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jueves, 9 de marzo de 2017

LA CRUELDAD Y LA MENTIRA POPULISTAS


La separación de familias por autoridades que pretenden con ello dar un castigo ejemplar, es inhumana e ilegal. Lo está haciendo Estados Unidos con las deportaciones rápidas, que en cualquier parte del país puede ser ejecutada por un oficial de policía, saltándose la audiencia con un juez de inmigración, al que se tenía derecho.

Las víctimas van desde jefes de familia hasta los llamados dreamers; no les permiten ni siquiera recuperar sus pertenencias, que en muchos casos se entregan a alguna beneficencia.

Entre más de seis millones de indocumentados o semiindocumentados, como los estudiantes a los que Obama otorgó la 'acción diferida', hay terror de ser aprehendidos en cualquier momento en su casa, al dejar a sus hijos en la escuela o en la universidad.

El daño emocional en los hijos que son puestos al cuidado de albergues, mientras sus padres son deportados e impedidos para regresar por ellos, es probablemente incurable.

Esos hechos violan los tratados internacionales sobre derechos humanos que expresamente van en contra de la separación de padres e hijos en circunstancias semejantes. Además, las propias leyes estadounidenses protegen a los menores de daños emocionales como el que se le ha ordenado al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés) que cometa.

Es indignante el trato inhumano, más cuando está a cargo de autoridades que lo planean para que sirva de castigo ejemplar a otros. Que no se diga que el gobierno de Trump sólo está tratando de aplicar la ley en su país. Para mayor eficacia de sus políticas, ha alentado toda clase de expresiones de odio racial.

En el fondo, no es Trump quien lo hace, es una sociedad en la que la mitad de los ciudadanos tiene al menos un arma de fuego. Trump es el presidente de un país intervencionista en los asuntos de otros, al que no lo detiene el empleo de la violencia extrema. Tan sólo durante 2016, Estados Unidos (EU) lanzó más de 26 mil bombas de gran poder sobre Siria, Irak, Afganistán, Libia y Yemen. Y sigue haciéndolo en este momento.

La agresividad (por el momento, política) de las medidas que Trump ha decretado contra otras naciones sigue un lema: 'América primero', que fue el mismo que los fascistas estadounidenses empleaban en 1940 contra los militaristas judíos que pretendían que EU detuviera a Hitler.

El populismo de Trump le miente a los trabajadores; él es el presidente de un país en el que la última vez que hubo un aumento del salario mínimo fue en 2009, y que desde entonces ha perdido 14 por ciento de su poder de compra, pero los ingresos que concentra el 1.0 por ciento más rico se han multiplicado: ese 1.0 por ciento y cuando mucho otro 10 por ciento serán los beneficiario reales de la reforma fiscal y regulatoria que promueve el presidente.

Sin embargo, la mitad del pueblo estadounidense no pone el menor interés en saber si las declaraciones del presidente son verdad o mentira. Masha Gessen escribió en The New York Review of Books: “La mentira es el mensaje. No es sólo que Putin y Trump mienten (ella es rusa), es que mienten de la misma manera y con el mismo propósito: para imponer el poder a la verdad”.

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