Si existe un tema que ha sido profusamente abordado y
analizado en el ámbito del desarrollo en todos los países del mundo, éste ha
sido sin duda el del género y concretamente el rol que desempeñan las mujeres
en la mejora de las condiciones socio-económicas y políticas de las sociedades.
Es cierto que la realidad de la mujer es diferente
dependiendo del lugar geográfico en el que se encuentre ubicada. La gran
variedad de países que conforman el planeta provoca que nos hallemos con
múltiples modelos aplicables a la situación en la que se encuentra una
determinada mujer. Cada país regula el tema de género de forma diferente, de
tal forma que las mujeres se ven integradas o apartadas de la sociedad en mayor
o menor medida y dependiendo de la estructura socio-cultural de cada sociedad
. Generalmente, suele haber una corresponsabilidad entre una
mejor situación de la mujer en países desarrollados frente a una situación de
mayor discriminación en los países en vías de desarrollo. El rol de la mujer en
cada una de las sociedades depende de muchos factores que condicionan su vida,
como son la cultura, las tradiciones, la religión, etc.
El rol de la mujer se ha circunscrito, desde el inicio de la
construcción de la sociedad, al ámbito estrictamente familiar. Progresivamente,
la mujer irá asumiendo otros roles en el ámbito público tras las
reivindicaciones llevadas a cabo para conseguir avanzar en las conquistas que
el otro género, los hombres, iban adquiriendo de acuerdo con la propia
evolución del mundo. Las mujeres de los países desarrollados se han ido
incorporando al desarrollo de sus países como consecuencia de una búsqueda y un
anhelo constante para obtener la igualdad con el hombre, pero manteniendo el
respeto a la diversidad. La mujer ha sido consciente de que su incorporación a
la sociedad no se puede realizar mediante una política de desplazamiento que
hubiera tenido como consecuencia un rechazo frontal a sus posiciones.
La lucha de las mujeres de los países desarrollados se
originó gracias al acceso progresivo de la mujer a la educación formal,
plataforma fundamental que les proporcionó un arma muy poderosa de formación e
información a través de la cual canalizaron sus aspiraciones y reivindicaciones
sociales y políticas, así como su integración en el mercado laboral.
Este acceso ha permitido el inicio del proceso y, aunque
queda todavía mucho camino por andar, el trecho recorrido ha colocado a la
mujer si no en un nivel igualitario con el hombre, sí en unas cotas de igualdad
muy superiores a las mantenidas en épocas pasadas. La autonomía de la
mujer comienza por su independencia económica, un elemento clave para el
disfrute del resto de derechos, por lo que la integración de la mujer al
mercado laboral es esencial, aun cuando siguen existiendo aspectos muy
controvertidos como son la igualdad de retribución por un mismo cargo
desempeñado y la conciliación laboral y familiar.
Respecto a la igualdad de retribución salarial, a pesar
de que se han conseguido avances aún queda mucho para poder alcanzar la
igualdad, según señala la Organización Internacional del Trabajo (OIT) al
indicar que los salarios promedios de las mujeres son entre un 4 y un 36% inferiores
a los de los hombres, y la brecha salarial aumenta en términos absolutos para
las mujeres que ganan más. En Europa la brecha salarial entre hombres y mujeres
es del 19% y llega casi a doblarse en Estados Unidos con un 36%.
En España una mujer cobra un 17% menos de salario que un
hombre por hacer el mismo trabajo, pese a que aquélla tiene una mejor
educación y está mejor formada. Pero si se atendiera a los factores de
capital humano, es decir, a aquello que hace objetivamente productivo a un
individuo en el mercado laboral, como son el nivel educativo, la
experiencia, la ocupación, la categoría profesional, el ámbito rural o urbano,
así como a los meses trabajados por año y a las horas trabajadas por
semana, esa mujer debería cobrar un 2% más que el hombre.
Centrándose este estudio en España, esa parte no se puede
explicar en función de factores objetivos, sino que se debe a la pura discriminación.
La OIT en dicho informe reconoce su incapacidad para explicar por qué las
mujeres, aun gozando de una educación y una formación muy superior a la de los
hombres y mostrando valores similares en el resto de factores de capital
humano, son éstos, los hombres, los que más ganan en todos los sectores y en
todas las escalas salariales.
La OIT reconoce que si la reducción de la brecha salarial
entre hombres y mujeres sigue a este ritmo aún será necesario que transcurran
71 años para eliminarla. También entre las propias mujeres se aprecian diferencias
en función de si tienen hijos o no. El Informe Mundial de Salarios concluye
que la sociedad penaliza la maternidad, no sólo salarialmente con una
media del 5% en España, sino que, además, cuantos más hijos tenga una
mujer menos sueldo percibirá en relación a los hombres y a las mujeres sin
descendencia. Con los hombres ocurre sin embargo lo contrario: cuantos más
hijos tiene un hombre, más ganancias percibe. También se puede concluir que la
brecha salarial se reduce si la madre trabajadora tiene niñas en lugar de
niños: se supone que las niñas pueden ayudar más en las tareas del hogar y
liberan a la madre para trabajar más horas.
Respecto a la conciliación laboral y familiar se
produce la siguiente paradoja: si bien la mujer se ha incorporado a la sociedad
y al mundo productivo, una vez alcanzado ese paso continúa asumiendo la carga
familiar. El reto al que se enfrentan estas sociedades en la actualidad
consiste en conciliar ambas vidas, la laboral y familiar, tanto para hombres
como para mujeres. Así, se favorecerá un reparto más equitativo entre ambos
sexos y esto contribuirá a la igualdad real.
Otro aspecto relevante en el que centrarse dentro el
análisis de la realización de género y desarrollo es el referente al
liderazgo y la participación política de las mujeres. Las mujeres obtienen una
escasa representación no sólo como votantes, sino también en los puestos
directivos, ya sea en cargos electos, en la administración pública, el sector
privado o el mundo académico.
Esta realidad contrasta con su indudable capacidad como
líderes y agentes de cambio, y su derecho a participar por igual en la
gobernanza democrática. Las mujeres se enfrentan a dos tipos de obstáculos a la
hora de participar en la vida política. Por un lado, las barreras estructurales
creadas por leyes, y por otro las instituciones discriminatorias que siguen
limitando las opciones que tienen las mujeres para votar o presentarse a
elecciones.
Las brechas relativas a las capacidades provocan que las
mujeres tengan menor probabilidad que los hombres para contar con la educación,
los contactos y los recursos necesarios para convertirse en líderes eficaces.
Como señala la resolución sobre la participación de la mujer
en la política aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2011,
“las mujeres siguen estando marginadas en gran medida de la esfera política en
todo el mundo, a menudo como resultado de leyes, prácticas, actitudes y
estereotipos de género discriminatorios, bajos niveles de educación, falta de
acceso a servicios de atención sanitaria y a la pobreza que las afecta de
manera desproporcionada”.
Es interesante poner el acento sobre algunos datos de esta
problemática publicados este 2015: sólo un 22% del total de parlamentarios
nacionales eran mujeres, lo que significa que la proporción de mujeres parlamentarias
ha aumentado muy lentamente desde 1995, cuando se situaba en un 11,3%; 11
mujeres eran Jefas de Estado y había 13 Jefas de Gobierno
Ruanda es el país del mundo con mayor número de
parlamentarias (un 63,8% de los escaños de la cámara baja)
A escala mundial,
había 37 Estados donde las mujeres representaban menos del 10% del total de
miembros del parlamento en cámaras individuales o cámaras bajas, incluyendo 6
cámaras con ninguna mujer en absoluto.
Sólo un 17% de los cargos ministeriales estaban ocupados por
mujeres, y la mayoría de ellas se ocupaba de los sectores sociales, como la
educación y la salud.
En general, se considera que la “masa crítica” con respecto
a la representación de las mujeres se sitúa en el 30%, lo que supone afirmar
que 41 países habían alcanzado dicho porcentaje de referencia, de los cuales 11
se encuentran en el continente africano y 9 en América latina.
A diferencia de lo que se suele suponer, la presencia de un
mayor número de mujeres en la política no está correlacionada con niveles más
bajos de corrupción. Antes bien, se aprecia la existencia de una correlación
entre los sistemas políticos democráticos y transparentes y unos niveles de
corrupción reducida. Ambos elementos crean a su vez un entorno propicio para un
incremento de la participación de las mujeres.
Si la situación en los países desarrollados dista mucho de
haber alcanzado la igualdad, como se puede ver, en los países en desarrollo la
realidad es mucho más compleja. Estos países no solo se encuentran
condicionados por la falta de desarrollo económico, sino que la cultura, la
idiosincrasia y las tradiciones condicionan enormemente la sociedad y la
estructura de la misma.
En estos países, la mujer centra sus esfuerzos en el sector
reproductivo y en la economía informal, realiza todos los cuidados familiares y
contribuye al sostenimiento familiar desde el punto de vista afectivo y de
cooperación con los hombres, pero queda apartada de la toma de decisiones tanto
dentro del seno familiar como del comunitario además de quedar excluida de la
participación en la esfera pública en la mayoría de los casos.
En estas sociedades, la mujer no tiene acceso a la educación
formal, existiendo tasas de analfabetismo muy elevadas (alrededor de un 70%
corresponde a las mujeres) por lo que el analfabetismo sigue teniendo cara de
mujer, y este hecho provoca que lo que supuso para la mayoría de las mujeres de
países desarrollados un punto de partida en pro de conseguir la integración en
sus sociedades y la lucha por conseguir la igualdad de sus derechos, en estos
países del Tercer Mundo sigue constituyendo un freno para conseguirlo.
Diferentes estudios han puesto de relieve que la
incorporación de la mujer a la sociedad es la única vía para conseguir avanzar
en el desarrollo, ya que es económicamente rentable.
Las mujeres representan poco más de la mitad de la población
mundial pero su contribución y la participación femenina en la fuerza laboral
se ha mantenido por debajo de la participación masculina. Las mujeres realizan
la mayor parte de los trabajos no remunerados, y, cuando tienen un empleo
remunerado, están sobrerrepresentadas en el sector informal y entre la
población pobre.
Los desafíos del crecimiento, la creación de empleo y la
inclusión están estrechamente relacionados. Si bien el crecimiento y la
estabilidad son necesarios para ofrecer a las mujeres las oportunidades que
necesitan, la participación de la mujer en el mercado de trabajo también es
parte de la ecuación de crecimiento y estabilidad. Conceder mejores
oportunidades para las mujeres también puede significar obtener un mayor
desarrollo económico en las economías en desarrollo, por ejemplo a través de un
aumento del número de matrículas escolares de las niñas.
La aplicación de políticas que corrijan las distorsiones del
mercado laboral y creen igualdad de condiciones ofrecerá a las mujeres la
oportunidad de desarrollar su potencial y participar en la vida económica de
manera más visible.
Frente a esta realidad, se vienen utilizando diversas
aproximaciones a las estrategias y políticas públicas para conseguir avanzar
hacia la igualdad de género y fortalecer el papel de la mujer. La equidad
de género es fundamental para mejorar las condiciones económicas,
sociales, políticas y culturales de la sociedad en su conjunto, y también
contribuye a lograr una ciudadanía más integral para fortalecer la
gobernabilidad democrática. Lograr la equidad de género es un reto para
todas las sociedades y sus gobiernos, tanto es así que, dentro de los Objetivos
de Desarrollo del Milenio, se encuentra el objetivo de promover la Equidad de
Género y la Autonomía de la Mujer (ODM 3)
Para lograr estos objetivos es necesario que problemas como
la pobreza, la falta de acceso a la educación, servicios de salud y la ausencia
de oportunidades de empleo y trabajo productivo dejen de afectar principalmente
en las mujeres. Es también ineludible que se formulen y estructuren los medios
pertinentes para desarrollar las mismas capacidades, oportunidades y seguridad
reduciendo su vulnerabilidad a la violencia y al conflicto, esto con el fin de
que tanto los hombres como las mujeres tengan la libertad y la capacidad de
elegir y decidir de manera estratégica y positiva sobre sus condiciones de
vida.
Como se ha señalado más arriba, las condiciones de igualdad
de género difieren notablemente de las sociedades desarrolladas a las no
desarrolladas, si bien es cierto que, a pesar de los logros conseguidos en las
primeras, la igualdad de género no se ha logrado. En los países en vías de
desarrollo la desigualdad de género es una constante en la dinámica de
funcionamiento de la sociedad, y la mujer pasa a convertirse en el colectivo
más vulnerable y discriminado de estos países. Si verdaderamente se quiere
conseguir avanzar en el desarrollo es necesario incorporar a ambos géneros en
dicho proceso. Si se continúa relegando a la mujer a un segundo plano, sin
mejorar el acceso a los diversos sectores de la vida social, económica,
política y cultural del país, el desarrollo estará condenado a convertirse en
una meta inalcanzable.
La igualdad efectiva entre hombres y mujeres continúa siendo
más un objetivo que una realidad en todo el mundo. Vivimos en un mundo desigual
e injusto, en el que hay que hacer frente a relaciones asimétricas de poder
generadoras de variadas formas de desigualdad y a la vulneración de derechos
económicos, sociales y políticos de muchas personas y especialmente de las
mujeres. Por ello es necesario seguir realizando aportaciones que contribuyan a
que la igualdad avance, tanto desde el punto de vista del análisis como de la
intervención.
Debemos implementar todas las acciones necesarias para
avanzar hacia un desarrollo sostenible, que pasa por la inclusión de las
mujeres en todos los procesos de la vida, fomentando la incorporación universal
de las niñas a todos los ciclos de enseñanza, apoyando su inserción real en el
mercado laboral y el espacio público, mejorando la gestión de su tiempo
familiar y privado para no se vean sobrecargadas en exceso, fomentando la lucha
contra la violencia de género en todas y cada una de sus manifestaciones, fortalecer
la autoestima de las mujeres para que puedan identificarse como sujetos de
derechos, etc.
Si verdaderamente las sociedades quieren avanzar en el
desarrollo y bienestar de sus miembros, esto no se podrá lograr sin incorporar
a la mitad de la masa laboral, las mujeres, sin que se vean postergadas a ser
meras espectadoras.
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