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lunes, 2 de marzo de 2020

El INE y el “cambio verdadero”



Tiene en parte razón el presidente en su queja de cómo se ha conformado el Consejo
General del IFE; por cuotas y cuates. Pero no es verdad que el PRI siempre mantuvo
mayoría. En 1994 tocaron dos cuotas a cada uno de los partidos grandes. En 1996 el PRI
puso tres consejeros, el PAN dos y la izquierda cuatro (tres del PRD y uno del PT).
Eso
cambió en 2003, cuando Elba Esther Gordillo (PRI) y Germán Martínez Cázares (PAN)
dejaron al PRD fuera de la jugada. Entonces quedaron cinco para el PRI y cuatro para el
PAN. Un duro golpe al IFE. Es la única ocasión en que el Consejo ha sido nombrado sin
consenso partidista. Las cosas después se volvieron e equilibrar entre cuotas de los tres
partidos principales. Lo que habría que impedir es que vuelva a suceder lo de 2003. Justo
después de ese evento, varios analistas propusimos entonces una nueva fórmula para
designar a los consejeros electorales y despartidizar al IFE; a través de una comisión
plural formada por expertos electorales sin vínculos partidarios, para seleccionar a los
consejeros. Con ese mecanismo habría menos probabilidades de cuotas, cuates o
militantes partidistas, y los nombrados sabrían que no los designó un partido en concreto
al cual le debieran el favor. Se sumaron más tarde a esa propuesta organizaciones cívicas
bajo el lema “Ni cuotas ni cuates”. Así, en la reforma electoral de 2014 se introdujo una
fórmula aproximada; un Comité Técnico de Evaluación que presenta a la Cámara Baja una
quinteta de candidatos por cada cargo.

Lo ideal es que se forme ese Comité de manera plural y por consenso. Los designados
esta vez son gente respetable en su trayectoria personal y profesional, y no son miembros
de partido alguno, salvo John Ackerman, que justamente se convirtió en la manzana de la
discordia. Como no cabía esperar otra cosa, la CNDH jugó a favor de su partido
designando justo a Ackerman, pregonero contumaz del presidente y parte del partido
ocial. Uno de siete, cierto, pero los demás son también en su mayoría simpatizantes de
la “4 T” (si bien no incondicionales). Eso no implica que sacrificaron su independencia,
pero faltó pluralidad política en el Comité. En lo que sí hubo pluralidad es en los temas en
los que son especialistas los comisionados; Ackerman es el único experto en elecciones,
los demás lo son —y muy buenos— en constitucionalismo, género, educación, sistema
judicial, corrupción y migración, respectivamente.

Pero lo más lamentable es que no se haya logrado el consenso al configurar el Comité de
Evaluación, pues no es un buen indicio de lo que podría ocurrir con los nuevos
consejeros. El Comité nombrará a cinco prospectos por cada uno de los cuatro cargos
vacantes. Que dicha configuración pueda favorecer o no a Morena dependerá de cómo se
configuren las quintetas. Supongamos que entre las 20 propuestas hay sólo cuatro
claramente alineadas con la “4 T”. Nadie podría negar la pluralidad de esa lista. Si esos
cuatro simpatizantes del gobierno aparecieran agrupados en una sola quinteta, la
mayoría obradorista sólo podría designar a uno de ellos. Si por el contrario cada uno de
esos candidatos apareciera en una quinteta distinta, la aplanadora morenista podría
elegir a todos ellos asegurando un “carro completo”. Dicen muchos obradoristas —
incluido Mario Delgado— que así como el PRI y PAN ponían a leales —“alcahuetes”, les
decía AMLO— ahora le toca a Morena, con lo cual confirman que ese partido no es muy
distinto a los otros. Sería mejor aprender de la historia (como lo de 2003) en lugar de
repetirla, de modo que el “cambio verdadero” no quede sólo en cambio de siglas.

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