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domingo, 7 de marzo de 2021

La mujer y su rol en el desarrollo de las sociedades

 

 

 




 

 Si existe un tema que ha sido profusamente abordado y analizado en el ámbito del desarrollo en todos los países del mundo, éste ha sido sin duda el del género y concretamente el rol que desempeñan las mujeres en la mejora de las condiciones socio-económicas y políticas de las sociedades.

Es cierto que la realidad de la mujer es diferente dependiendo del lugar geográfico en el que se encuentre ubicada. La gran variedad de países que conforman el planeta provoca que nos hallemos con múltiples modelos aplicables a la situación en la que se encuentra una determinada mujer. Cada país regula el tema de género de forma diferente, de tal forma que las mujeres se ven integradas o apartadas de la sociedad en mayor o menor medida y dependiendo de la estructura socio-cultural de cada sociedad

. Generalmente, suele haber una corresponsabilidad entre una mejor situación de la mujer en países desarrollados frente a una situación de mayor discriminación en los países en vías de desarrollo. El rol de la mujer en cada una de las sociedades depende de muchos factores que condicionan su vida, como son la cultura, las tradiciones, la religión, etc.

El rol de la mujer se ha circunscrito, desde el inicio de la construcción de la sociedad, al ámbito estrictamente familiar. Progresivamente, la mujer irá asumiendo otros roles en el ámbito público tras las reivindicaciones llevadas a cabo para conseguir avanzar en las conquistas que el otro género, los hombres, iban adquiriendo de acuerdo con la propia evolución del mundo. Las mujeres de los países desarrollados se han ido incorporando al desarrollo de sus países como consecuencia de una búsqueda y un anhelo constante para obtener la igualdad con el hombre, pero manteniendo el respeto a la diversidad. La mujer ha sido consciente de que su incorporación a la sociedad no se puede realizar mediante una política de desplazamiento que hubiera tenido como consecuencia un rechazo frontal a sus posiciones.

La lucha de las mujeres de los países desarrollados se originó gracias al acceso progresivo de la mujer a la educación formal, plataforma fundamental que les proporcionó un arma muy poderosa de formación e información a través de la cual canalizaron sus aspiraciones y reivindicaciones sociales y políticas, así como su integración en el mercado laboral.

Este acceso ha permitido el inicio del proceso y, aunque queda todavía mucho camino por andar, el trecho recorrido ha colocado a la mujer si no en un nivel igualitario con el hombre, sí en unas cotas de igualdad muy superiores a las mantenidas en épocas pasadas. La autonomía de la mujer comienza por su independencia económica, un elemento clave para el disfrute del resto de derechos, por lo que la integración de la mujer al mercado laboral es esencial, aun cuando siguen existiendo aspectos muy controvertidos como son la igualdad de retribución por un mismo cargo desempeñado y la conciliación laboral y familiar.

Respecto a la igualdad de retribución salarial, a pesar de que se han conseguido avances aún queda mucho para poder alcanzar la igualdad, según señala la Organización Internacional del Trabajo (OIT) al indicar que los salarios promedios de las mujeres son entre un 4 y un 36% inferiores a los de los hombres, y la brecha salarial aumenta en términos absolutos para las mujeres que ganan más. En Europa la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 19% y llega casi a doblarse en Estados Unidos con un 36%.

En España una mujer cobra un 17% menos de salario que un hombre por hacer el mismo trabajo, pese a que aquélla tiene una mejor educación y está mejor formada. Pero si se atendiera a los factores de capital humano, es decir, a aquello que hace objetivamente productivo a un individuo en el mercado laboral, como son el nivel educativo, la experiencia, la ocupación, la categoría profesional, el ámbito rural o urbano, así como a los meses trabajados por año y a las horas trabajadas por semana, esa mujer debería cobrar un 2% más que el hombre.

Centrándose este estudio en España, esa parte no se puede explicar en función de factores objetivos, sino que se debe a la pura discriminación. La OIT en dicho informe reconoce su incapacidad para explicar por qué las mujeres, aun gozando de una educación y una formación muy superior a la de los hombres y mostrando valores similares en el resto de factores de capital humano, son éstos, los hombres, los que más ganan en todos los sectores y en todas las escalas salariales.

La OIT reconoce que si la reducción de la brecha salarial entre hombres y mujeres sigue a este ritmo aún será necesario que transcurran 71 años para eliminarla. También entre las propias mujeres se aprecian diferencias en función de si tienen hijos o no. El Informe Mundial de Salarios concluye que la sociedad penaliza la maternidad, no sólo salarialmente con una media del 5% en España, sino que, además, cuantos más hijos tenga una mujer menos sueldo percibirá en relación a los hombres y a las mujeres sin descendencia. Con los hombres ocurre sin embargo lo contrario: cuantos más hijos tiene un hombre, más ganancias percibe. También se puede concluir que la brecha salarial se reduce si la madre trabajadora tiene niñas en lugar de niños: se supone que las niñas pueden ayudar más en las tareas del hogar y liberan a la madre para trabajar más horas.

Respecto a la conciliación laboral y familiar se produce la siguiente paradoja: si bien la mujer se ha incorporado a la sociedad y al mundo productivo, una vez alcanzado ese paso continúa asumiendo la carga familiar. El reto al que se enfrentan estas sociedades en la actualidad consiste en conciliar ambas vidas, la laboral y familiar, tanto para hombres como para mujeres. Así, se favorecerá un reparto más equitativo entre ambos sexos y esto contribuirá a la igualdad real.

Otro aspecto relevante en el que centrarse dentro el análisis de la realización de género y desarrollo es el referente al liderazgo y la participación política de las mujeres. Las mujeres obtienen una escasa representación no sólo como votantes, sino también en los puestos directivos, ya sea en cargos electos, en la administración pública, el sector privado o el mundo académico.

Esta realidad contrasta con su indudable capacidad como líderes y agentes de cambio, y su derecho a participar por igual en la gobernanza democrática. Las mujeres se enfrentan a dos tipos de obstáculos a la hora de participar en la vida política. Por un lado, las barreras estructurales creadas por leyes, y por otro las instituciones discriminatorias que siguen limitando las opciones que tienen las mujeres para votar o presentarse a elecciones.

Las brechas relativas a las capacidades provocan que las mujeres tengan menor probabilidad que los hombres para contar con la educación, los contactos y los recursos necesarios para convertirse en líderes eficaces.

Como señala la resolución sobre la participación de la mujer en la política aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2011, “las mujeres siguen estando marginadas en gran medida de la esfera política en todo el mundo, a menudo como resultado de leyes, prácticas, actitudes y estereotipos de género discriminatorios, bajos niveles de educación, falta de acceso a servicios de atención sanitaria y a la pobreza que las afecta de manera desproporcionada”.

Es interesante poner el acento sobre algunos datos de esta problemática publicados este 2015: sólo un 22% del total de parlamentarios nacionales eran mujeres, lo que significa que la proporción de mujeres parlamentarias ha aumentado muy lentamente desde 1995, cuando se situaba en un 11,3%; 11 mujeres eran Jefas de Estado y había 13 Jefas de Gobierno

Ruanda es el país del mundo con mayor número de parlamentarias (un 63,8% de los escaños de la cámara baja)

 A escala mundial, había 37 Estados donde las mujeres representaban menos del 10% del total de miembros del parlamento en cámaras individuales o cámaras bajas, incluyendo 6 cámaras con ninguna mujer en absoluto.

Sólo un 17% de los cargos ministeriales estaban ocupados por mujeres, y la mayoría de ellas se ocupaba de los sectores sociales, como la educación y la salud.

En general, se considera que la “masa crítica” con respecto a la representación de las mujeres se sitúa en el 30%, lo que supone afirmar que 41 países habían alcanzado dicho porcentaje de referencia, de los cuales 11 se encuentran en el continente africano y 9 en América latina.

A diferencia de lo que se suele suponer, la presencia de un mayor número de mujeres en la política no está correlacionada con niveles más bajos de corrupción. Antes bien, se aprecia la existencia de una correlación entre los sistemas políticos democráticos y transparentes y unos niveles de corrupción reducida. Ambos elementos crean a su vez un entorno propicio para un incremento de la participación de las mujeres.

Si la situación en los países desarrollados dista mucho de haber alcanzado la igualdad, como se puede ver, en los países en desarrollo la realidad es mucho más compleja. Estos países no solo se encuentran condicionados por la falta de desarrollo económico, sino que la cultura, la idiosincrasia y las tradiciones condicionan enormemente la sociedad y la estructura de la misma.

En estos países, la mujer centra sus esfuerzos en el sector reproductivo y en la economía informal, realiza todos los cuidados familiares y contribuye al sostenimiento familiar desde el punto de vista afectivo y de cooperación con los hombres, pero queda apartada de la toma de decisiones tanto dentro del seno familiar como del comunitario además de quedar excluida de la participación en la esfera pública en la mayoría de los casos.

En estas sociedades, la mujer no tiene acceso a la educación formal, existiendo tasas de analfabetismo muy elevadas (alrededor de un 70% corresponde a las mujeres) por lo que el analfabetismo sigue teniendo cara de mujer, y este hecho provoca que lo que supuso para la mayoría de las mujeres de países desarrollados un punto de partida en pro de conseguir la integración en sus sociedades y la lucha por conseguir la igualdad de sus derechos, en estos países del Tercer Mundo sigue constituyendo un freno para conseguirlo.

Diferentes estudios han puesto de relieve que la incorporación de la mujer a la sociedad es la única vía para conseguir avanzar en el desarrollo, ya que es económicamente rentable.

Las mujeres representan poco más de la mitad de la población mundial pero su contribución y la participación femenina en la fuerza laboral se ha mantenido por debajo de la participación masculina. Las mujeres realizan la mayor parte de los trabajos no remunerados, y, cuando tienen un empleo remunerado, están sobrerrepresentadas en el sector informal y entre la población pobre.

Los desafíos del crecimiento, la creación de empleo y la inclusión están estrechamente relacionados. Si bien el crecimiento y la estabilidad son necesarios para ofrecer a las mujeres las oportunidades que necesitan, la participación de la mujer en el mercado de trabajo también es parte de la ecuación de crecimiento y estabilidad. Conceder mejores oportunidades para las mujeres también puede significar obtener un mayor desarrollo económico en las economías en desarrollo, por ejemplo a través de un aumento del número de matrículas escolares de las niñas.

La aplicación de políticas que corrijan las distorsiones del mercado laboral y creen igualdad de condiciones ofrecerá a las mujeres la oportunidad de desarrollar su potencial y participar en la vida económica de manera más visible.

Frente a esta realidad, se vienen utilizando diversas aproximaciones a las estrategias y políticas públicas para conseguir avanzar hacia la igualdad de género y fortalecer el papel de la mujer. La equidad de género es fundamental para mejorar las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales de la sociedad en su conjunto, y también contribuye a lograr una ciudadanía más integral para fortalecer la gobernabilidad democrática. Lograr la equidad de género es un reto para todas las sociedades y sus gobiernos, tanto es así que, dentro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, se encuentra el objetivo de promover la Equidad de Género y la Autonomía de la Mujer (ODM 3)

Para lograr estos objetivos es necesario que problemas como la pobreza, la falta de acceso a la educación, servicios de salud y la ausencia de oportunidades de empleo y trabajo productivo dejen de afectar principalmente en las mujeres. Es también ineludible que se formulen y estructuren los medios pertinentes para desarrollar las mismas capacidades, oportunidades y seguridad reduciendo su vulnerabilidad a la violencia y al conflicto, esto con el fin de que tanto los hombres como las mujeres tengan la libertad y la capacidad de elegir y decidir de manera estratégica y positiva sobre sus condiciones de vida.

Como se ha señalado más arriba, las condiciones de igualdad de género difieren notablemente de las sociedades desarrolladas a las no desarrolladas, si bien es cierto que, a pesar de los logros conseguidos en las primeras, la igualdad de género no se ha logrado. En los países en vías de desarrollo la desigualdad de género es una constante en la dinámica de funcionamiento de la sociedad, y la mujer pasa a convertirse en el colectivo más vulnerable y discriminado de estos países. Si verdaderamente se quiere conseguir avanzar en el desarrollo es necesario incorporar a ambos géneros en dicho proceso. Si se continúa relegando a la mujer a un segundo plano, sin mejorar el acceso a los diversos sectores de la vida social, económica, política y cultural del país, el desarrollo estará condenado a convertirse en una meta inalcanzable.

La igualdad efectiva entre hombres y mujeres continúa siendo más un objetivo que una realidad en todo el mundo. Vivimos en un mundo desigual e injusto, en el que hay que hacer frente a relaciones asimétricas de poder generadoras de variadas formas de desigualdad y a la vulneración de derechos económicos, sociales y políticos de muchas personas y especialmente de las mujeres. Por ello es necesario seguir realizando aportaciones que contribuyan a que la igualdad avance, tanto desde el punto de vista del análisis como de la intervención.

Debemos implementar todas las acciones necesarias para avanzar hacia un desarrollo sostenible, que pasa por la inclusión de las mujeres en todos los procesos de la vida, fomentando la incorporación universal de las niñas a todos los ciclos de enseñanza, apoyando su inserción real en el mercado laboral y el espacio público, mejorando la gestión de su tiempo familiar y privado para no se vean sobrecargadas en exceso, fomentando la lucha contra la violencia de género en todas y cada una de sus manifestaciones, fortalecer la autoestima de las mujeres para que puedan identificarse como sujetos de derechos, etc.  

Si verdaderamente las sociedades quieren avanzar en el desarrollo y bienestar de sus miembros, esto no se podrá lograr sin incorporar a la mitad de la masa laboral, las mujeres, sin que se vean postergadas a ser meras espectadoras.

 

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