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sábado, 14 de noviembre de 2020

El púlpito de la infamia

 




 

Macario Schettino

Un amigo muy querido me sugiere que ya no nos refiramos a las homilías matutinas como la 'mañanera', sino que le demos el nombre que merece: el púlpito de la infamia. Como este amigo es, además, mayor que yo, y aprendí desde niño a respetar a mis mayores, transmito a ustedes este mensaje.

Creo que tiene razón, al menos en parte. El evento matutino, que los seguidores de López describen como esfuerzo informativo, es en realidad un instrumento de propaganda, en el peor sentido de la palabra. No existe respeto alguno por la verdad en esas conferencias, que, a decir de Luis Estrada, y su agencia SPIN, promedian 70 mentiras diarias hasta el 30 de octubre pasado. No se anuncian medidas de política pública de verdad, aunque a veces firmen decretos sin sustento, o proyecten PowerPoint sin sentido.

Lo que en realidad ocurre cada mañana en Palacio, frente a un grupo selecto de personas que fingen dedicarse al periodismo, que obstaculizan a los verdaderos periodistas, es la destrucción de la fama pública de los adversarios de López Obrador. Pequeño como es él, incapaz de demostrar con hechos algún resultado, prefiere atacar, denostar, descalificar a quienes desde hace mucho, o recientemente, lo critican con fundamento.

En esta semana, por ejemplo, la tomó contra Mexicanos contra la Corrupción. Por un lado, no le gusta que le critiquen a sus amigos corruptos, que abundan; por otro, tiene odio personal a Claudio X. González. Afirma que este último es su adversario, que tiene financiamiento para atacarlo, y anuncia que pondrá bajo investigación esos recursos. Con ello, pone en riesgo la operación de una organización civil que denunció diversos actos de corrupción en gobiernos anteriores. Dicho más claro, atacar la corrupción le importa poco. Atacar a sus adversarios, reales o imaginarios, es su vida.

En otro momento, hizo una lista mental (con las limitaciones naturales que tiene) de esos adversarios, que no pudo mencionar correctamente, ni alcanzó a ubicarlos en donde hoy se desempeñan. No importa, le basta con enlodar la fama pública de los demás. 'Calumnia, que algo queda', era el famoso dicho que parece haber aprendido a pie juntillas.

No es coincidencia que esta semana de ataques sea también en la que decidió descalificar el proceso electoral estadounidense, sugiriendo que puede haber un fraude masivo en 50 elecciones estatales independientemente organizadas, en las que votaron 150 millones de personas. Lo que importa es recuperar el mito del fraude de 2006 y hacerlo a través de la figura especular que es Donald Trump.

Tiene razón mi amigo. Aunque las conferencias de cada mañana responden también a la incapacidad de López Obrador de pensar estratégicamente, y por eso necesita abrir un nuevo agujero cada mañana para tapar el del día anterior, a la sarta de mentiras e inexactitudes que recita se suma, indudablemente, un esfuerzo consciente de acabar con la fama pública de quienes él considera adversarios. En ese sentido, es totalmente cierto que cada mañana asistimos al púlpito de la infamia.

Sólo una persona de muy mala fe, como es López Obrador, puede dedicarse cada día a destruir la vida de los demás. No le ha bastado terminar con los recursos para la salud pública, que hoy se refleja en la falta de medicinas para niños con cáncer, la incapacidad de hacer operaciones a las mujeres con esa misma enfermedad, la ausencia de vacunas para influenza y tuberculosis, y la desaparición de recursos para las vacunas de coronavirus en 2021. Eso no parece ser suficiente. Además, tiene que hundir en un pantano imaginario a quienes él odia.

Ese resentimiento que lo corroe debe tener su origen en sus propias tragedias, pero el país no tiene por qué pagar su terapia. Que busque ayuda.


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