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martes, 23 de febrero de 2016

Deslindes Columna de análisis político

+ Un Papa Secuestrado por el Poder


Por ARMANDO SEPULVEDA IBARRA

En su peregrinaje por símbolos del infierno terrenal de este país, donde la estela de violencia y muerte, terror y angustia, feminicidios y desapariciones, tumbas clandestinas y ejecuciones, e impunidad y corrupción resumen el pan nuestro de cada día, el Papa Francisco anduvo campante y feliz como si fuera huésped en el paraíso, si damos valor y sentido a sus palabras evasivas y grandes omisiones a la candente y atroz realidad que, en los tiempos recientes, asfixia y desangra a la nación.
Consciente e inquieto apenas unos días antes de aterrizar por estos andurriales, de los graves problemas de México y de sus causas y protagonistas, hasta decidirse a usar la fanfarrona advertencia de que diría “la verdad” cruda en su visita, el Papa argentino alimentó esperanzas entre los familiares de las decenas de miles de desaparecidos, de las mujeres asesinadas y de las víctimas de los curas pederastas (entre otros), ávidos de una palabra de consuelo y apoyo a sus infatigables luchas por encontrar a sus parientes o lograr justicia ante autoridades cómplices por omisión o comisión.
Ante el azoro de católicos comprometidos con la verdad y la justicia y de creyentes de otros cultos religiosos que curiosearon del 13 al 17 de febrero su estancia en México, el pontífice apapachó y bendijo a políticos corruptos impunes y represores en libertad y a otros delincuentes presos tras las rejas, pero quienes sobrellevan la pérdida de un familiar o que de niños sufrieron el demencial abuso sexual de sacerdotes como Marcial Maciel poseídos por el demonio, nunca recibieron ni una frase de aliento ni un saludo, ni menos oyeron de sus labios una condena a los culpables, cuando en todo el país se esperaba con impaciencia algo así por el estilo: saber que una voz de respeto en el mundo, guía espiritual de centenares de millones de personas, cobijaba a las víctimas y tomaba distancia de los victimarios. Hubo sorpresa inclusive entre obispos y sacerdotes oficiantes de parroquia que, entusiasmados con la misión claridosa del cardenal Jorge Mario Bergoglio desde su entronización en 2013, siempre acariciaron la esperanza de que el jesuita posara sus ojos y los de la Iglesia Católica Romana, su benevolencia y su amor sobre la multitud que sufre y necesita alimento espiritual sanador de heridas infringidas, en buena parte, por un sistema político corrupto, decadente y violador de los más sagrados derechos de las personas.
Mas en cuanto Francisco pisó tierra mexicana recibió el influjo de la persuasión interesada y, al son del mariachi y los bailables folclóricos, con un escenario típico de los fantasiosos espectáculos del canal de las estrellas, cayó en las redes de un gobierno desesperado por someterlo a su guion y maniatarlo antes de que influencias malignas, como las de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos, osaran incitarlo a referirse de manera directa a la realidad del país, al lodazal de corrupción, violencia y muerte adonde el grupo en el poder ha arrojado a la nación con olímpica impunidad. Lejos de la gente parecía secuestrado por el poder y, con la distancia resguardada por el Estado Mayor Presidencial, sólo pudo ver de cerca a los politiquillos corruptos y a sus burocracias, a los grandes empresarios como el dueño de Televisa, Emilio Azcárraga Jean y otros; a la alta jerarquía católica envuelta, en sus trajes carnavalescos, afín al lujo y codearse con el poder y servirse de su cercanía. A la gente humilde, a las personas de a pie, las relegaron a mirar a Bergoglio de lejecitos, de una sola ojeada tras rejas o vallas metálicas que contenían a las multitudes mientras corría por las calles, con la fugacidad del momento, a bordo del papamóvil o encerrado en otro de sus vehículos.
A lo lejos el Estado Mayor contenía a las víctimas como los familiares de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos por fuerzas del gobierno, e impedía que pudieran acercarse al líder de los católicos. Otro tanto hacía la cúpula del episcopado más proclive a rozarse con las esferas del poder político y económico que defender y ponerse al lado de los feligreses y sus problemas. Hasta la Nunciatura arrimaron los jefes de la Iglesia mexicana a notables de la economía y la política y el espectáculo – allí estuvieron Azcárraga Jean y socios y demás dueño del dinero grande, funcionarios como la procuradora General de Justicia, a ella para que incluso le bendijera una medallita, etcétera, etcétera, etcétera.
Aislado de la realidad por el gobierno, la alta jerarquía de la Iglesia y el Estado Mayor, el Papa Francisco conoció un México irreal escondido tras un costoso maquillaje que apartó con cercos y rejas, con calles recién pintadas y limpias de indigentes y otras cosas feas que hubieran dado a conocer la cara auténtica del país, a las personas que hubieran sabido decir verdades como el jesuita ofreció dárnoslas a saber con enjundia en el momento en que pisara suelo mexicano.
Francisco vivió esos días casi en el limbo atosigado por el arrumaco de funcionarios-guaruras del gobierno y por el paso del tiempo sobre su humanidad, a sus casi ochenta años. Convivió más con Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera y con gobernadores, secretarios de gabinete y alcaldes y demás burócratas comisionados para coparlo, que con los católicos. Por allá en Morelia reapareció en su misa el dipsómano, corrupto y creador de la macabra guerra contra el crimen organizado, Felipillo Calderón con su esposa, a comulgar con el Papa. Conque hasta los espacios preferenciales en las misas fueron adjudicados a la desprestigiada clase política.
Entre los claroscuros de la visita la gente pudo reconciliarse con el regaño papal, en abstracto, a políticos corruptos en su encuentro en Palacio Nacional con la alta burocracia, ante el mismo señor Peña Nieto y su corte de notables y pajes, aunque faltó ponerles nombres en vez de hablar de generalidades, o el tibio perdón por las barbaridades cometidas contra los indios de México o la breve y tibia y disfrazada mención de los feminicidios en Ciudad Juárez, o sus ganas de llorar ante la esperanza de un pueblo sufrido. Ni una mención ni cercanía hubo para el crimen de estado de Ayotzinapa, la barbarie de resonancia mundial que todo mundo pensaba iba a servir al Papa para internarse en el problema de la desaparición de más de 27,000 personas a manos del crimen organizado y de autoridades. De regreso a Roma, a bordo del avión, un Bergoglio poco convincente dijo con candidez a los periodistas que los familiares de los normalistas y otros grupos de víctimas tenían conflictos entre sí e esas discordias influyeron en su ánimo para sacarles la vuelta, eludirlos en de su presencia y palabra en vez de conformarlos. En todo caso Su Santidad, un hombre bien informado, daba así crédito a la falsa y tendenciosa versión del gobierno que puso todo su empeño por impedir que el jesuita los recibiera o citara en sus discursos el emblemático Caso Ayotzinapa, por el cual el señor Peña Nieto, junto con el escándalo de la Casa Blanca, se despeñó.
Al gobierno al final del periplo todo le salió barato: salvó el pellejo, amistó con un Papa encorsetado en la diplomacia a base de atenciones y servilismo, pagó todo cuanto la gira pastoral consumió, aportó la infraestructura, la logística y la vigilancia y, de paso, arrodilló el Estado laico a la sotana papal y, como ganancia y algo increíble, ni un rozón de crítica directa alcanzó su delicada piel y, por lo contrario, recibió sus bendiciones y ostias a cambio de costear la visita del pontífice, aun cuando haya invertido centenares de millones de pesos durante el periplo que decepcionó a muchos católicos y exhibió a una jerarquía cada vez más distanciada de los feligreses y más cerca del cuestionado poder político y económico.
Francisco dejó una paradoja a la vista de los mortales: regañó con rostro descompuesto a un ansioso e inofensivo feligrés que, por intentar arrebatarle un rosario, hizo trastabillar su alba silueta, mientras con los malosos de la película tuvo bendiciones y regaló miradas tiernas y su silencio frente a los graves problemas de los derechos humanos y demás. “Si Jesucristo hubiera sido el visitante – preguntas necias de católicos --, ¿con quién hubiera convivido? ¿Hubiera callado las desapariciones, los feminicidios y la pederastia de sacerdotes protegidos por obispos?”
Alguien pagará los costos políticos y de tipo religioso con el tiempo, más pronto que tarde…
armandosepulvedai@yahoo.com.mx

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