Aunque fue el artífice de la independencia de la India (1947), Mahatma Gandhi raramente es evocado por ese logro. En primer lugar, porque lo más inspirador de su figura no reside tanto en aquel fin como en los medios, es decir, en sus casi tres décadas de perseverancia en un activismo pacífico fundado en la no violencia y en la fuerza de las convicciones. Y en segundo lugar, porque sus metas siempre fueron mucho más amplias, y abarcaron la abolición de las castas, la justicia social, la transformación de las estructuras económicas y la concordia entre religiones, designios que convergían en el ideal de una profunda renovación ética y espiritual del ser humano.
Hombre de austeridad inflexible y absoluta modestia, que se quejaba del título de Mahatma ('Gran Alma') que le había dado contra su voluntad el poeta Rabindranath Tagore, Mahatma Gandhi se cuenta entre los grandes personajes que, con su pensamiento y su acción, cuestionaron y llegaron a alterar el establishment político e ideológico del mundo en el siglo XX y se erigieron en referente de todo tipo de movilizaciones contra la injusticia; para calibrar su influencia basta recordar que fue el modelo inspirador de líderes y activistas como Martin Luther King o Nelson Mandela.
En un país en que la política era sinónimo
de corrupción, Gandhi introdujo la ética en la vida pública a través de la
palabra y el ejemplo. Vivió en una pobreza sin paliativos, jamás concedió
prebendas a sus familiares y rechazó siempre el poder político, antes y después
de la liberación de la India. Tal idiosincrasia ha convertido al apóstol de la
no violencia en un caso único entre los revolucionarios de todos los tiempos, y
en el más admirado (cuando no venerado) de los líderes espirituales modernos.
Biografía
Mohandas Karamchand Gandhi nació el 2 de
octubre de 1869 en la ciudad costera de Porbandar, situada en el extremo
noroeste de la India, en la región de Gujarat. Tal región era entonces un
mosaico de minúsculos principados, cuyos gobernantes tenían un poder absoluto
sobre la vida de sus súbditos. Su padre, Karamchand Gandhi, era el primer
ministro de Porbandar y pertenecía a la casta de los banias, mercaderes de
proverbial astucia y habilidad en el comercio. Su madre, llamada Putlibai,
procedía de la secta de los pranamis, quienes mezclaban el hinduismo con las
enseñanzas del Corán.
La madre de Gandhi era una mujer
profundamente religiosa y austera que dividía su tiempo entre el templo y el
cuidado de los suyos, amén de practicar frecuentes ayunos. En la formación
espiritual de Mohandas, que sentía un ilimitado amor por sus padres,
concurrieron, además de la adoración a la diosa Visnú que profesaba la familia,
una serie de culturas y credos amalgamados: el hindú, el musulmán y el jain.
Este último tuvo especial influencia en su filosofía: los jainistas practicaban
la no violencia no sólo con los animales y los seres humanos, sino incluso con
las plantas, los microbios, el agua, el fuego y el viento.
Ejemplo típico de tardía genialidad, Gandhi
fue un adolescente silencioso, retraído y nada brillante en los estudios, que
pasó sin llamar la atención por las escuelas de Rajkot. A los trece años,
siguiendo la costumbre hindú, lo casaron con una niña de su edad llamada
Kasturbai, con quien estaba prometido desde los seis años sin saberlo. El joven
esposo se enamoró apasionadamente de la muchacha, y por hacer el amor con ella
abandonó el lecho de su padre moribundo la misma noche en que éste murió. El
suceso dejó un sentimiento de culpa imborrable en Gandhi, que más tarde se
declararía en contra del matrimonio entre niños y a favor de la continencia
sexual.
Como sus calificaciones no mejoraron en el
instituto, la familia decidió enviarlo a Londres para seguir los cursos de
abogacía del Inner Temple, cuyas exigencias eran menores que las de las
universidades indias. Con tanto miedo como excitación, el joven Gandhi se
embarcó en Bombay en septiembre de 1888. Tenía diecinueve años y acababa de ser
padre por primera vez. Antes de partir había prometido solemnemente a su madre
no seguir la costumbre inglesa de comer carne, dado que el visnuismo lo
prohibía. Varias veces en su adolescencia había transgredido tal norma,
impulsado por un amigo que le aconsejaba la carne para parecerse en fortaleza a
los ingleses.
En Londres vivió tres años (1888-1891),
período en que se produjo uno de los hechos más determinantes de su vocación:
el descubrimiento de Oriente a través de Occidente. En efecto, en la capital
inglesa comenzó a frecuentar a los teósofos, quienes lo iniciaron en la lectura
del primer clásico indio, el Bhagavad Gita, al que llegaría a considerar «el
libro por excelencia para el conocimiento de la verdad». También allí entró en
contacto con las enseñanzas de Jesucristo,
y durante un tiempo se sintió tan atraído por la ética cristiana que dudó entre
ésta y el hinduismo.
De esa época son sus intentos de sintetizar
los preceptos del budismo, el
cristianismo, el islam y
su religión natal a través de lo que señaló como el principio unificador de
todos ellos: la idea de renunciación. En estos años decisivos para su formación
intelectual leyó a León Tolstói,
en quien más tarde encontraría el guía para el perfeccionamiento de la práctica
y la teoría de la no violencia. Y cuando regresó a la India con el título de
abogado, lo hizo con sus señas de identidad orientales: había ido en busca de
la sabiduría occidental y retornaba con el secreto que había hecho sabios a los
hindúes.
Al volver a Porbandar encontró a su familia
desintegrada: la madre había muerto poco antes y los Gandhi habían perdido toda
influencia en la corte principesca. Como abogado no halló muchas perspectivas,
ya que su primera actuación profesional terminó en un humillante fracaso, pues
enmudeció al dirigirse al tribunal y no pudo continuar. Fue entonces cuando una
factoría comercial musulmana le ofreció un contrato para atender un caso de la
empresa en la ciudad sudafricana de Durban, y Gandhi no dejó pasar la
oportunidad: en 1893 embarcó hacia Sudáfrica.
En el país de los antiguos colonos holandeses vivía una colonia hindú formada en su mayoría por trabajadores, a quienes los ingleses llamaban despectivamente sami. Carecían de todo derecho y se les despreciaba y discriminaba racialmente, como pudo comprobar en carne propia el joven abogado durante algunos de sus viajes en ferrocarril. Pero la situación era más grave aún de lo que parecía. Terminado su trabajo, Gandhi estaba a punto de regresar a la India cuando se enteró de la existencia de un proyecto de ley para retirar el derecho de sufragio a los hindúes. Decidió entonces aplazar la partida un mes para organizar la resistencia de sus compatriotas, y el mes se convirtió en veintidós años.
Durante esa larga etapa de su vida, su
mayor preocupación fue la liberación de la comunidad india, y en ella fue dando
forma a las armas de lucha que más tarde utilizaría en su país. En los primeros
años, convencido de las buenas intenciones del colonialismo británico, abrió un
bufete para defender a sus compatriotas ante los tribunales en Johannesburgo y
se propuso articular un movimiento dedicado a la agitación por medios legales.
Fundó el periódico "The Indian Opinion" para aglutinar a la comunidad
india y, como instrumento de agitación legal, creó el Congreso Indio de Natal.
Sus simpatías anglófilas le llevaron durante la guerra contra los bóers a
organizar el Cuerpo Indio de Ambulancias, acción que mereció duras críticas por
parte de los nacionalistas indios.
A partir de 1904, la actividad de Gandhi
sufrió un cambio notable: después de leer la crítica del capitalismo contenida
en Unto This Last, de John Ruskin,
modificó su estilo de vida y pasó a llevar una sencilla existencia comunitaria
en las afueras de Johannesburgo, donde fundó una comuna llamada Tolstói. En esa
época bosquejó la teoría del activismo no violento, que puso en marcha por
primera vez para oponerse a la ley de registro. Esta ley obligaba a todos los
indios a inscribirse en un registro especial con sus huellas dactilares. Gandhi
ordenó a sus compatriotas que no se inscribieran, que comerciaran en las calles
sin licencia y, más tarde, que quemaran sus tarjetas de registro frente a la
mezquita de Johannesburgo. Como muchos de sus seguidores, fue a parar a la
cárcel varias veces, pero el movimiento de resistencia civil obtuvo varios
éxitos parciales.
En 1913, la protesta contra un impuesto
considerado injusto se tradujo en una marcha a través del Transvaal, hasta
Natal. Al año siguiente las autoridades británicas dieron marcha atrás con
dicho impuesto y autorizaron a los asiáticos a residir en Natal como
trabajadores libres. La victoria parecía total, y Gandhi, que había abandonado
las vestimentas europeas en señal de protesta, partió definitivamente de
Sudáfrica con su mujer y sus hijos. A largo plazo, todos los logros de la
comunidad india se perdieron, y las autoridades de aquel país endurecieron aún
más su política racista; pero Sudáfrica había sido el banco de pruebas donde
Gandhi desarrolló y ensayó las tácticas que más tarde habría de utilizar en su
tierra natal.
El apóstol de la
no violencia
Precedido por la aureola de sus exitosas
campañas en el extranjero, Gandhi llegó a la India en 1915 y fue recibido como
un verdadero héroe. Las masas de Bombay le tributaron un caluroso recibimiento,
el gobernador inglés acudió a saludarlo y el poeta Rabindranath
Tagore le dio la bienvenida en su Universidad Libre de Santiniketan. A
poco de llegar, fundó en la ciudad de Ahmedabad una comunidad casi monástica en
la que estaban prohibidas las vestimentas extranjeras, las comidas con especias
y la propiedad privada. Sus miembros se dedicaban únicamente a dos trabajos
materiales: la agricultura, para obtener el sustento, y el tejido a mano, para
procurarse el abrigo. Allí dio comienzo a una lucha que Gandhi habría de
sostener durante toda su vida: la batalla contra las lacras del hinduismo y a
favor de los intocables. El primer paso fue admitirlos como miembros de la
comunidad.
En esos primeros años, Gandhi abandonó toda
agitación política a fin de apoyar los esfuerzos bélicos de Gran Bretaña en
la Primera
Guerra Mundial, llegando incluso al reclutamiento de soldados para el
ejército inglés. Su entrada en la política india no se produjo hasta febrero de
1919, cuando la aprobación de la Ley Rowlatt, que establecía la censura y
señalaba duras penas para cualquier sospechoso de terrorismo o sedición, le
abrió los ojos acerca de las verdaderas intenciones de los imperialistas
ingleses en la India.
Gandhi pasó entonces a encabezar la
oposición a la ley. Organizó una campaña de propaganda a nivel nacional
mediante la no violencia, que comenzó con una huelga general. Ésta pronto se
extendió a todo el país y las protestas se sucedieron en las principales
ciudades, donde se registraron algunos focos de violencia pese a la insistencia
del líder en el carácter pacífico de las manifestaciones. Cuando acudía a Delhi
a apaciguar la población, Gandhi fue detenido. Días después, el 13 de abril de
1919, el brigadier general Dyer ordenaba disparar a sus gurkas sobre la
multitud reunida en el Jallianwala Bagh de la ciudad de Amritsar. La dominación
inglesa había mostrado su verdadero rostro sanguinario y brutal: casi
cuatrocientas personas fueron asesinadas y otras miles heridas. Pero las
autoridades británicas se vieron obligadas a reconsiderar sus tácticas y la Ley
Rowlatt jamás entró en vigor.
En los años siguientes a la masacre de
Amritsar, Gandhi se convirtió en el líder nacionalista indiscutido, alcanzando
la presidencia del Congreso Nacional Indio (también llamado Partido del
Congreso, fundado por Alan Octavius Hume en 1885), que Gandhi supo convertir en
un instrumento efectivo en pro de la independencia: de una agrupación de las
clases medias urbanas, pasó a ser una organización de masas enraizada en los
pueblos y en el campesinado. Se pusieron en marcha las grandes campañas de
desobediencia civil, que iban desde la negativa masiva a pagar impuestos hasta
el boicot a las autoridades. Miles de indios llenaron las cárceles y el mismo
Gandhi fue detenido en marzo de 1922. Diez días más tarde comenzaba «el Gran
Juicio», en que el Mahatma se declaró culpable y consideró la sentencia a seis
años de prisión como un honor, con lo que la sesión terminó con una reverencia
mutua entre juez y acusado.
Cuando salió de la cárcel (una apendicitis
hizo que las autoridades coloniales lo liberaran en 1924), encontró que el
panorama político se había modificado en su ausencia: el Partido del Congreso
se había dividido en dos facciones y la unidad entre hindúes y musulmanes,
conseguida con el movimiento de desobediencia civil, había desaparecido. Gandhi
decidió entonces retirarse de la política para vivir como un anacoreta, en
absoluta pobreza y buscando el silencio como fuerza regenerativa. Retirado en
su Ashram, se convirtió en esos años en el jefe espiritual de la India, en el
dirigente religioso de fama internacional que muchos occidentales en busca de
la paz espiritual trataban como un gurú. Por aquellos años escribió por
entregas una imprescindible autobiografía titulada Historia
de mis experiencias con la verdad, cuya versión inglesa apareció publicada
en 1927.
La marcha de la sal
Su retiro finalizó de manera brusca en
1927, cuando el gobierno británico nombró una comisión encargada de la reforma
de la Constitución en la que no participaba ningún nativo. A la cabeza de la
lucha política, Gandhi consiguió que todos los partidos del país hicieran el
boicot a dicha comisión. Poco después, la huelga de Bardoli, en apoyo a la
negativa a pagar impuestos, terminaba en un éxito total. La victoria del
movimiento animó al Congreso Nacional Indio a declarar la independencia de la
India el 26 de enero de 1930, y se encargó al Mahatma la dirección de la
campaña de no violencia para apoyar la resolución.
Gandhi eligió como objetivo de la misma el
monopolio de la sal, que afectaba particularmente a los pobres, y partió de
Sabartami el 12 de marzo con setenta y nueve voluntarios con rumbo a Dandi,
población costera distante 385 kilómetros. El pequeño movimiento se extendió
como las olas de un estanque hasta alcanzar toda la India: los campesinos
sembraban de ramas verdes los caminos por donde pasaría ese hombre pequeño y
semidesnudo, con un bastón de bambú, camino del mar y al frente de un enorme
ejército pacífico.
El día del aniversario de la masacre de
Amritsar, Gandhi llegó a orillas del mar y cogió un puñado de sal, rompiendo
simbólicamente el monopolio. Desde ese momento la desobediencia civil fue
imparable: diputados y funcionarios locales dimitieron, los prohombres locales
abandonaron sus puestos, los soldados del ejército indio se negaron a disparar
sobre los manifestantes y las mujeres se adhirieron al movimiento, mientras los
seguidores de Gandhi invadían pacíficamente las fábricas de sal.
La campaña terminó con un pacto de
compromiso entre Gandhi y el virrey de su majestad británica, en virtud del
cual se legalizaba la producción de sal y se liberaban los cerca de cien mil
presos detenidos durante las movilizaciones. Por otra parte, Gandhi fue enviado
a Londres para participar en la conferencia que discutía los pasos a seguir
para establecer un gobierno constitucional en la India (1931). La presencia del
Mahatma en Inglaterra, al margen de la gran acogida popular que le dispensaron
los barrios londinenses, no supuso avances favorables para la causa, y al
regresar a su país se encontró con que Jawaharlal Nehru y otros líderes del
Congreso Nacional Indio se hallaban una vez más en prisión.
Varias veces en su vida recurrió Gandhi a
los ayunos como medio de presión contra el poder, como forma de lucha espectacular
y dramática para detener la violencia o llamar la atención de las masas. La
falta de humanidad del sistema de castas, que condenaba a los parias a la
absoluta indigencia y ostracismo, hizo que Gandhi convirtiera la abolición de
la intocabilidad en una meta fundamental de sus esfuerzos. Y desde la prisión
de Yervada, donde había sido confinado nuevamente, realizó en 1932 un «ayuno
hasta la muerte» en contra de la celebración de elecciones separadas de hindúes
y parias. Ello obligó a todos los líderes políticos a acudir junto a su lecho
de prisionero para firmar un pacto con el consentimiento inglés.
Con la activista Maniben Patel (1931)
La labor de «pedagogía popular» para curar
a la sociedad hindú de sus llagas no terminó aquí. Distanciado desde 1934 del
Partido del Congreso por la decepción que le provocaban las maniobras de los
políticos, se dedicó a visitar pueblos lejanos, insistiendo en la educación
popular, en la prohibición del alcohol, en la liberación espiritual del hombre.
La independencia de la India
El estallido de la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945) fue el motivo de que Gandhi, una vez más,
retornara al primer plano político. Su oposición al conflicto bélico era
absoluta y no compartía la opinión de Jawaharlal Nehru y otros líderes del
Congreso, proclives a apoyar la lucha contra el fascismo. Pero la decisión del
virrey de incorporar el subcontinente a los preparativos bélicos de Gran
Bretaña sin consultar con los políticos locales clarificó las aguas, provocando
la dimisión en masa de los ministros pertenecientes al Congreso Nacional Indio.
Tras la toma de Rangún por los japoneses,
Gandhi exigió la completa independencia de la India, para que el país pudiera
tomar libremente sus decisiones. Al día siguiente, el 9 de agosto de 1942, era
arrestado junto a otros miembros del Partido del Congreso, lo que produjo una
sublevación en masa de los nativos, seguida por una serie de revueltas
violentas en todo el territorio indio. Ésta fue la última prisión del Mahatma y
quizá la más dolorosa, porque desde su presidio en Poona se enteró de la muerte
de su mujer, Kasturbai. Era ya un anciano frágil y debilitado cuando salió en
libertad en el año 1944.
Finalizada la guerra, y tras la subida al
poder de los laboristas en Inglaterra, Gandhi desempeñó un rol fundamental en
las negociaciones que llevaron a la liberación. Sin embargo, su postura opuesta
a la partición del subcontinente nada pudo contra la determinación del líder de
la Liga Musulmana, Mohammed Alí
Jinnah, defensor de la separación del Pakistán. Dolido por lo que consideró
una traición, en 1946 el Mahatma vio con horror cómo los antiguos fantasmas
indios resurgían durante la celebración del nombramiento de Jawaharlal Nehru como
primer jefe de gobierno, que fue pretexto de violentos disturbios motivados por
la pugna entre hindúes y musulmanes.
Gandhi se trasladó a Noakhali, donde habían
comenzado los enfrentamientos, y caminó de pueblo en pueblo, descalzo, tratando
de detener las masacres que acompañaron a la partición en Bengala, Calcuta,
Bihar, Cachemira y Delhi. Pero sus esfuerzos sólo sirvieron para acrecentar el
odio que sentían por él los fanáticos extremistas de ambos pueblos: los hindúes
atentaron contra su vida en Calcuta y los musulmanes hicieron lo propio en
Noakhali. Durante sus últimos días en Delhi llevó a cabo un ayuno para
reconciliar a las dos comunidades, lo cual afectó gravemente su salud. Aun así,
apareció de nuevo en público unos días antes de su muerte.
El 30 de enero de 1948, cuando al anochecer
se dirigía a la plegaria comunitaria, fue alcanzado por las balas de un joven
hindú. Tal como lo había predicho a su nieta, murió como un verdadero Mahatma,
con la palabra Rama ('Dios') en sus labios. Como dijo Einstein,
«quizá las generaciones venideras duden alguna vez de que un hombre semejante
fuese una realidad de carne y hueso en este mundo».
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