Los automóviles en México comenzaron a circular desde 1895, cuando se registró por primera vez la importación de un automotor adquirido por Fernando de Teresa. Al año siguiente Alexander Byron Mohler y William P. de Gress construyeron el primer automóvil –aunque todavía de carácter artesanal– y en 1898 se importaron algunos autos más de origen francés de la marca Delaunay Belleville, de la Benz de Alemania, la italiana Fiat y las compañías estadounidenses Packard y Pope-Toledo. En 1901 se abrió la primera concesionaria y para 1903 se anunció en la prensa la venta de automóviles Oldsmobile en la Ciudad de México.
Lujoso automóvil circulando por la lateral del paseo de la
Reforma en 1910. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de
Antropología e Historia.
El furor por este nuevo medio de transporte contrasta con la
ausencia de un sistema vial y de carreteras que conectaran a la capital con
otras ciudades del país
La celeridad de los eventos descritos indica que el
mercado mexicano era próspero y con potencial de crecimiento, mismo que fue
aprovechado por las diversas marcas automotrices. Algunas contrataron personal
mexicano para la venta de sus automóviles que solían promocionar por catálogo
en la capital. Estos, a su vez, enviaban agentes de ventas a otras ciudades del
interior de la República. En otros casos, contaban con salones para exhibir sus
carros, como la Compañía Mexicana de Vehículos Eléctricos o “Garage
Internacional”, las cuales ofrecían una extensa variedad de autos importados y
el servicio de taller mecánico.
Comparado con el precio de venta en Estados Unidos o Europa,
en México éste era elevado debido al costo de envío, los impuestos de
importación y las comisiones. Además debía pagarse de contado. Pese a ello, los
compradores adquirían autos europeos de un rango medio y de lujo, lo que
explica que la prensa calificara su posesión como un deporte para ricos.
Mientras tanto, la presencia de las compañías estadounidenses en territorio
mexicano –que producían autos de bajo precio– fue cada vez más notable, a
tal punto que para 1908 se convirtió en el tercer mercado más grande para
vehículos fabricados en ese país.
El furor por este nuevo medio de transporte contrasta con la
ausencia de un sistema vial y de carreteras que conectaran a la capital con
otras ciudades del país. Esto no impidió que las elites organizaran excursiones
cada vez más alejadas de los límites de la capital para probar sus automóviles.
Los destinos más populares eran Coyoacán, Tlalpan, San Ángel, Xochimilco,
Chalco y, poco después, las Pirámides de Teotihuacán, Cuernavaca o Puebla.
Asimismo, desde 1903 se organizó la primera carrera automovilística en el
Hipódromo de Peralvillo y el desfile de algunos carros adornados en la Fiesta
Floral en la Alameda.
El presidente Porfirio Díaz desciende de su automóvil
importado de Francia, 1910. Reproducción Autorizada por el Instituto Nacional
de Antropología e Historia.
En 1901 se abrió la primera concesionaria y para 1903 se
anunció en la prensa la venta de automóviles Oldsmobile en la Ciudad
de México
La compra de automóviles y la moda de salir a pasear en
auto, a la par de la organización de una Asociación para la Compostura y
Conservación de Buenos Caminos, o la creación del Automóvil Club México,
impulsaron a las autoridades a acondicionar y petrolizar los viejos caminos
reales, así como a establecer una Junta Directiva de Caminos en 1905. La
aparición de la revista especializada El Automóvil en México en 1907, coincidió
con una fiebre automotriz a la que cada vez se sumaban más aficionados,
incluyendo a Don Porfirio. El presidente de la República comenzó a trasladarse
en un automóvil Panhard 35. H.P. de origen francés, muy afín al gusto del
mandatario. Su primer viaje fue a Tlalpan para asistir a una fiesta organizada
por el gobernador del Distrito Federal, Guillermo de Landa y Escandón. Este
hecho quizá fue un punto de inflexión para la historia del automóvil en nuestro
país, donde su uso con fines recreativos exclusivo para gente adinerada, se
normalizó entre la población.
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