Día de luto y solemne para toda la nación,
la bandera deberá izarse a media asta.
22 de diciembre de 1815, José María Morelos —jefe principal de los ejércitos insurgentes— fue fusilado en San Cristóbal
Ecatepec, en el actual Estado de México, cumpliéndose así la sentencia
dictada por el virrey de Nueva España, Félix María Calleja.
Desde su incorporación a las fuerzas insurgentes en octubre de 1810,
José María Morelos destacó como un líder que ofreció victorias militares
de gran importancia a la lucha independentista, así como por idear un
gobierno avalado por representantes de los territorios liberados.
El Morelos que fue incluido en la Suprema Junta Nacional Americana
de Zitácuaro (1811) y que convocó al Congreso de Anáhuac en septiembre de 1813, se convirtió en el enemigo a vencer por el Ejército Realista,
encabezado por Félix María Calleja.
Lo anterior es relevante en la medida en que las fuerzas realistas se
concentraron en acabar con las fuerzas comandadas por Morelos, aprovechando el tiempo que éste le dedicó a la convocatoria y reunión del
Congreso de Anáhuac a lo largo de 1813.
Así, al retomar Morelos su campaña militar dirigiéndose hacia la conquista de Valladolid de Michoacán, los realistas consiguieron derrotarlo
en más de una ocasión, debilitando su liderazgo y manteniendo en constante zozobra el avance de la liberación de territorios en la zona que hasta
entonces había dominado Morelos.
A pesar de esto, el cura insurgente no dejó de proteger al Congreso,
consiguiendo que el 22 de octubre de 1814 se promulgara en Apatzingán el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana,
síntesis del ideario independentista y documento que confirma la voluntad de independencia de los insurgentes.
Posteriormente, a lo largo de 1815, Morelos se enfrentó contra fuerzas superiores y perdió a sus principales lugartenientes: Mariano Matamoros, capturado y ejecutado por los realistas, y Hermenegildo Galeana,
muerto en combate.
El punto crítico en el declive de su liderazgo se dio hacia finales de
ese año, cuando al custodiar al Congreso desde Uruapan hacia Tehuacán
fue alcanzado por Manuel de la Concha, quien sorprendió al contingente
que guiaba a la altura de Temalaca. Luego de una escaramuza, el teniente de la compañía Realistas de Tepecuacuilco, Matías Carrasco, capturó
a Morelos el 5 de noviembre. Así lo hizo saber De la Concha al virrey
Calleja una semana después (Documento 1), además de avisar de la aprehensión del capellán José María Morales.
Por otra parte, un soldado insurgente de nombre Antonio Basilio
de Vallejo relató a la Junta Subalterna “esta noticia tan funesta” un mes
después de los sucesos. En su oficio, el soldado relató cómo Morelos se
retrasó para hacer la defensa de la retaguardia, al lado de la guerrilla de
Bravo, y que el contingente pudo salir avante, pero al no poder resistir
el embate, las fuerzas de aquél sucumbieron y entonces se dio la captura.
El 17 de diciembre, la Junta Subalterna dio a conocer este triste acontecimiento que “llorará la nación mexicana con la misma justicia que el
pueblo de Israel la de su caudillo Judas Macabeo y Francia la del gran Turena” (Documento 3), tras lo cual incitaba a los soldados a que vengaran
al padre Morelos, pues ya lo habían acompañado en las campañas, pero
ahora tocaba seguir el movimiento sin su lid. Además, ese mismo día, el
gobierno insurgente solicitó al virrey Calleja que perdonara la vida del
cura, y lo mismo pasó con algunos eclesiásticos de alta jerarquía, como
el arzobispo Pedro Fonte, quienes intercedieron por la vida de Morelos.
Ninguna súplica fue escuchada, pues cuatro días después el gobierno
ordenó que Morelos fuera sometido a la jurisdicción real (o civil) y a la
eclesiástica, y que la Inquisición lo recibiera en sus cárceles, adonde llegó
el día siguiente. Inmediatamente compareció ante la llamada Jurisdicción Unida y fue interrogado sobre si sabía la causa de su prisión; lo que
pensaba de Fernando VII; si su lucha era por la independencia desde el
principio, y el papel del Congreso de Chilpancingo (Documento 4). Su
defensor, el abogado José María Quilés, solicitó el perdón y a cambio
ofreció la ayuda de Morelos para acabar con la insurrección.
La Inquisición lo declaró hereje el día 27 y lo sentenció a reclusión
perpetua en África, sólo si no era condenado a muerte por la Jurisdicción
Unida, y en la capilla del Santo Oficio realizaron su degradación eclesiástica. Al día siguiente, lo trasladaron hacia la Ciudadela, donde permaneció varios días. Ya en diciembre, entre los días 10 y 12, Morelos firmó una
retractación y escribió a Calleja sobre los lugares y personas que tenían la
organización insurgente, así como las armas y el dinero con que contaba
el movimiento.
Ninguno de estos castigos o disculpas sirvió para que Morelos conservara la vida, pues el día 20, el virrey Calleja redactó su sentencia a muerte,
en la que no sólo acusaba al cura de traición al rey, sino que lo evidenciaba, ya que señaló que las “ofertas que ha hecho Morelos, de escribir en
general y en particular a los rebeldes, retrayéndolos de su errado sistema,
no se infiere otra cosa que el deseo que le anima en estos momentos de
libertar de cualquier modo su vida” (Documentos 5). La concesión que
Calleja dio a la jerarquía eclesiástica fue que el cura no fuera fusilado en
garitas y que se sepultara inmediatamente a su muerte sin sufrir ninguna
mutilación ni exposición ante el público.
El 22 de diciembre, después de hacer pública la retractación de Morelos, fue sacado en secreto de la Ciudad de México para evitar levantamientos. Se le llevó a San Cristóbal Ecatepec, ahí fue fusilado a las 4 de la
tarde y sepultado en la parroquia del lugar.
Acto seguido, el virrey Calleja publicó el indulto general para todos
los insurgentes que siguieran en pie de lucha contra el gobierno. Esto dio
fin a la etapa más sobresaliente de la insurgencia mexicana, toda vez que
daba un paso determinante hacia la pacificación del reino.
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