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viernes, 18 de septiembre de 2015

De cabildeo y política

por Rosario Guerra

Los legisladores y el Congreso son muy mal evaluados por la opinión pública. La nota siempre es de escándalo cuando alcanzan los titulares. Las evaluaciones los reprueban en temas como transparencia, número de iniciativas aprobadas, trabajo en comisiones, gastos de representación, de gestoría, el monto de su dieta, las subvenciones a los grupos parlamentarios, la atención a grupos empresariales y organizaciones no gubernamentales, los 'moches', por citar algunos rubros recientes de publicaciones en torno al Poder Legislativo.

El Congreso es una institución plural. Es el único foro en el cual los partidos de oposición son parte del gobierno. Es un órgano colegiado que funciona a través de sesiones de Pleno en cada cámara o como Congreso general con ambas. Llegar a sesionar con un orden del día implica trabajo político, de acuerdos, para tratar los asuntos.

El trabajo legislativo es poco conocido y mal percibido. Todas las reformas políticas pasaron por modificar al Poder Legislativo, su composición y funciones. De acuerdo a la teoría de la división de poderes, el Congreso no sólo legisla, cumple funciones de control sobre otros poderes: de investigación, de representación y gestoría, y de tribunal en juicios políticos; es parte importante en la toma de decisiones sobre el rumbo y la conducción del país; es además instrumento clave en la gobernabilidad por sus cada vez más amplias facultades.

Aún cuando la estridencia de los desacuerdos gana los titulares en medios de comunicación, lo cierto es que el Congreso es la arena de los acuerdos nacionales. Son su materia prima para poder trabajar y ejercer cabalmente sus funciones. Cuando el Poder Ejecutivo no cuenta con mayoría de su partido en el Congreso, debe llegar a acuerdos para crear nuevas mayorías, lo que implica poner sobre la mesa, valorar distintas visiones sobre la conducción del país e incorporar nuevos elementos a las políticas públicas en materia financiera e impositiva, en el funcionamiento de la Administración Pública, en áreas como educación pública, deporte, cultura, cuerpos de seguridad nacional y más recientemente de seguridad pública, de inversión y su regulación, de salud y salubridad, de utilidad pública, de comercio y aranceles, por mencionar lo más sobresaliente.

Los acuerdos en política son necesarios para la buena marcha de la nación. No se trata de homogeneidad como en el pasado, cuando la disidencia se anulaba. La evolución de la democracia y sus instituciones hace cada vez más importantes los acuerdos para avanzar en el desarrollo económico y social. En el Congreso se definen diferencias, pero sobre todo, se construye con base en coincidencias. De eso se trata la celebración de nuestras fiestas patrias, de lo que nos une y de superar carencias que nos separan.

Descalificar por temas cuantitativos, sin considerar el alcance real de las funciones del Congreso, me parece ocioso y regresivo. No se trata de privilegiar la opacidad, lo cual con la nueva legislación en transparencia será cada vez más difícil, como se acordó por el propio Congreso. El análisis del trabajo legislativo y su aportación debe hacerse sobre resultados en el impacto de sus acuerdos en la vida cotidiana.

Todos se quejan de cambios constitucionales, y a la vez se alarman de que no se aprueben mayor número de iniciativas; hay crítica por desacuerdos, y por unidad para salir adelante; hay demanda porque todas las voces sean escuchadas, y se restringen foros y cabildeo profesional para ayudar a propuestas; hay críticas por gastos del Congreso, mínimos frente al de los otros poderes.

El Congreso ciertamente es un mundo raro, con sus contradicciones, sus propias reglas, con sus nuevos retos. Pero en democracia es una institución fundamental en la conducción del país y vía de acceso para incorporar distintas visones. Así que ¡Viva México! Y los hombre y mujeres que desde cada trinchera trabajan por él.

Twitter: @Rosariodf

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