Las Antiguas Playas de Tulpetlac-Xaxalpa y Acalhuacan-Chiconautla-Atlautenco.
María de la Asunción García Samper
José Manuel Marmolejo Delgado
La sal fue un producto muy importante que se colectaba del tezquite o tierra salada en los lagos y se hacían unas tortas redondas grandes de color blanco y negro que eran muy apreciadas por sus características medicinales. Había dos formas de producción: por cazoletas cuadradas y secada al sol (evaporación solar) o por el lavado de la tierra y cocción en grandes vasijas sobre fuego.
Para los salineros de Tulpetlac-Xaxalpa el ciclo de la sal comenzaba con la cuaresma. Desde finales de enero se comenzaba a desyerbar las fincas salineras, tras de seis meses de inactividad. Esta tarea la realizaban los grupos familiares. Durante el mes de febrero se desazolvaban los pozos de salitre y los tecajetes, sacándoles del fondo toda el agua dulce, la arena y piedras para que se llenen con salitre. Gradualmente va aumentando la temperatura hasta alcanzar 40º C en los meses de marzo y abril, suficiente calor para que cuaje la sal. Las jornadas eran aproximadamente de siete horas al día, mañana y tarde y continuaban así hasta mediados de mayo, cuando ya era inminente la entrada del temporal de lluvias.
Desperdicio del agua durante el movimiento del bimbalete, al vaciarlo en los terrenos para la explotación del tequesquite.
En Tulpetlac-Xaxalpa existieron muchas salinas. El método que utilizaban fue el de evaporación solar, el cual tenía dos formas a partir de las cuales se empleaban recipientes distintos para evaporar el agua salada: uno era el tradicional poche, muy practicado por los antiguos pobladores de Tulpetlac y el otro también que utilizaban, llamado patio, consistía en un piso firme y pulido de cemento hasta de unos 20 metros cuadrados, cuya superficie se cuadriculaba con un pretil de 6.8 cm de alto, con las subdivisiones de aproximadamente un metro cuadrado cada una.
Bimbalete o cajón de madera sobre una zanja de riego, en las exploraciones de tequesquite.
El trabajo tradicional se realizaba en las épocas de secas, durante los meses de febrero a mayo. La recolección de la sal ya cristalizada se hacía por la madrugada, cuando el sereno nocturno la mantenía húmeda y ello permitía que se removiese más fácilmente.
Llenado de agua un (bimbalete) en una zanja de riego, para inundar los terrenos en las exploraciones de tequesquite.
Los principales lugares del Lago de Texcoco en los que se producía la sal o tequesquite entre los años 1940 a 1970, fueron los terrenos de los alrededores de los pueblos de Santa María Tulpetlac, Santa Clara Coatitla y San Pedro Xalostoc. Se llegaron a producir hasta trescientas toneladas anualmente, según los datos tomados por el equipo de don Teodoro Flores, para el proyecto de Tequesquite del Lago de Texcoco, que señala que por hectárea de terrenos tequesquitosos trabajados en las mejores condiciones, se producían unas 100 cargas (de 138 kg.), anualmente. Es decir, se obtenían cerca de catorce toneladas por año. También se señala que esta sal se llevaba en tres o en cuatro recuas de burros hasta los mercados: Toluca, Tulancingo y Pachuca, pero antiguamente, de igual forma se consumía en Iguala y en otros lugares, pero también en la Ciudad de México, donde se vendía al menudeo en los mercados públicos.
El producto se depositaba en un chiquigüite para que escurriera el agua que todavía contenía. Más adelante se extendía la sal en una superficie plana. Normalmente una piedra de las que están junto al rio para el sacado final, el cual se llevaba a cabo en sólo unas cuantas horas.
Vista general de las zanjas de riego en una explotación de tequesquite
Detalle del canal de madera que conduce el agua
Pozo artesiano.
Cortes de los montículos que quedaron de los desechos de la sal. Se ve parte de los canales. Acercamiento al monticulo donde se puede observar los cortes de los canales.
Desechos de la sal producida en los años de 1940 a 1970 en Tulpetlac.
Al fondo la sierra de Guadalupe y a un lado el cerro Gordo, atrás de las fabricas de la Costeña y de Jumex, se ven las vías del tren desde arriba de un montículo de desechos de tequesquite.
Acercamiento a un Monticulo de desechos de tequesquite. Montículo conformado por los desechos de la fabricaion de la sal con el método de pocheo en Tulpetlac.
La Sal en Ecatepec y en el Lago de Texcoco
Ese sábado decidí caminar por el lecho lacustre seco de lo que en tiempos recientes fuera la próspera empresa Sosa Texcoco, S. A., cuya existencia se debió a la decisión del Presidente Lázaro Cárdenas de concesionar parte de los terrenos del Lago de Texcoco a españoles republicanos para que explotaran la salmuera palustre. Caminé por lo que entonces era la primera calle de Jardines de Morelos, colindante hacia el sur con el Lago de Texcoco, llamada Mariano Matamoros. Mi objetivo era reconocer la zona para escribir un reportaje que publicaría un semanario que circulaba en la Ciudad de México. Bajo mis pisadas sentía yo como el suelo se resquebrajaba como polvorón y el pasto que ahí fue plantado para intentar controlar la salinidad del terreno y evitar las tolvaneras, hubiera rasguñado mis extremidades inferiores con sus filosas orillas y puntas, si yo no hubiese vestido pantalón largo. Me fui adentrando hacia la parte central del Caracol y la tierra se tornaba cada vez más blanquizca por el salitre que brotaba hasta el suelo. La blancura simulaba una región cubierta de nieve, o tal vez, la superficie lunar. Debido al tan particular paisaje del Lago de Texcoco desecado, es que se filmaron una gran cantidad de películas en su superficie. Avancé en mi caminata y puede observar grandes maravillas de los que fue esta cuenca: miles de conchas de diversos animalitos, culebras serpenteando por el suelo, ardillas, hoyos de topos, búhos que con su vuelo presagiaban el anochecer, viejas lanchas de madera carcomida, herramientas herrumbrosas y diversas especies de vegetación endémica de la zona. A lo lejos, majestuosos se observaban el Popocatepetl y el Iztaccihuatl, el cerro de Chimalhuacan, el de Chiconautla o Tepetle y la gigantesca Sierra de Guadalupe, que en la cima de sus múltiples cerros aún conservaba el verdor de su gran variedad de plantas de las cuales el Códice de la Cruz Badiano, hizo interesantes descripciones. ¡Estaba yo en el paraíso¡ En el paraíso perdido con la estúpida construcción de Las Américas y del asentamiento llamado la Laguna de Chiconautla.
Todo ello lo fui anotando en mi libreta de reportero, hasta que, ¡maravilla de maravillas!, encontré a un joven salinero que trabajaba arduamente con azadón y pala. Me acerqué a él y le expliqué el motivo periodístico de mi presencia en el lugar. Con la antigua hospitalidad mexicana, accedió a explicarme los pormenores antiquísimos de su labor. Este joven trabajaba un rectángulo hecho sobre la tierra, cuyas medidas aproximadamente eran de veinte metros de largo por quince de ancho. El perímetro de esta figura geométrica artificial, estaba resguardado por bordes de tierra laterales que contenían agua al centro y que nuestro amigo hacía algunos días hizo entrar en esta superficie con el objeto de que el sol fuera evaporando el líquido, liberando la sal que el agua del Lago de Texcoco contiene. Con la pala y el azadón removía la tierra de su pequeño y artesanal depósito de evaporación solar y de esa manera, ayudaba a que los minerales salinos permanecieran en la parte alta del cuadrilátero.
Me explicó que el método que su familia empleaba para la extracción de la sal del Lago de Texcoco, era el mismo que se practicaba en el lugar desde la época prehispánica y que consistía en construir cajetes de tierra, llenarlos de agua, dejar que el líquido se evaporara y luego levantar la sal, llamada sal de tierra. Me mostró las costras ya casi maduras de la sal de tierra y en efecto, el producto no era blanco como la sal de mar, sino tenía un tono café claro. De ahí el nombre de sal de tierra. Me comentó que durante siglos esa sal estaba considerada de altísima calidad, superando a la sal tradicional. Que a lo largo de la historia, la explotación de la sal fue una importante elemento económico de los pueblos asentados a la orilla del lago, como Ecatepec, Chiconautla, Atalhutenco, Tulpetlac, Coatitla y desde luego de las demás poblaciones ribereñas, pero que debido a la desecación del Lago de Texcoco y al avance de la mancha urbana, ya muy pocas familias se dedicaban a la extracción salina. Eruditamente me explicó que el Lago de Texcoco era salado porque los depósitos de salmuera se acumularon como resultado de que los minerales son arrastrados subterráneamente de las cumbres montañosas que circundan a la región lacustre por el agua que cae sobre las montañas y que es absorbida por el suelo. Los minerales son arrastrados por gravedad hasta la parte más profunda de la gran laguna, que es precisamente el centro del Lago de Texcoco. Ahí se acumulan diversos productos salinos, porque los minerales remolcados son más pesados que el agua, por lo que se almacenan en el fondo del lecho lacustre. También me dijo que las orillas del gran lago, son de mayor altura que el centro, por lo que no acopian tantos minerales, haciendo que sus aguas sean menos salobres que las del lago central. Al hablar de la periferia del gran lago, se refería a los lagos de Xaltocan, Xochimilco y a la laguna de San Cristóbal, cuencas consideradas de aguas dulces.
Le agradecí a mi nuevo amigo su disertación sobre el agua y la sal y ya para retirarme -pues el crepúsculo avanzaba- finalmente le pregunte acerca del ahuautli. Me invitó a acercarme a un pequeño arroyo. Me explicó que esa corriente se formaba con las aguas residuales de la Termoeléctrica Valle de México, ubicada en Atlautenco. Metió la mano a una de las orillas del angosto cauce y mostró una costra negra: este es el ahuautli, me dijo, es el huevecillo del mosco. Es muy sabroso y nutritivo. Me ofreció mostrarme el alga espirulina en otra visita que hiciera yo al lago. Me despedí de este joven, agradeciéndole infinitamente su gran lección sobre convivencia entre la naturaleza y el ser humano.
Para complementar la información de mi reportaje, recurrí a un antiguo folleto que un ex obrero de Sosa Texcoco me obsequiara tiempo atrás. En ese boletín se explicaba que la salmuera obtenida por la empresa era la materia prima para la elaboración de una gran cantidad de productos industriales, entre ellos la sosa y el vidrio. Que había pocos yacimientos como este en el mundo, por lo que el Lago de Texcoco era una región privilegiada. Que se calculaba que la materia prima del subsuelo del lago, en las condiciones de ese momento, alcanzarían para una producción para los siguientes cien años y que los minerales continuaban acumulándose, por lo cual la empresa tenía planes de importante expansión.
Lamentablemente el Gobierno ha privilegiado a los desarrolladores urbanos para que construyan miles de viviendas, dejando enterrada la riqueza mineral, cuya explotación en la actualidad sería tan necesaria para dar empleos a miles de mexicanos y fortalecer las finanzas de las familias tan castigadas por la eterna crisis económica nacional. El plan de destruir la industria mexicana es tan perverso, que muchos años antes de permitir la construcción de las casas que más temprano que tarde serán derruidas por el salitre del Lago de Texcoco, en Las Américas, le cambiaron el nombre a la histórica avenida que conducía al interior de esta fábrica, validad llamada, precisamente, Sosa Texcoco, cuyo nombre ahora es Primero de Mayo. El Gobierno y los desarrolladores urbanos pretenden borrar de la memoria colectiva que el fraccionamiento Las Américas fue un hermoso lago, cuyas aguas permitieron que se desarrollara la vida en lo que hoy, malamente conocemos como Valle de México.
Ante la relevancia cultural que para Ecatepec y toda la región lacustre tiene ese maravilloso producto natural que es la sal de tierra, presentamos a ustedes, estimados lectores del periódico El Mexiquense nuestra aportación sobre el tema, esperando que sea útil para comprender que es indispensable cuidar nuestro entorno ecológico y proteger nuestro Patrimonio Histórico.
El otro método de fabricacion de la sal se dio en las playas de San Juan Acalhuacan y Chiconauhtlan, en lo que se llamó el lago de Acalhuacan o de San Cristóbal.
En los tiempos prehispánicos, en la región de estudio, se acostumbraba conservar el pescado salándolo y curtir las pieles de otros animales con sal para crear con ellas diversas vestimentas. Pócimas con supuestos poderes mágicos tenían como ingrediente principal a la sal. Así, la sal tradicional no sólo era importante por sus propiedades intrínsecas, reales o atribuidas, sino por aquellas relaciones de intercambio que estaban involucradas en su producción y distribución.
En la región de Ehecatepec existían una serie de construcciones sobre montículos de diez metros de largo y de hasta cinco metros de altura. Estas edificaciones estaban alineadas en las orillas del lago de Texcoco ―por la parte de Ixhuatepetl, Tolla, y las Ciénegas de Atzacualco y Tepeyacac― y en el lago de San Cristóbal Xaltocan, con rumbo a Santa Clara Coatitlan y San Pedro Xalostoc. Gran parte de la población local estaba dedicada al lavado de la tierra salitrosa en las chozas. Los desechos de este proceso eran arrojados hacia afuera y con ellos se formaban, en los lugares poco profundos de los lagos, los montículos descritos. Esta era una labor generacional, heredada de padres a hijos y en consecuencia se formaban a lo largo de las décadas enormes conjuntos multifamiliares destinados a la producción salinera.
La explotación salífera preindustrial se dio primero en el pueblo de Acalhuacan, desde la época del Formativo Temprano. El trabajo era realizado por mujeres y se utilizaban dos métodos para obtener la sal. La primera variante consistía en colocar una serie de vasijas alineadas y semienterradas en la orilla del lago, unidas a un canalete que conectaba los recipientes con el agua, permitiendo que se llenasen todos de una vez. Cuando esto sucedía, se cerraba el canalete y se dejaba evaporar el agua por la acción solar. Al final se conseguían gruesos círculos de sal que servía para el intercambio, el tributo y para el consumo de la misma población.
En la Sierra de Guadalupe, en los centros ceremoniales de Tepeyacac, Acalhuacan, Tolla, Atzacualco, Ehecatepec y Xaltocan, se rendía culto a Huixtocíhuatl, la diosa de la sal y hermana de los tlatoques. Las excavaciones arqueológicas de Jaime Litvak en Tepexpan, brindan evidencia de lo anterior y de la amplia distribución de estas factorías salíferas en la Cuenca de México.
Excavación arqueológica de un montículo salinero por Jaime Litvack. Estratigrafía cultural y natural en un tlatel en el Lago de Texcoco. Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1964.
En los cortes estratigráficos de los pozos de agua, aparecen claramente los contornos de las piletas utilizadas para lavar la tierra salitrosa. La composición del montículo salinero en Tepexpan, sobre la carretera libre a Teotihuacán, es semejante a los de Santa Clara. Ambos están integrados por desechos arrojados por los antiguos productores. Estos montículos salineros están registrados en un plano que se encuentra en el Archivo General de la Nación, donde se ve la región de Chiconauhtlan y del otro lado Ecatepec, con su albarradón y dentro del lago hay cuatro montículos salineros que son los que en campo pudimos localizar en los años de 1989. (Ver fig.27): Tepeyacac y Ehecatepec, con dirección a Chiconauhtlan y Xaltocan. Están registrados en un plano del siglo XVII y en él se puede observar el Albarradón de Acalhuacan, con la distribución de los montículos de producción salífera. Algunos fueron denominados en el mapa como mogote del Tiburón, mogote de San Lorenzo, y mogote de la Casa Anegada. Los académicos pueden identificarlos arqueológicamente en las tierras ejidales de Santo Tomás Chiconauhtlan.
Esto lo podemos ver en los montículos salineros que se ubicaron en las orillas de la Chinampa en Santo Tomás Chiconauhtlan y que han desaparecido por nuevas unidades habitacionales.
Montículos prehispánicos de producción de la sal en Chiconauhtlan-Ecatepec. En la superficie y en los cortes de estos cuatro montículos salineros encontramos mucho material cerámico del clásico y postclásico.
Cerámica localizada en superficie. Las fotos fueron tomadas in situ sin tocar la cerámica, que estaba distribuida en grandes cantidades, tanto en la cima de los montículos como en los campos cercanos a los mismos. Se tratan de los montículos nombrados el tiburón.
Para realizar una comparación de estos montículos que existían tanto en Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc y Tolpetlac y que desaparecieron con la desecación del lago de Texcoco y por la construcción de la Fabrica Sosa Texcoco y el Caracol, realizamos trabajo de campo en San Cristóbal Nexquipayac Texcoco, muy cerca del municipio de Ecatepec.
El caso de los salineros de Nexquipayac, puntualizado en un estudio recientemente publicado, es tan fascinante como dramático. El documento cuenta que un anciano, con la ayuda de algunos miembros de su familia, es la única persona que continua produciendo sal de tierra en toda la región de Texcoco. El mismo octogenario narra en la investigación cómo hasta los años cuarenta del siglo pasado, muchas familias se dedicadas a la producción salinera en su natal Nexquipayac, en los bordes orientales del antiguo lago. En las cercanas poblaciones de Santa Isabel Ixtapan, Tequisistlán y San Juan Aragón, en la orilla opuesta del lago de Texcoco, había también al menos veinte familias dedicadas a la producción de sal.
Montículo o Fábrica de Sal, que se formaba con desechos de sal. Foto propiedad de la autora.
Lo primero que los productores actuales realizan, es el lavado de la tierra de las orillas y fondo del lago que contiene salitre. Para ellos colocan una capa de piedras de río pequeñas en un círculo de aproximadamente noventa centímetros y profundidad de 80. Colocan una cubeta -que en la época prehispánica y hacia los años de 1990 aún eran ollas de barro- y unen en su parte baja la boca de la olla o cubeta, con un carrizo y en su base colocan una tela tejida de ixtle que servirá para colar la tierra que es colocada arriba del empedrado. Luego vierten agua sobre ésas, aplastándola para que empiece a caer la sal y se vaya colando hasta la vasija abajo.
Sistema de lavado de la tierra salitrosa. En la Época Prehispánica se hacía con ollas de barro. Foto propiedad de la autora.
La otra técnica consistía en el lavado de la tierra salitrosa. Para esto se colocaba en un hueco un revestimiento de piedras y se conectaba un tubito vegetal a una olla gruesa tapada con una tela de ixtle como colador. Luego se vertía la tierra salitrosa en el hueco, se le echaba agua y se aplastaba la superficie, provocando que el agua lavara la tierra y arrastrara la sal hacia el exterior, saliendo la salmuera limpia a través del colador a la orilla. Cuando la olla estaba llena, se hervía hasta que el líquido se evaporaba totalmente, dejando una costra de sal. (Véase la Figs.32-36).
Excavación de ollas de barro para la producción de la sal. Foto tomada y propiedad de la autora.
Destilación de la Salmuera a una Cubeta. Foto tomada y propiedad de la autora.
Acercamiento a la salmuera que está hirviendo hasta que el líquido se consuma y quede la sal. Foto tomada en trabajo de campo por la autora.
Hirviendo la salmuera sobre la palia y ésta sobre el fogón. Foto tomada en trabajo de campo por la autora
El Producto de sal. A la entrada de los hornos al fondo, se hallan los destiladeros de la salmuera. Foto tomada en trabajo de campo por la autora
El Productor muestra la sal blanca y la negra que está secándose. Foto tomada en trabajo de campo por la autora
Los sistemas prehispánicos de producción de sal fueron utilizados durante el virreinato. A los indígenas que trabajaban en obras públicas se les entregaba un pago en especie que incluía maíz, chile y sal. En ese período hubo una serie de montículos productores de sal.
En el subsuelo del vaso del antiguo Lago de Texcoco, existe el manto de salmueras alcalinas naturales más grande del mundo. Este manto contiene un volumen estimado de más de doscientos millones de toneladas. Los mantos afloran por capilaridad, ensalitrando la tierra con tequesquite ―carbonato sódico impuro― conocido y consumido desde tiempos inmemorables por nuestros antepasados.
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