El político burlón e intolerante que se jacta en público de su flagrante impunidad (”no me vengan con que la ley es la ley”) ha llegado al límite, al quiebre.
El presidente está quebrado y corremos el riesgo de que se
lleve a México en su derrumbe.
Negocios turbios en las altas esferas oficiales, onerosos
disparates de obra pública, la burla y el ataque a los contrapesos
institucionales, cortesía con los capos de cárteles criminales, sevicia criminal
contra los migrantes, hablan de su quiebra moral como gobernante.
La elección de Norma Piña al frente de la Suprema Corte y
las derrotas de sus reformas electorales acabaron por descomponerlo y supura
agravios.
Ha comenzado a padecer los efectos de tanta arbitrariedad,
aunque trate ocultarlo tras una sonrisa que ya no es sonrisa sino mueca.
¿Qué autoridad moral tiene para exigirle a Estados Unidos
que respete a nuestros migrantes?
Han ocultado las videograbaciones previas a los 35 segundos
del inicio del incendio, porque esa noche los migrantes exigían agua para
beber. No les dieron.
¿En qué foro podrá López Obrador hablar de derechos humanos?
¿Qué autoridad moral tiene para atacar a la iniciativa
privada que participa en obras públicas?
Su gobierno le concesionó a una empresa del cónsul honorario
de Daniel Ortega el manejo de “albergues” donde hacinan a migrantes.
Contrató a los policías privados, sin preparación alguna,
que dejaron morir quemados a los prisioneros que no habían cometido delito
alguno.
No fueron 10 ni 100, sino miles de millones de pesos en
contratos para el cónsul del dictador nicaragüense, expuso Latinus.
¿Qué autoridad moral le queda al Presidente para denunciar
la corrupción “del pasado”?
La estafa en Segalmex rompió el límite de lo imaginable.
Se esconden los contratos de obra pública, asignados sin
licitar, bajo el manto opaco de la “seguridad nacional”.
¿Qué autoridad moral tiene el presidente López Obrador?
El político burlón e intolerante que se jacta en público de
su flagrante impunidad (“no me vengan con que la ley es la ley”) ha llegado al
límite, al quiebre.
Su perorata cotidiana de liberales contra conservadores está
vacía de contenido. ¿Dónde se ubica él? En ninguno de esos bandos, porque ya no
existen.
Nos quiere hacer pelear entre mexicanos, cuando a estas
alturas del siglo XXI la única división saludable es la división de poderes.
El “choque histórico” de esas fuerzas sólo está en el campo
de batalla de su imaginación, y en la de un grupo de fanáticos que le
acompañan.
Los demás seguidores que lo adulan y le siguen la corriente
lo hacen para mantenerse en un cargo público o alcanzar otro. También le
obedecen por miedo. Saben de lo que es capaz.
En un par de meses la sociedad ha visto y oído las más
alucinantes expresiones de su desvarío.
La emboscada para matar a Ciro Gómez Leyva pudo ser un
autoatentado para perjudicarlo a él (AMLO) o con el fin de subir el rating del
periodista, dijo.
Seguidores suyos quemaron una imagen de la presidenta de la
Corte, Norma Piña, y AMLO redobló los ataques a la ministra. Rechazó la
posibilidad de reunirse con ella.
¿Qué le hizo la presidenta de la Corte a López Obrador y a
su claque más fanatizada para calcinar en llamas su figura en el Zócalo y
calumniarla en Palacio Nacional?
No lo aplaudió de pie en una ceremonia pública. Fue todo.
El gobierno, el Poder Legislativo, la iniciativa privada y
la opinión pública de Estados Unidos han dicho basta a la obstrucción de López
Obrador para entenderse como corresponde entre amigos, socios y vecinos.
Donald Trump, candidato presidencial de AMLO en Estados
Unidos, tiene como tarea de gobierno, en caso de ganar el próximo año, invadir
México.
Informa hoy el corresponsal de El Financiero en Washington,
José López Zamorano, que Trump ha solicitado a su equipo de trabajo que
confeccione diferentes escenarios militares para entrar en combate al sur de la
frontera.
“Asesores del expresidente ya le han presentado algunas
opciones que contemplarían ataques militares unilaterales e incluso el
emplazamiento de soldados (estadounidenses) dentro de territorio mexicano”,
señala la información.
Hay mucho de pirotecnia electoral en esos señalamientos,
pero es un peligro enorme que Trump entusiasme a los electores estadounidenses
con invadir México.
Sólo a un presidente en extremo irresponsable, o fuera de
sus cabales, se le ocurre insultar a la administración del demócrata Joe Biden,
inclinarse ante Trump y hacer campaña por el racista antimexicano.
“Nunca había visto a un hombre doblegarse tan rápido como
hizo AMLO”, se jactó Trump hace algunos meses. Nuestro Presidente lo confirmó
con palabras y con hechos: le quieren quitar (a Trump) la candidatura
presidencial a la mala… no se vale que usen un caso “de amor” para perjudicarlo
políticamente.
López Obrador intervino en política interna de Estados
Unidos para dar su apoyo a quien nos quiere bombardear, y tal vez lo haga si
gana en noviembre del año que viene.
La administración Biden agotó su paciencia con el vecino del
sur porque con López Obrador no hay manera de entenderse por las buenas.
AMLO creyó que le podía tomar el pelo a Biden, a Blinken.
Cachetear verbalmente a los presidentes de comités en el
Capitolio.
Burlar a la representante comercial de la Casa Blanca,
Katherine Tai.
Insultar a periodistas y medios de comunicación respetables
de Estados Unidos.
La realidad lo alcanzó.
Treinta y nueve cadáveres calcinados son el reflejo de la
quiebra moral de López Obrador.
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