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lunes, 5 de octubre de 2015

Populismo


Tal vez la enfermedad política del siglo XX haya sido el populismo, o tal vez tenga una vida más larga.

Albertazzi y McDonnell (en su libro Twenty-First Century Populism: The Spectre of Western European Democracy, 2008) definen el populismo como “una ideología que enfrenta un pueblo homogéneo y virtuoso contra un conjunto de elites y ‘otros’ dañinos, que se describen como quienes privan (o intentan privar) al pueblo soberano de sus derechos, valores, prosperidad, identidad y voz”. Como puede ver por el título, en su libro se refieren a Europa Occidental, no a países emergentes o subdesarrollados. Y es que el tema del populismo no es exclusivo de América Latina, aunque es posible que seamos líderes en este tema.

Los mismos autores indican que el populismo ofrece respuestas a tres preguntas básicas: ¿Qué salió mal? -El gobierno y la democracia han sido ocupados, distorsionados y explotados por elites corruptas. ¿Quién es culpable? -Las elites y los “otros”. ¿Cómo se arregla? -El pueblo debe recuperar su voz y su poder a través del líder populista… Nuevamente, los autores se refieren a Europa, e intentan explicar el fenómeno político posterior a 1989, cuando termina “la ilusión” comunista, y empieza el crecimiento del populismo. A diferencia de otras ideologías (como la mencionada ilusión), el populismo no promete una utopía, sino el regreso a una imaginaria comunidad. No se orienta al futuro, sino al pasado, y apela por ello a sentimientos profundos de la población. Y como nuestros recuerdos siempre son un pálido, pero embellecido reflejo de lo vivido, es difícil resistirse.

Sin embargo, mientras que en la versión populista del siglo XX este enlace con la antigua comunidad acabó mezclado con el nacionalismo y dio origen a los totalitarismos (fascismo, nazismo, pero también nuestras versiones autóctonas, como el peronismo y el cardenismo), en este siglo XXI el recuerdo de algo mejor sí tiene evidencias a su favor. Es decir, no se requiere inventar una “historia” nacional y un enemigo externo, sino que basta con recordar las buenas épocas del Estado de Bienestar.

El populismo del siglo XXI es resultado del fin del Estado de Bienestar y de la Economía Industrial en donde era posible. En el mundo desarrollado, el padre de familia, con estudios de secundaria, tenía un empleo estable que le permitía cubrir las necesidades de la familia, de forma que la madre a veces trabajaba para tener un poco más, pero no porque fuese necesario. Había, al final de la vida, una pensión garantizada que permitiría una vejez tranquila, aunque breve. Ya no más. Desde fines de los setenta, los empleos no son estables, requieren más estudios, y las mismas familias se han transformado. Las pensiones que se suponían garantizadas no pueden cubrirse, y el gobierno ha tenido que subsidiarlas cada vez más. El perfil de salud también ha cambiado, y la vejez es mucho más larga, pero más penosa.

La transformación produce dos tipos de sufrimiento. A los mayores, que no tienen la vejez que esperaban; a los jóvenes, que no tienen la economía que soñaban. A ambos, la imagen de los antepasados les hace suspirar: los abuelos en el bar, los padres en la fábrica. La transformación hace que los viejos partidos pierdan presencia, mientras crece el populismo que ofrece el regreso del pasado. Izquierdas y derechas caen, surgen movimientos, frentes, independientes. Que no podrán cumplir sus promesas, como han mostrado Syriza en Grecia o los gobiernos locales de Podemos en España. Es decir, el populismo es una reacción política lógica frente a una transformación muy profunda, pero también frente al incumplimiento de ofertas excesivas e irresponsables de las décadas pasadas. Habrá que seguirle.

Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey


Twitter: @macariomx

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