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martes, 30 de enero de 2018

Degradación del quehacer político en México


LUIS CARLOS UGALDE


Eso es la postulación de Cuauhtémoc Blanco como precandidato por parte de Morena y sus aliados a la gubernatura de Morelos. Degradación de la vida pública y de las razones de los partidos políticos para escoger a sus candidatos. López Obrador dijo que Blanco fue elegido mediante encuesta y que “el pueblo es sabio, el pueblo sabe lo que le conviene”. Como si la popularidad y la fama fueran sinónimo de honestidad y excelencia para escoger a quienes habrán de gobernarnos.


Los partidos deben actuar con ética al momento de proponer candidatos. Es inadmisible que la popularidad sea el único criterio para seleccionarlos. Es inadmisible que hoy, en aras de concretar una alianza con el Partido Encuentro Social, Morena –cuyo lema ha sido la “honestidad valiente”– postule a quien ha sido señalado de recibir siete millones de pesos para aceptar la nominación como alcalde, hace dos años, de un partido local de Morelos en vías de extinción y que usó a Blanco para salvar el registro. El futbolista ni siquiera cumplía con la residencia en aquella ciudad como criterio mínimo de elegibilidad. Cuando ganó se fue de vacaciones durante los meses de la transición y ni siquiera estuvo presente en el proceso de entrega-recepción de la administración.

También es degradante que Morena considere postular a Greg Sánchez, exalcalde de Benito Juárez (Cancún), para un cargo de elección popular. En 2010, cuando era candidato del PRD a este mismo cargo, fue detenido por presuntas conexiones con el narcotráfico y pasó poco más de un año en prisión. También fue acusado de evasión fiscal y la justicia Argentina le levantó cargos por lavado de dinero. Su esposa, la cubana Niurka Saliva, buscó a fines de 2017 ser candidata a senadora y la solicitud fue denegada por ser mexicana por naturalización. Juan Ignacio García Zalvidea, ahora afiliado al Partido del Trabajo y quien en 2005 fue detenido bajo cargos de peculado por 97 millones de pesos y luego exonerado, los ha acusado de ser la “pareja imperial” y de repartir dinero para comprar apoyo popular. “Quieren debilitar a López Obrador”, acusa. Bonito trío de operadores políticos de la coalición Juntos Haremos Historia.

Lamentable también que la coalición Por México al Frente (PAN-PRD-MC) considere a Ricardo Gallardo Cardona, exalcalde de Soledad de Graciano Sánchez, SLP, e hijo de Ricardo Gallardo Juárez, actual presidente municipal de San Luis Potosí, como candidato a diputado federal. En reiteradas ocasiones ambos han sido señalados por actos de corrupción, enriquecimiento ilícito, amenazas y extorsión a empresarios. El estilo de gobierno de Gallardo Cardona fue caciquil y clientelar. En su gestión se dedicó a pintar edificios, regalar útiles escolares, despensas y agua purificada, organizó eventos culturales e incluso impulsó un equipo de futbol. Pero justamente porque reparte dinero es muy popular y efectivamente podría ser el candidato más competitivo. ¿Y dónde queda la promesa de honestidad de la que habla Ricardo Anaya? ¿Cómo cuestionar a otros de corrupción cuando la avalas para ganar elecciones?

Igualmente degradantes han sido muchas candidaturas del PRI en la última década. Su criterio de popularidad lo llevó a postular a personas que hoy están en la cárcel. Cuando prevalece la lógica de “gana hoy aunque pagues un alto precio de reputación mañana”, la degradación domina la vida pública. Ese parece ser el desafío al que se enfrenta el PRI en Chiapas: sucumbir a las presiones de los líderes locales del Partido Verde o postular a otro candidato con mayor integridad. “Es un error -dicen muchos- porque pierdes votos”. Pero justamente el pragmatismo de seleccionar candidatos que ganen al margen de su integridad personal llevó al PRI a postular a la generación más corrupta de gobernadores en la última década.

Finalmente, en esta danza de la degradación y la falta de escrúpulos se comenta que Manuel Espino, exdirigente nacional del PAN en 2005-2007, se sumaría a la campaña de López Obrador. Noticia sorprendente por dos razones. Porque bajo la óptica de AMLO él es uno de los arquitectos del fraude que le robó la presidencia en 2006 y porque Espino mismo denunció en aquellos años “la actitud cobarde de López Obrador quien simula todo lo que puede a base de mentiras y chantajes. Si ha llegado al extremo de insultar al presidente de todos los mexicanos, qué podríamos esperar de él si llegara a ser presidente”.

Cambiar de bando se vale, pero hay límites al pragmatismo. Justificar cualquier cambio de equipo bajo el argumento de que se vale rectificar, es un llamado a la degradación y el engaño. En las próximas semanas veremos más actos de infidelidad y miseria política.

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