Macario Schettino
El martes, además de publicarse el PIB, se publicó la balanza de pagos para todo 2019. Hay un par de temas que me parece que son relevantes en esa información que, como usted sabe, acumula todas las transacciones que tiene México con el exterior.
Por un lado, la cuenta corriente, que mide las transacciones relacionadas con bienes, servicios y factores de producción, se volvió muy positiva durante 2019. Esta es una muy mala noticia, porque lo que significa es que la actividad económica interna se desplomó, y por eso tenemos superávit en esta cuenta. Desde 1980, sólo hemos tenido datos anuales positivos en años realmente trágicos en cuestión económica: 1983-1985 y 1987. En 1995 y 1996 no alcanzó a ser positiva la cuenta corriente, pero se quedó cerca: déficit de 1,500 y 2,500 millones de dólares, respectivamente. En 2019, el déficit fue de 2,400 millones de dólares.
Si quiere verlo de otra manera, entre 1994 y 1995, el déficit en cuenta corriente se redujo en 28 mil millones de dólares, como resultado de la caída económica entre esos dos años, que usted recuerda fue resultado del 'error de diciembre'. Entre 2018 y 2019, la contracción del déficit en cuenta corriente fue de 21 mil millones de dólares. Producto, como usted sabe, del 'error de octubre': la cancelación de la construcción del aeropuerto.
Esa pésima decisión, después reforzada con la cancelación (en términos prácticos) de la reforma energética, ahuyentó la inversión, nacional y extranjera. Ese es el otro dato interesante de la balanza de pagos. La inversión extranjera directa neta pasó de 27 mil a 22 mil 700 millones de dólares, entre 2018 y 2019, lo que implica una caída de -16.1 por ciento anual. Esta contracción tiene su origen en menor inversión del exterior en México y mayor inversión de mexicanos en el exterior.
En el primer caso, la caída es de 35 a 33 mil millones de dólares, -5 por ciento de diferencia. En el segundo, pasamos de 7,700 a 10,200 millones de dólares de inversiones de mexicanos en el exterior, un incremento de casi 33 por ciento. Esto quiere decir que hay menos interés de invertir en el país, pero las actividades de inversión de los mexicanos no se redujeron, nada más que no ocurrieron aquí.
No deben exagerarse estos números: la inversión que viene de fuera simplemente está regresando al valor promedio que teníamos antes de las reformas estructurales, y con razón. Si dichas reformas han dejado de existir, pues el entorno es el previo, cuando recibíamos 22 mil millones de dólares por año, y no los 35 mil posteriores a las reformas. En esos años, la inversión de mexicanos en el exterior rondaba 14 mil millones de dólares, y también parece que hacia allá nos movemos.
Es decir, lo que ocurre en la relación de México con el exterior es exactamente lo que podríamos esperar. Si se toman decisiones para que el país no sea atractivo para la inversión, ésta se mueve a otros países. Si eso implica que la actividad económica se reduce, y por lo tanto importamos menos, pues el saldo de la cuenta corriente se hace positivo. Ese saldo positivo no es otra cosa que una transferencia de ahorro de México hacia el exterior, justamente para financiar inversión en otros países.
Menos inversión implica menor capacidad productiva en el futuro, y por eso no sólo se reduce el crecimiento del presente, sino también el esperable o, como le dicen los economistas, el PIB potencial. No es fácil encontrar ejemplos de gobiernos que hayan cometido errores tan elementales y a la vez tan graves. Por la profundidad del daño, y la dificultad de corregir.
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