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lunes, 15 de diciembre de 2014

Deslindes

Naufraga el Régimen sin Rumbo ni Estrategia

Por ARMANDO SEPULVEDA IBARRA


Frente a la rebelión pacífica de la sociedad contra el sistema político y sus devaluados protagonistas, a partir de la barbarie de Ayotzinapa, los señores de la clase política gobernante naufragan sin rumbo ni brújula entre la furia de la tormenta y, de manera despótica e irresponsable, acercan al país a cada instante al desfiladero, aferrados a su ignorancia supina con que aspiran a conjurar la ingobernabilidad sin reformarse, como si nada hubiera pasado.

Aún es tiempo de que el tenaz acoso y reclamo de la sociedad a los hombres en el poder con su protesta general por el crimen de Estado de Iguala, afloje la insensibilidad y cinismo de los gobernantes y conduzca a sus extraviadas mentes a revisar hacia adónde guían a la nación con sus desaciertos, incapacidad, omisiones, mentiras, corruptelas e impunidad, para esclarecer con certidumbre la desaparición forzada de los 43 estudiantes normalistas.

Justo en el fondo de las manifestaciones de ira y coraje contra el régimen en estado de descomposición, se hallan muchos agravios más en perjuicio de una sociedad que había soportado con paciencia y resignación la rapaz escuela de los politiquillos de todos los partidos, hábiles para adueñarse de los recursos públicos simulando sin vergüenza o moral alguna la representación de la sociedad. Incluyan aquí, amables lectores, a los desacreditados tres poderes y sus altas burocracias, siempre ávidas de ganancia personal y de vivir del cuento de la democracia sin demócratas ni procesos limpios, cuando todos saben que, para comenzar a juzgarlos, al interior de sus partidos gobiernan auténticas mafias hambrientas de poder y dinero fácil e interesadas en beneficiar con sus acciones de gobierno a los monopolios tipo Televisa, o crearse con sus cuates empresarios de medio pelo empresas al vapor, o usar las suyas, con la mira puesta en asociarse o entregarles obras en licitaciones de dudosa transparencia o de plano corrompidas por el tráfico de influencias, o recibir dádivas por debajo de la mesa, quizá una mansión en Las Lomas de Chapultepec y donaciones de terrenos y residencias, aunque esta vez no venga a propósito de las sospechas de la meteórica fortuna del señor Peña Nieto y su fallida coartada para despejar las suspicacias y la hilaridad de la gente.

Las olas de inconformidad recorren el país, van y regresan más fuertes y, como lo testimonia la prensa imparcial, los escándalos sobre las propiedades de la pareja presidencial se han vuelto la comidilla de todos los días en cualquier lugar de México y, sin embargo, ni el señor Peña Nieto ni su equipo de brillantes colaboradores saben o quieren enterarse que el grito cotidiano, más allá de las sospechas de corrupción, es por que dejen el poder en cerebros más aptos para gobernar y en manos probadas por la honestidad. Debe de haber personas que opinen que dichos señores del nuevo PRI, si fueran sensibles al clamor general y, a la vez, sintieran que así pudieran conservarse en la cima de la burocracia, iniciarían ya un cambio profundo de las corruptas instituciones con la participación de los ciudadanos y, como lo exige la ágora, las pondrían al servicio de la población, en vez de que sirvan como hoy para enriquecer a castas de políticos corruptos y a una minoría de mega millonarios que engruesan sus fortunas a la sombra de aquellos pícaros zalameros.

Atrincherados en la soberbia y el autoritarismo que rememoran al tenebroso diazordacismo y otros pasajes oscuros de la dictadura perfecta, los hombres en el poder todavía no asimilan la magnitud del descontento nacional con resonancia mundial y apuestan a que, al rato, con minucias y paliativos como crear una policía estatal para contener al crimen organizado e invertir unos pesos en zonas paupérrimas, o atentados al pacto federal como anular el municipio libre para someterlo a la Federación y desaparecer ayuntamientos infiltrados, o abrir otra línea telefónica de denuncia y otras insignificancias, al rato van a calmar y convencer a la irritada inconformidad, desactivar el enojo y la pena por el crimen de Estado y a recuperar la confianza, la credibilidad y la huidiza gobernabilidad.
Hubo esta semana, como en las demás, un nuevo traspiés del anónimo hacedor de los discursos del señor Peña Nieto, quien en su lectura en el torpe pero imprescindible telepromter tanteó los ánimos con la insensata y aventurada solicitud a los padres de los 43 desaparecidos por el Estado de que “superen el dolor”, como si sus hijos fueran cosas o hubiera algún remedio instantáneo que curara heridas y agravios como el salvajismo de despojarlos de sus seres queridos con la complicidad del crimen organizado con que cogobiernan muchas autoridades del país y, a la fecha, nada saber de su paradero a excepción de la noticia de que forenses de Innsbruck, Austria, encontraron identidad del ADN de un hueso calcinado en un basurero de Cocula – según la versión de la PGR -- con el del padre de Alexander Mora Venancio, uno de los 43 normalistas desaparecidos por el gobierno.

A toda costa quiere el tambaleante régimen echar mano del socorrido carpetazo al crimen de lesa humanidad, para borrarlo de la memoria nacional y de la creciente protesta y reclamo callejero de “¡Fuera Peña!” y el más reciente “¡Peña asesino!” y desmarcarse de una sociedad que ha decidido sentarlo en el banquillo y exigirle la verdad, justicia, castigo a los verdaderos culpables y, sobre todo, reformar la caducas, corruptas y envejecidas instituciones y estructuras del poder y cambiar la política económica neoliberal por una que rescate a la mayoría de la población de la pobreza, el hambre, el desempleo, la injusticia, la ignorancia, la desigualdad y demás calamidades que han generado políticos ineptos y corruptos al menos en los últimos cuarenta años. Un nuevo destino privilegiaría el desarrollo económico con el impulso de la pequeña y mediana empresa que, como sabemos, crean la mayoría de los empleos y generan riqueza que se distribuye con más equidad que las de las inmensas fortunas monopólicas, muchas de las cuales crecieron al amparo de las privatizaciones de bienes de la nación o con el favoritismo y sociedad de los gobernantes.

El interés del gobierno sueña con dejar las cosas como estaban antes del 26 de septiembre pasado, aciago día de la barbarie de Iguala, para volver a regodearse con su exceso de fantasía y frivolidad, retratarse de nuevo en las portadas de los medios al servicio del neoliberalismo con la etiqueta de “salvadores de México” y esperar a que los grandes capitales transnacionales vengan a colocar al país de un solo golpe mágico en el primer mundo del crecimiento y el empleo, al estilo de las hazañas de varitas de mago de cuentos infantiles. Han de saber, empero, que inseguridad e inestabilidad alejan proyectos.

Fuera de aquellas estrategias de poca trascendencia, el gobierno intenta el desgaste de la protesta nacional con ataques mediáticos a las consciencias de la sociedad, al valerse del perverso bombardeo de hipótesis inconsistentes, pistas falsas, poses demagógicas como la de decirse conmocionados con el crimen de lesa humanidad si antes habían despreciado a las víctimas y sus familiares con la irracional e inhumana comodidad de distanciarse de las desapariciones forzadas con un inconcebible “es un asunto local de Iguala”.

Si los señores en el poder ignoran cómo salir de su atolladero y la ingobernabilidad, salvar su abollado pellejo y encauzar al país lejos de la explosiva encrucijada adonde lo han abismado, para conducirlo hacia un puerto seguro, la sabiduría de la sociedad hallará entre los consejos de la experiencia y las lecciones de la historia el camino firme y esperanzador para salvar a la nación y enfilarla a un porvenir con certeza.

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