La falta de claridad acerca de lo que debe entenderse por mujer, y la dudosa relación con su constitución fisiológica, puede derivar fácilmente en la idea de que por esa palabra basta comprender un género: una construcción cultural e individual
El 8 de marzo conmemoramos el Día Internacional de la Mujer
y, sin embargo, es curioso pensar que, en esta como en otras instancias, cuando
hacemos referencia a la “mujer” en realidad no estamos hablando de lo mismo.
Al hablar de una la película Una mujer fantástica, por
ejemplo, apelamos a un contenido distinto del que probablemente se otorga al
Ministerio de la Mujer.
Mientras que para algunos el vocablo “mujer” está definido
por el sexo biológico femenino, para otros no hace referencia sino a una
construcción cultural —un género— cuyo contenido depende de un determinado
tiempo y lugar, o de cada persona. Incluso hay quienes consideran que se trata
de una categoría binaria que debe ser superada. Y entre estos extremos del
espectro, encontramos una infinidad de concepciones que muchas veces no tienen
ningún común denominador. ¿Qué significa ser mujer? ¿Podemos distinguir en ella
alguna característica sustantiva que la diferencie esencialmente del hombre?
¿Tiene sentido siquiera hacer esa distinción?
La respuesta a estas interrogantes excede el interés
teórico, pues las implicancias públicas y privadas que se derivan del hecho de
ser hombre o mujer (o identificarse como tal) —actualmente y a lo largo de la
historia— no se limitan a la abstracción filosófica, sino que nos dicen algo de
lo que somos y lo que podríamos ser. Así, por ejemplo, durante muchos siglos
primó una mirada determinista en que las características y funciones atribuidas
a hombres y mujeres serían consecuencias permanentes y necesarias de las
diferencias biológicas. Lo que suponía, además, cierta inferioridad femenina
que muchas veces se tradujo en situaciones de abuso y discriminación. El
feminismo, en sus distintas versiones, es justamente una rebelión contra esa
postura. La primera oleada feminista de fines del siglo XIX e inicios del XX
buscaba la equiparación de los derechos civiles y políticos, que habían sido
negados aduciendo la falta de capacidades “naturales” femeninas.
En su obra El segundo sexo (1949), Simone de
Beauvoir inaugura la segunda ola feminista, que va a dar un salto radical en la
comprensión de la intrincada relación entre sexo y género. Con su famosa frase
“La mujer no nace, sino que se hace”, la filósofa francesa deja abierta la
pregunta que nos inquieta: ¿qué es ser mujer? Para Beauvoir, lo que en
Occidente se ha entendido por “mujer” no es sino una construcción del
patriarcado para subyugarla utilizando sobre todo sus características
biológicas —“las ataduras de la naturaleza”— y, en particular, la maternidad
para estos propósitos. Y aunque apunta a la liberación femenina de esta noción
patriarcal, no define explícitamente qué es lo que debiera entenderse entonces
por mujer, qué relevancia tendría el sexo biológico en este sentido, y si en
realidad existe algo específicamente femenino que sirva de base para elaborar
una nueva concepción.
La falta de claridad acerca de lo que debe entenderse por
mujer, y la dudosa relación con su constitución fisiológica, puede derivar
fácilmente en la idea de que por esa palabra basta comprender un género: una
construcción cultural e individual. Pero si esa construcción no se enraíza en
ninguna permanencia, entonces no se ve por qué debemos hacer alusión
exclusivamente a dos géneros: femenino y masculino. Bien podrían existir tantos
como el ser humano posea capacidad de construcción. De paso, eso implica que la
misma mujer podría no existir.
El asunto no es en absoluto sencillo. Prueba de ello son las
innumerables teorías filosóficas y científicas que han surgido últimamente
—desde la metafísica hasta la neurociencia— para intentar responder al enigma
de los sexos, que finalmente remite a la compleja relación entre naturaleza y
cultura: en qué medida opera cada una de estas dimensiones en nuestra
comprensión de la sexualidad humana y del lugar que ella ocupa en nuestras
formas de organización social.
Ya sabemos lo nocivos que son los estereotipos de género,
aunque ellos de hecho persistan; sin embargo, actualmente nos encontramos
inmersos en una Torre de Babel que tampoco nos deja muy bien situados. Si no
queremos que la reivindicación de la mujer termine vaciándose de sentido, al
menos debemos plantearnos estas preguntas de modo honesto.
No hay comentarios :
Publicar un comentario