En México, el acceso de las mujeres a los
cargos de elección ha ocurrido a cuentagotas. Ha sido una hazaña compleja
lograr el reconocimiento de nuestras capacidades políticas y también abrir los
espacios que merecemos, siendo más de la mitad de la población.
Recordemos que fue hasta la segunda mitad
del siglo xx cuando se consolidó la demanda de las feministas sufragistas. En
1946 se logró el voto municipal y en 1953 el sufragio femenino a nivel federal.
Desde ese momento, nuestra representatividad en la política fue paulatina, con
un camino sinuoso y lleno de obstáculos.
Las precursoras que abrieron brecha para la
participación política de las mujeres ingresaron primero al Congreso. En 1953
ocurrió la primera elección en la que hubo participación femenina. En ese año
Baja California pasó de ser un territorio a Entidad Federativa y añadiría una
diputación al Congreso, y fue electa Aurora Jiménez Palacios como la primera
diputada federal.
Once años después (en 1964) llegó la
primera mujer a la Cámara Alta, el espacio legislativo de mayor jerarquía en el
Congreso. Se trató de la senadora María Lavalle Urbina, quien expresó su
preocupación por entender y atacar los obstáculos que teníamos para participar
en la vida política.
No obstante, en el caso de las gobernadoras
el camino ha sido todavía más complicado. A pesar de que las acciones
afirmativas para alcanzar la paridad han dado frutos y al día de hoy tenemos un
Congreso federal paritario y varios congresos locales que también se acercan a
esta composición, México sólo ha tenido nueve gobernadoras (ocho electas y una
interina) y ha prevalecido un déficit desde las candidaturas: en las pasadas
elecciones de 2018, de 48 candidaturas a la gubernatura en nueve entidades,
únicamente 11 fueron femeninas.
La subrepresentación de las mujeres en las
gubernaturas de nuestro país contrasta con la presencia de un gabinete
paritario por primera vez en nuestra historia, y con congresos cada vez más
equitativos. De cara al futuro, un gran reto para la representatividad de más
de la mitad de la población es consolidar la paridad en todos los niveles
jerárquicos y en todos los espacios, incluyendo la política.
Por ello, a pesar de las resistencias y con
los antecedentes de quienes abrieron brecha, como la feminista Griselda
Álvarez, electa en 1979, es claro que ha habido y hay varones que no están
dispuestos a reconocer que las mujeres hemos seguido un camino pedregoso rumbo
a las gubernaturas.
Las tres primeras gobernadoras: Griselda
Álvarez, Beatriz Paredes y Dulce María Sauri, ejercieron en entornos
eminentemente masculinos, que sin duda abrieron brecha y permitieron que las
cualidades políticas de las mujeres fuesen observadas. Sin embargo, en su
momento, para poder llegar a esos importantes cargos, tenían que demostrar
habilidades y trayectorias pulcras y sobresalientes, algo que no era
necesariamente exigido a los hombres.
En 2021 tendrá lugar la elección más grande
de la historia de México. Elegiremos 21 368 nuevos representantes populares,
además de que serán renovadas 15 gubernaturas. Las candidaturas para
gobernadores y gobernadoras, siguiendo el acuerdo aprobado por el Instituto
Nacional Electoral en su sesión del 6 de noviembre del presente año, deberán
respetar un principio de paridad, y al menos siete deberán ser femeninas en
cada partido o coalición.
Estamos ante una oportunidad histórica de
fortalecer la representatividad en esos altos cargos, y es estrictamente justo
afirmar que las mujeres que sean postuladas estarán contendiendo por méritos
propios.
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