El nombramiento de la maestra Delfina Gómez
es, a mi juicio, de esperanza. Sin duda para tomarse con optimismo cauto, pero
con rasgos positivos a destacar en su perfil y trayectoria. A mí sí me hace
ilusión que al frente de la SEP para su cumpleaños 100 –en octubre de 2021– y
de los 50 años del Consejo Nacional de Fomento Educativo, el heroico Conafe,
llegue justamente alguien que representa lo que el sistema quiere lograr:
mujer, maestra, con experiencia de representación popular.
Que cien años después del aristocrático
Vasconcelos, quien entró en 1921 al viejo ex Convento de San Gregorio, donde
desde entonces tiene sede la dependencia, con corbatín de pajarita, zapato de
doble color y sombrero de carrete, en un país de huarache, manta y sombrerote,
y ahora llegue el sobrio traje sastre o el chaleco de invierno de la profesora
Gómez, no tan distinto de las mamás y maestras de los niños a quienes llega a
servir, me resulta digno de congratulación.
La maestra Delfina no sólo fue maestra
frente a grupo de primaria, sino que dirigió el centro escolar más grande de
Texcoco por diez años, además de tener la experiencia de haber sido también
directora de un colegio particular de enfoque integral, y también funcionaria
estatal. Es egresada de la Normal, de la Universidad Pedagógica y del Tec de
Monterrey, y ese abanico puede permitirle una diversidad de referencias que no
la cierre a una única versión o enfoque de las cosas.
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Muchos de los últimos titulares de la SEP
–y me consta por la confianza con la que me permitieron tener conversaciones
francas, incluso con frecuencia de áspero reclamo mutuo– llegaron con grandes
ilusiones; la mayoría, después de un tiempo, reconocieron que estaban
condescendiendo con pactos políticos, falta de comprensión de lo que ocurre a
nivel territorio, escasez de talento para cubrir las posiciones intermedias que
son estratégicas, restricciones por el presupuesto y el entramado burocrático.
Como candidata a la gubernatura del Estado
de México, en 2017, la maestra Delfina adelantó tres propuestas de enorme
vigencia: primero, un programa de incorporación de la tecnología (le llamó
TuIIT, Tu Inteligencia con Innovación y Tecnología) con la promesa de llevar
conectividad a cada plantel, facilitar que también en los hogares se
familiarizaran con las plataformas digitales, favorecer la conexión de los
maestros, enriquecer con oficios relevantes al presente la educación media
superior; segunda, la promesa de ampliar el Programa de Escuelas de Tiempo
Completo, cuyos beneficios la profesora Delfina constantemente ponderó como una
de las mejores respuestas para la mejora y la consolidación de las comunidades
de aprendizaje; tercera, ofreció un gran impulso a la profesionalización
docente, lamentando la poca importancia que le deban quienes manejaban la
educación en su estado y en el país.
Ahora llegó el momento en que la maestra
Delfina pueda honrar esas promesas; como nunca, se han dado las condiciones
para que dependa de ella que la conectividad, las Escuelas de Tiempo Completo
(recordemos que la SEP nos debe todavía las precisiones sobre cómo va a cumplir
el mandato del Presupuesto de Egresos de la Federación, que le da la
responsabilidad de establecer medidas para que con el dinero de La Escuela es
Nuestra se cumplan los objetivos de Tiempo Completo), y la profesionalización
docente den pasos sólidos y verificables. Antes no pudo, pero a partir de su
toma de posesión tendrá las atribuciones, el equipo, el manejo de los dineros,
el marco normativo y reglamentario para no achacar a otros el incumplimiento de
lo que puede ella, ahora sí, lograr. Además, con gran mérito por su visión y
capacidad de juicio propio, firmó el Pacto por la Primera Infancia, la
propuesta de en ese entonces más de cien –ahora son más de 400– organizaciones
de la sociedad civil para tener metas y mecanismos de verificación en el
cumplimiento de los derechos de niñas y niñas de cero a seis años de edad. Fue
una señal de apertura, de suma de voluntades y de dejar fuera una visión
adversarial que maltrate el trabajo de comunidades y organizaciones.
Fue un alivio que no llegaran al despacho
de Vasconcelos tantos autopromocionados funcionarios, autoproclamados
populares, radicales y alternativos, que, tras su mucha palabrería, pobres
cuentas tienen para presentar. Pero no hay que ser ingenuos: la gran prueba de
fuego de la maestra Delfina es si sabe acordar con sus homólogos de los
estados, sin diálogos simulados que son presentaciones de decisiones ya
tomadas; si su representación de los maestros no se empantana en las insidias
ambiciosas de las cúpulas sindicales; sobre todo, si sabe sumar voluntades y
entiende su servicio a las niñas y niños, a adolescentes y jóvenes como su
prioridad, y desarrolla la debida independencia de criterio para que el presidente
no la arrastre a un discurso divisivo y una práctica de favoritismo a las
clientelas y hostigamiento a los críticos. Que la SEP de una maestra
reivindique todo lo que no se hizo durante el triste pasado de una SEP
arrodillada al capricho de otra. Esperar, colaborar, pero también exigir desde
ya: ésa es la mejor bienvenida que podemos darle a Delfina en la SEP.
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