El escritor Guillermo Sheridan no se equivocó: la comisión investigadora de la FES Aragón (UNAM), tras revisar el expediente, dictaminó que Yasmín Esquivel, efectivamente, plagió su tesis de abogada.
El asunto es un escándalo nacional, pero ni el clamor
público ni el dictamen de la UNAM han conmovido o movido de su lugar a la
plagiaria. En estricto sentido, la señora no tiene vergüenza. Todo pasa como si
ese fraude no hubiera sucedido, ningún funcionario de Morena, ni siquiera otro
miembro de la Suprema Corte de la Nación, se han atrevido a opinar al respecto.
Ese silencio se explica en gran parte porque el presidente
AMLO no ha reprobado el plagio de Yazmín Esquivel quien conserva la amistad y
la protección de la cabeza del Estado. La actitud cómplice del ejecutivo es
inexplicable para un personaje que todos los días por la mañana se declara
campeón indiscutible de la moral.
Es problema que describo es estrictamente moral, pero el
presidente insiste en presentarlo como político. Quienes hacen las acusaciones
de plagio a Yazmín Esquivel –dice AMLO-- son, en realidad, basura social,
conservadores, personas que han estado al servicio de las élites en el poder. Y
aprovecha el caso para seguir insultando y reafirmar que la ética es su
monopolio personal: “El asunto, afirma, está muy vinculado a la politiquería.
¿De cuándo acá les importa tanto la ética a quienes se han dedicado a robar?”.
Sólo de soslayo, en una frase aislada, abstracta, se atrevió
López a decir que el plagio era una deshonestidad. El presidente, por lo visto,
tampoco tiene vergüenza. Su cinismo, por lo demás, todos los conocemos. La
vergüenza, dice el diccionario de la RAE “es una turbación del ánimo ocasionada
por la concien-cia de una falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y
humillante”.
Aunque algunos políticos oficialistas se han atrevido a
hablar públicamente, no muestran estar indignados por el plagio. Todo lo
contrario, hablan para defender la figura de la ministra de la Suprema Corte
aunque se ha comprobado que su conducta es reprobable. Es el caso del viejo
militante del PRI –hoy de Morena-- Eduardo Andrade, que afirmó que la Sra.
Esquivel tiene una trayectoria impoluta y que los abogados que acusan “con el
argumento ético están actuando de forma antiética”.
El abogado Andrade remite el problema a lo jurídico: sólo la
sentencia de un juez puede quitar a Yasmín Esquivel la posesión de su título.
Pero la moral es una disciplina y el derecho otra distinta (aunque hay autores,
como Dworkin, que se niegan a separarlas). El juicio moral que comparte una
gran parte de la opinión pública, de que la señora no puede ser ministra de la
SCJN y que por mera decencia debe dejar el cargo, es un fenómeno real que debe
tener consecuencias.
Se trata de ser congruentes con nosotros mismos y no
auto-engañarnos. El hecho es algo sumamente grave. Un plagio de tesis --en la
UNAM-- de una funcionaria que ocupa un puesto en el órgano cupular del poder
judicial y que, por añadidura, es protegida del presidente de la república, es
algo que debería alarmarnos a todos.
El problema pone en cuestión la sensibilidad moral colectiva
de los mexicanos. Es un problema de honestidad. Ya Octavio Paz se ocupó en el
pasado de reflexionar sobre nuestros rasgos culturales y de la frecuencia con
la cual nos presentamos ante los demás vistiendo una máscara de simulación.
Guardar silencio ante el fraude de la ministra es un estigma
que no será borrado fácilmente. Por eso nos lastima a todos que la afectada no
reaccione ante la denuncia. Es una infamia, una mácula no fácil de borrar. Pero
quienes pagarán más caro esta afrenta son quienes nos han dicho durante años
que son los abanderados de la moral y de la honestidad, a saber: AMLO, Morena,
el poder judicial, con la SCJ y, en fin, aunque esa infamia no dejará de
avergonzarnos a todos.
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