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martes, 30 de junio de 2015

Homenaje a Manuel Camacho Solís


Por EDUARDO GUERRERO GUTIÉRREZ



Manuel Camacho Solís será recordado como uno de los políticos más influyentes de la transición mexicana a la democracia. Sin embargo, antes de incursionar en la política, Manuel fue también un académico riguroso y un observador crítico de las instituciones políticas del país. Esta faceta menos conocida de Camacho Solís, la del joven académico que desde El Colegio de México reflexionaba sobre la ruta para superar el desgaste de las instituciones del viejo sistema, tendría un profundo impacto sobre su carrera política. Manuel fue sobre todo un hombre de acción, que creía en la necesidad de reformar al sistema para que sirviera mejor a los intereses de los ciudadanos.

Nunca cedió, como era la norma en aquellos años, a la tentación de eludir los temas de fondo (como la encarnizada disputa por el poder y el autoritarismo del sistema), para hacer investigación académica desde la torre de marfil. Sin embargo, también estaba convencido del valor que la reflexión sosegada y el pensamiento estratégico tenían tanto para el entendimiento como para el ejercicio eficaz del poder.

En un penetrante artículo publicado en 1974, cuando apenas tenía 28 años, Camacho ya advertía sobre el “empirismo político”, la tendencia del Estado a concentrarse en intermediar los intereses entre distintos grupos de interés, que él llamaba “feudos”. Su propuesta ante esta tendencia contemplaba la formación de un grupo compacto y organizado, con vocación transformadora, que llegara a ocupar los centros neurálgicos del poder económico y político del Estado. Una clara premonición de lo que sería el grupo que más tarde integraría en la Secretaría de Programación y Presupuesto, junto con Carlos Salinas, y que impulsaría algunos de los cambios más dramáticos (todavía polémicos) en la vida económica y política del país.

En sus escritos tempranos, Camacho también identificó algunos de los grandes problemas que marcarían y trascenderían la transición mexicana a la democracia. Uno de carácter central fue la relación clientelar entre las cúpulas sindicales y el Estado. Camacho Solís veía en los sindicatos charros –y en la dependencia que el gobierno tenía de ellos como instrumentos para el mantenimiento del orden y la movilización política– un desafió de primera magnitud para la legitimidad del Estado. En su opinión, en el México de Echeverría ya era necesaria una nueva generación de líderes sindicales que gozaran de la confianza de los trabajadores y que pusieran freno a la erosión de la legitimidad del sistema (una generación que 40 años después sigue sin arribar).

La necesidad de transformar el sistema político para dotarlo de mayores capacidades para procesar y atender demandas sociales fue un tema recurrente en su producción académica. Camacho Solís promovió la consolidación de una democracia representativa como la mejor alternativa para la renovación del sistema (en un tiempo en el que la vía del exacerbamiento del autoritarismo no había sido, de ninguna manera, descartada). Sin embargo, Manuel también tenía muy presente que la “capacidad de atracción” de los partidos políticos sería un desafío central para la eficacia del sistema democrático en México. En un texto de 1977 alertaba que, sin esta capacidad de atracción “el sistema seguiría enfrentando un grave problema de falta de representación política”.

No obtener la candidatura del PRI en 1994, como muchos esperaban, fue un duro golpe (como ha sido para otros políticos que han tenido posibilidades reales de llegar a la Presidencia, y no han visto dichas posibilidades materializarse). Sin lugar a dudas, el rompimiento que siguió con Carlos Salinas y con el PRI fue un punto de inflexión en su carrera. Pero esta derrota nunca nubló el juicio de Manuel. A partir de ese momento, además de mantener una vigorosa participación política –ahora desde la oposición– retomó la reflexión en torno a los desafíos de la naciente democracia mexicana. En 1994 publicó Cambio sin ruptura, un texto en el que describe los mecanismos que permitirían al PRI dominar el juego político, incluso en un contexto de creciente competencia.

Más adelante, cuando apenas comenzaba el primer gobierno de la alternancia, en los tiempos del “bono democrático” de Vicente Fox, Camacho ya alertaba sobre el riesgo de parálisis; entendió que, aunque el PRI salió de Los Pinos en el año 2000, estaba destinado a mantener una posición dominante en el Congreso. Sólo así se explica que el gobierno de Peña Nieto pudiera desahogar en pocos meses varias de las reformas que se mantuvieron congeladas durante los 12 años de gobiernos del PAN. Desafortunadamente, Manuel también fue visionario al advertir sobre el enorme riesgo que la violencia del crimen organizado implicaba para el país.

Cuando todavía no era tema, hablaba insistentemente sobre la ilegalidad y la necesidad de “evitar que se mezclen los conflictos sociales y políticos con la violencia que genera el mundo de la ilegalidad”. Con el fallecimiento de Manuel Camacho hemos perdido un liderazgo político con espíritu transformador, que demostró capacidad para construir acuerdos en momentos decisivos. También hemos perdido una mente inteligente y certera, que supo interpretar con elocuencia los grandes desafíos de la vida política nacional. Nos hará falta. Lo extrañaremos.

Twitter: @laloguerrero

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