Faro radiante que iluminó el sendero,
guio nuestros pasos desde el momento de nacer,
nos dio protección con ese amor verdadero,
nos enseñó a caminar, a recitar, a leer;
a la madre que incondicionalmente nos cuidó.
A otra mujer que ha compartido el camino
sembrado por doquier de hermosas aventuras,
cómplice, inspiradora de tantas travesuras
de mente clara, inteligente y gusto fino;
a la hermana que en todo instante nos amó.
A la joven bella de nuestra adolescencia,
la que llenó de sueños todos los años mozos,
aquella que nos hizo felices con su presencia
y dejó en la mente recuerdos tan hermosos,
como solo puede dejarlos el primer amor.
La que ha sido nuestra eterna compañera,
Compartiendo con amor nuestra existencia,
nos siguió sin condiciones adonde fuera,
nos entregó confiada toda su inocencia
y a cambio de amor nos regaló su corazón.
A los frutos benditos de ese amor sublime,
a la hija adorada que procreamos los dos;
otra mujer que nos bendice con su lindo amor,
que a ratos nos abraza, nos besa, llora, gime,
y es el más bello regalo que nos dio el Señor
¿A quién, si no, a la mujer hay que reconocer
que es la base absoluta de la humanidad?
¿A quién, si no, a ese extraordinario ser
que ha colmado nuestra vida de felicidad?
¡No podría haber vida sin su bendito amor!
A quién, si no, a ella, a la mujer amada,
Inspiración sublime de libros y de versos,
Que de niños nos enseñó cómo llegar al cielo,
la que fue en la juventud nuestro consuelo;
aquella madre solícita e idolatrada.
A la que fuera nuestro bello amor primero,
que nos robaba en las noches nuestro sueño,
a la que entregamos el cariño verdadero,
dama hechicera de nuestro dulce ensueño;
aquella hermosa mujer siempre recordada.
A todas las mujeres que amamos en la vida,
a las que de muchísimas maneras nos amaron,
que tuvieron en nuestro corazón prendida
esa magia de amor que siempre cultivaron,
con esa alma sensible, pura y reservada.
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