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miércoles, 12 de junio de 2019

EL MIEDO A MORIR Y LA TIERNA INDIFERENCIA




Por: Fernando Flores Bailón





“Como si esa gran cólera me hubiese
purgado del mal, vaciado de esperanza,
ante esta noche cargada de signos y
de estrellas me abría por vez primera
a la tierna indiferencia del mundo.
Al encontrarlo tan semejante a mí,
tan fraterno al cabo, sentí que había
sido feliz y que lo era todavía”
Camus. El extranjero.




Meursault, protagonista de El extranjero, momentos antes de su muerte, hace el mayor
descubrimiento de su vida: el mundo se mueve en una tierna indiferencia (tendre
indifférence). Él mismo a lo largo de su vida no hizo más que reproducir esa tierna
indiferencia, por eso llega a encontrar al mundo tan semejante a él. Es así que, Meursault a
las puertas de la muerte, recuerda todo lo que hizo, lo que experimentó, lo que dejó de hacer
y se da cuenta que la tierna indiferencia siempre le acompañó. Concluye que su vida fue feliz
y aún lo era a pesar de estar a punto de apagarse. No tenía culpas, remordimientos, deudas o
miedos con la existencia. Si Meursault, personaje ficticio, acepta su vida y su muerte ¿qué le
corresponde entonces al hombre de carne y hueso? Tendríamos que apreciar esa tierna
indiferencia del mundo en todo su esplendor para aceptar nuestras vidas y nuestras muertes.
Mi labor como filósofo, estimado lector, tiene la encomienda de ayudar en el desocultamiento
de lo real. Es decir, cuando algo como la vida misma yace entre las sombras, oculta o
disminuida, menester es la presencia de la filosofía. Hoy día la vida no se tiene por vida, ni
la muerte por muerte, es por eso que nos cuesta ser felices con una y aceptar a la otra. No
conseguimos ver a la vida y a la muerte con esa tierna indiferencia con que las ve el mundo.
Tendemos a ocuparnos con sólo la muerte y descuidamos la vida. Nuestro miedo a morir es
más grande que terminamos olvidándonos de vivir, terminamos ocultando a la vida con la
sombra de la muerte.
Existe un temor muy natural a la muerte y es aquel que siente todo animal cuando su
existencia corre el riesgo de apagarse, como cuando el predador va tras él o cuando un animal
más grande lo está atacando o cuando ve acercarse peligrosamente el cuchillo a su yugular,
ahí está el miedo a morir en todo su esplendor y naturalidad, sin embargo, una vez lejos de
esa amenaza, el animal sigue con su vida sin preocuparse por la muerte. Lo mismo ocurre
con nosotros, en cuanto escuchamos los pasos de la muerte, escapamos de ella para ponernos
a salvo. No obstante, el miedo a morir lo hemos desnaturalizado en el momento en que ya no
dejamos que la muerte llegue cuando tenga que llegar, sino que la esperamos día y noche; no
olvidamos la muerte como lo hace el animal, nos preocupamos a tal grado p
Cuando el animal está a salvo, suelta el miedo a morir, vuelve a su existencia de tierna
indiferencia. En cambio el hombre, ha olvidado soltar ese miedo y lo lleva consigo. ¿Cómo
es que hemos aprendido a temerle de este modo a la muerte? Comenzamos a cultivar esto en
el momento que olvidamos la tierna indiferencia y tomamos las cosas de la vida con una
insulsa seriedad. El poeta Hölderlin, escribió, que el niño es inmortal porque desconoce qué
es morir, el niño podrá toparse o enterarse de la muerte pero no le importa lo suficiente como
para renunciar a todo lo demás; sencillamente, para el infante, la muerte es otra cosa más que
sucede en el mundo, como la lluvia, el crepitar de los leños al ser devorados por el fuego o
como el aparecer y desaparecer de los sueños. El niño no ve a la muerte como el adulto, he
ahí el secreto de su inmortalidad. Pues la muerte para aquellos que son tiernamente
indiferentes, como el niño o el animal, no es algo a lo que habría que dedicar la vida entera;
en la vida hay tantas cosas con las cuales ocuparse, la muerte es tan sólo una más y ninguna
de esas cosas es superior a las otras, tal como lo señaló magistralmente Camus en El
extranjero.
Es cierto que la muerte es inevitable, que habrá de llegarnos tarde o temprano, esto debería
ser lo único a tener en cuenta: saber que moriremos. No hay necesidad de llevar la consciencia
de nuestra muerte todos los días y a todos los lugares que pisemos. Ese temor o espera por la
muerte anquilosa la vida que late dentro de nosotros; la vida, por tanto, ya no es para vivirla
sino para huir de la muerte. Nótese cómo acomodamos nuestra existencia, cómo en los planes
que hacemos de ella, tiene un lugar privilegiado la muerte. Dedicamos nuestra vida en
procurarnos salud, bienestar, seguridad con la intención de que la muerte no venga por
nosotros, vivimos dedicados a combatirla y no a vivir la vida; buscamos una profesión que
sea bien remunerada para “no morir de hambre”, lo mismo procuramos al buscar un empleo,
este debe ayudarnos lo suficiente para tener comida, salud, seguridad, etc. En el fondo
estamos evitando a la muerte al decidirnos por estudios y trabajo. Luego están las dietas y el
ejercicio que hacemos parte de nuestro día a día, porque no queremos una enfermedad que
nos acerque a la tumba. Nos tragamos el ansia de explorar y expandirnos porque no queremos
correr riesgos, no queremos poner en peligro nuestras vidas aventurándonos y dejar todo atrás
para comenzar de cero, esto es impensable, hacerlo sólo nos acarrearía miseria y muy pronto
el fin. Así pues, planeamos nuestra vida teniendo en cuenta a la muerte y vivimos para escapar
de ella, no vivimos para vivir la vida. Tristemente ese miedo a morir lo transmitimos a los
hijos, la pareja, amigos, colegas de trabajo y hasta desconocidos.
No cuestiono el hecho de que un trabajo bien pagado nos proporcionará salud, seguridad,
bienestar y además puede alargar el tiempo de nuestras vidas, sin embargo, al final esos años
los vamos a invertir en evadir a la muerte. Una vez conseguida esa seguridad, nos
dedicaremos a mantenerla, de lo contrario la muerte podría aprovechar un descuido. Lo que
se deja ver claramente, es que entregamos nuestra vida a la muerte, por ella planeamos y
trazamos las rutas que nos lleven a evitar encontrarnos con ella. ¿Entre todos esos esfuerzos,
planes y huidas queda algo de tiempo para vivir la vida misma?
La muerte es inevitable, no lo podemos negar; lo que sí podemos evitar y negar rotundamente
es que el miedo a morir dicte nuestras vidas, decida por nosotros. No es sencillo soltar ese
temor a la muerte una vez que nos hemos abrazado a él, pero más vale empezar a soltarlo,
para que una vez liberados, recuperemos la vida que ha estado esperando a ser vivida. Vivida
con esa tierna indiferencia que se encuentra en todo el mundo y dentro de nosotros

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