La izquierda racional y realista de López Obrador no hay que ponerla en peligro. Foto tomada de la página lopezobrador.org.mx
Después del primero de julio, López Obrador contaba con diversas opciones de conducta, desde aferrarse a la línea más ortodoxa o radical, si se quiere, de su programa de gobierno, también repetido frecuentemente en discursos y declaraciones, o bien asumir un tono conciliatorio con sus "enemigos principales", la mafia del poder que contiene por definición al mundo de la política y la esfera de los empresarios, de dónde, por cierto, surgieron abundante y alegremente los infundios que lo comparaban por ejemplo con Nicolás Maduro de Venezuela.
Y no sólo eso, sino que los infundios más escandalosos que han hablado de quitarle los niños a los padres (últimamente sólo llevado a cabo por la extrema derecha de Donald Trump), de expropiar todos los bienes imaginables de los ricos, y de instalarse en el poder prácticamente de manera indefinida cometiendo toda clase de tropelías. Una dictadura brutal en una palabra. Naturalmente, los que no se tragaron esos infundios, por lo pronto, se encuentran entre el 53% de los electores de AMLO, que lo llevaron a la presidencia de la República.
Por cierto, AMLO ha manifestado sus intenciones programáticas con toda claridad después del día electoral, con reacciones que él mismo buscó o que sus colaboradores buscaron bajo sus instrucciones: la entrevista con Peña Nieto, las conversaciones telefónicas con Trump y el encuentro con su delegación de muy alto nivel, las abundantes reuniones con empresarios de la Ciudad de México y de Monterrey, etc., etc. ¿O algunos verdaderamente enfermos de odio y rencores seguirán creyendo en los infundios anteriores? Por supuesto que hay de todo en la viña del señor… Pero las cosas, como digo, van ahora como las narro aquí…
Con una señal también diáfana y positiva: estos meses y semanas, por lo que ha trascendido en la prensa, AMLO aprovecha el tiempo para trabajar ya intensamente en lo que serán sus primeros días de gobierno: organizar sus equipos, precisar sus facultades y delinear a fondo su programa de gobierno en todos (o casi) los ámbitos. Hasta el punto que no recuerdo yo, desde los años cincuenta, que el candidato triunfador haya llegado con un equipo tan aceitado (y advertido) de lo que se debe hacer, desde el primer día. Y, por supuesto, mostrando como ejemplo al mundo las posibilidades reales que tiene una transformación profunda de la sociedad, sin recurrir a la fuerza o a las algaradas, eso sí, con un incontrastable apoyo de la sociedad plural, lo cual le proporciona también una fuerza política irresistible.
Naturalmente, no todo es miel sobre hojuelas. Entre los apoyos a AMLO ha existido siempre una fracción mucho más radical que le exigirá volver a los cánones de las revoluciones "clásicas": la clase obrera primero y eventualmente las nacionalizaciones, las repúblicas "socialistas" o "comunistas", el materialismo dialéctico… Lo que debe entenderse es que el triunfo aplastante de AMLO se debió precisamente al "abandono" u "olvido" de tales fórmulas de un pasado que en gran medida fracasó, y su intento por recuperar la esencia de aquel conjunto por otras vías. Que no será fácil es claro de entender, pero las izquierdas radicales deben pensar además en las dificultades de llegar al poder en un país capitalista y con Trump al norte.
AMLO ha abierto una enorme avenida inusitada en nuestro país, y el papel de una izquierda racional y realista es aprovechar esa avenida para ampliarla en beneficio del pueblo. No ponerla en peligro como podría estar si en el corto plazo se plantean, e imponen, medidas del ideal más radical.
Ayudemos a AMLO en su tremenda tarea presente, y mostremos el mismo control de voluntad contenida y sin provocaciones que han caracterizado al líder, en su campaña y ahora como presidente electo. Así, estoy seguro, avanzará la nación por los caminos deseados de una justicia social y de una democracia en verdad radicales.
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