Trump. La aparente victoria sobre Canadá y México, y la firma de un nuevo acuerdo comercial, lo convencerán de que él tiene razón. Pero China no es México.
El presidente estadounidense cree que si un país le vende más productos a un socio comercial de los que compra, ha “ganado”. Él también piensa que si compra más bienes de un socio comercial que los que vende, puede “ganar” una guerra proteccionista, porque la otra parte tiene más que perder. Estas dos convicciones — el mercantilismo bilateral y el equilibrio asimétrico del ‘sufrimiento’— son sus guías. Su política es utilizar la forma en que EU “pierde” para asegurarse la victoria. Dado que EU es también el país más poderoso en cualquier relación bilateral, tiene que ganar.
Los economistas serios, desde Adam Smith, insistirían en que buscar un superávit con cada socio comercial no es “ganar”. Es absurdo. Esto ni siquiera es un mercantilismo inteligente, el cual se centraría en la balanza comercial total. Sin embargo, particularmente con los flujos de capital libres, la balanza general es un objetivo insensato y uno que la política comercial no puede lograr. Es increíble que ideas tan primitivas gobiernen el país más sofisticado del mundo.
Pongamos a un lado el significado de esto. Para una superpotencia, ¿son fáciles de ganar las guerras comerciales contra países con grandes excedentes comerciales bilaterales? La respuesta es “sí y no”. Las exportaciones de México a EU representaron el 28 por ciento del producto interno bruto (PIB) en 2017, mientras que las de Canadá representaron el 19 por ciento. Las exportaciones estadounidenses a México representaron sólo el 1.3 por ciento del PIB, mientras que las exportaciones a Canadá representaron el 1.5 por ciento. Cuando los países son tan asimétricamente dependientes como Canadá y México, es probable que haya algún tipo de victoria. En una negociación bilateral, era bastante probable que EU obtuviera gran parte de lo que deseaba (aunque parece que no lo consiguió todo).
El caso de China es diferente. Sus exportaciones a EU representan una proporción sustancialmente mayor de su PIB que al contrario, con un 4.1 por ciento, frente al 0.7 por ciento, en 2017. El superávit bilateral de China fue de alrededor del 3.1 por ciento de su PIB, el cual está muy por debajo del 10.2 por ciento en 2006. Imaginémonos que EU impusiera prohibitivos aranceles a todas sus exportaciones. Se podría pensar que el efecto sería reducir el PIB de China en un 4.1 por ciento. Pero sería incorrecto. Las exportaciones de EU a China también disminuirían, debido a que China aplicaría sus represalias. Además, un tercio del valor agregado de las exportaciones de China se importa. Los exportadores chinos también pudieran vender sus productos en otros países.
Al final, la caída del PIB de China en una guerra comercial de este tipo sería inferior al 2 por ciento, en igualdad de condiciones. Esto equivale a cerca de cuatro meses de crecimiento. Además, a China no le resultaría difícil compensar esa pérdida de demanda. Mientras tanto, la balanza comercial general estadounidense probablemente no cambiaría, ya que la oferta y la demanda domésticas determinan esos resultados.
Aunque Beijing prefiere un acuerdo, no pagará un alto precio. A todos los chinos se les enseña sobre el “siglo de humillación”. Xi Jinping, el presidente de China, domésticamente se encuentra en una posición fuerte. Sin embargo, es probable que incluso él no pudiera sobrevivir si se ‘rebaja’ ante un abusador.
Trump ha cometido dos errores característicos. En primer lugar, él se ha extralimitado. China no puede ofrecer un comercio bilateralmente equilibrado porque no puede obligar a los chinos a comprar productos que no quieren. En segundo lugar, él ha exagerado el poder estadounidense. En otras áreas de la política comercial se pudieran hacer tratos. Sería posible imaginarse cambios en la política china en relación con la propiedad intelectual y con la exclusión de compañías estadounidenses. Sería posible imaginarse un acuerdo en el que China renunciara al estatus de país en desarrollo a cambio de ser tratado como una economía de mercado. Pero no está claro si él quiere tales acuerdos: si la propiedad intelectual estuviera mejor protegida, todavía más compañías estadounidenses invertirían en China. Eso parece ser lo contrario de lo que él desea.
EU pudiera llegar a un acuerdo con China en materia de propiedad intelectual y de liberalización del mercado. Pero no puede lograr un acuerdo que equilibre el comercio bilateral o que detenga el desarrollo económico de China. Es probable que EU pudiera lograr tal acuerdo cooperando estrechamente con los aliados. Si EU continúa insistiendo en un bilateralismo puro, no ganará. Pero se hará daño a sí mismo, al comercio, a la economía mundial y a las relaciones internacionales.
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