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viernes, 9 de octubre de 2020

El invento del pobrismo de la Iglesia y de Francisco

 




No conozco ningún cura que haya hecho una opción preferencial por los pobres que tenga la pretensión de que las personas que viven en situación de pobreza se hundan cada vez más en la misma

No tengo ningún pergamino que me habilite a representar oficialmente la visión de la Iglesia ni a interpretar con mayor exactitud que cualquier otro creyente el pensamiento económico o social del Papa Francisco. No soy un experto en Doctrina Social de la Iglesia. Tampoco fui amigo ni conocido de (ni siquiera recuerdo haber ido a alguna Misa oficiada por) Jorge Bergoglio cuando era Arzobispo de Buenos Aires.

Hablo desde el sentido común, la experiencia, una historia personal de (abollada, fallida y zigzagueante) vida cristiana, con un cariño especial por el carisma franciscano, y desde los conocimientos que pude adquirir al haber cursado mi Licenciatura de Filosofía en una Universidad Pontificia y mi Doctorado en Dirección de Empresas en otra universidad, también confesional.

La postura que afirmo es que la Iglesia católica no tiene nada de “pobrista”, en el sentido económico que muchas veces se le atribuye. No lo digo emulando la crítica de Diego Maradona a las riquezas que admiró en el estado Vaticano ni haciendo una interpretación personal de lo que Jesús habría querido decir en los Evangelios. No estoy calificado para ello. Mirando la realidad, hablo del trabajo de los curas denominados “villeros”. No conozco ningún cura que haya hecho una opción preferencial por los pobres que tenga la pretensión de que las personas que viven en situación de pobreza se hundan cada vez más en la misma. Todo lo contrario: trabajan para la inclusión y la movilidad social ascendente al construir (a veces, literalmente) escuelas, centros de formación profesional, espacios de recuperación de adicciones, etc. en los lugares más paupérrimos de todos. No son escuelas para aprender a ser cada vez más pobres. Son escuelas para no perder la esperanza de que en esta Argentina crecientemente injusta algunos, con mucho esfuerzo y algo de suerte, puedan superar una condición que, según los reportes del Observatorio Social de la UCA (una Universidad Pontificia, por cierto) es cada vez más estructural. ¿Por qué la Iglesia del pobrismo busca que los que están en esa situación la abandonen, a través de la educación y del trabajo?

La Iglesia católica no tiene nada de ‘pobrista’, en el sentido económico que muchas veces se le atribuye

Fundados sobre el concepto de la dignidad humana, los curas negocian con las empresas prestatarias y con los funcionarios públicos para lograr la provisión de los servicios esenciales, el mejoramiento del hábitat, la presencia del estado en los muchísimos lugares donde debería estar y no está, y la integración social y económica. Tareas no muy espirituales que son la encarnación del compromiso para lograr que los que menos tienen, tengan algo. ¿Eso es pobrismo?

Pensar que el Papa está atento a las discusiones provincianas sobre el mérito y que le hace un guiño al presidente a través del Twitter oficial de la Iglesia equivaldría a querer matar un mosquito con una ametralladora. Sólo un ego del tamaño del país habilita una consideración así. El mensaje del Papa es un mensaje inherentemente espiritual: la Misericordia de Dios es tal que hasta los pecadores más grandes pueden guardar esperanza. No vamos a llegar a las puertas del Cielo “por mérito”. La libertad no está en “ganarse algo” sino en dejarse abrazar por ese Amor inconmensurable, que todo lo puede. Este mensaje está lejísimos de fundamentar un ataque a un sistema político y social meritocrático. La meritocracia tendrá cosas buenas y malas, pero afirmar que el Papa está opinando al respecto por un tuit descontextualizado es, y nunca fue tan atinada la expresión, un signo de mala fe.

Pensar que el Papa está atento a las discusiones provincianas sobre el mérito y que le hace un guiño al presidente a través del Twitter oficial de la Iglesia equivaldría a querer matar un mosquito con una ametralladora

Ni el Papa Francisco ni la Iglesia son “anti-empresa”. Lo que el Papa denuncia, a través de sus encíclicas, son las derivadas de un sistema en el cual hay algunas personas que están siendo crecientemente excluidas o descartadas. Critica un sistema que especula y donde hay una mayor acumulación de riqueza por un sector cada vez más concentrado. Objeta el paradigma para el cual la empresa es sólo una organización que maximiza beneficios, en vez de una institución social, con impacto en diferentes ámbitos de la vida de una sociedad. El Papa se alarma ante un sistema individualista y consumista, que está anestesiado respecto al sufrimiento de los otros y al impacto ecológico. En ese contexto, se destacan ciertos valores que nos conectan con la naturaleza comunitaria del hombre, como la solidaridad y el encuentro con los otros. Si lo dice The Economist, está bien. Si lo dice Harari, es interesante. Si lo dice el New York Times, es valiente. Si lo dice Piketty, es brillante. Si lo dicen los amigos de Sistema B, son unos maestros. Si lo dice el Papa Francisco, es anti-capitalista. Qué doble estándar. Nadie dijo que ser Papa sea fácil (o justo), pero el punto no es para el Papa, sino para nosotros: ¿cómo no tenemos más juicio crítico respecto a lo que se escribe y publica sobre estos conceptos? ¿O quién cree que el modelo de consumo global actual es sostenible? ¿Quién no querría un sistema más justo? ¿No nos parece moralmente grave que haya gente que, en pleno siglo XXI, no muy lejos de la Capital Federal, tenga mucha hambre?

Ni el Papa Francisco ni la Iglesia son anti-empresa. Lo que el Papa denuncia, a través de sus encíclicas, son las derivadas de un sistema en el cual hay algunas personas que están siendo crecientemente excluidas o descartadas

La pobreza de la Iglesia es aquella del desprendimiento de este mundo, para mayor Gloria de Dios. No es diferente al mensaje de desapego que promueven casi todas las espiritualidades y religiones. Es una manera posible, entre muchas, de lograr un camino de perfeccionamiento y ascesis, para encontrarse con uno mismo y, por tanto, en la conciencia, sagrario del hombre, con Dios. No se trata de aborrecer la riqueza, ni su creación. La economía del dar supone la economía del crear. Hay santos de la Iglesia (o sea, modelos a seguir) que fueron muy ricos, como Santo Tomás Moro, signo de que la riqueza no es sinónimo de pecado. Ser pobre no te hace bueno ni malo. Ser rico, tampoco. Depende de dónde pongamos el corazón. Un caso más cercano temporal y geográficamente es el de Enrique Shaw, empresario argentino (por opción y adopción) cuyo proceso de canonización está abierto, y es considerado un Siervo de Dios desde el 2001. Imagínense la cara de quienes hablan del pobrismo eclesial cuando sepan que va a haber un empresario argentino, santo. No es un oxímoron, es una posibilidad muy cierta y, Dios quiera, cercana.

El pensamiento social y económico de la Iglesia es una propuesta: propone estar atentos ante las injusticias sistémicas que atentan contra la dignidad de las personas y que corren al ser humano del centro de la escena. Los sistemas sociales, políticos y económicos tienen que ser para el hombre y estar a su servicio. Si no lo hacen la Iglesia siente que tiene la responsabilidad de alertar al respecto, tal como lo hizo Juan Pablo II con el comunismo, por ejemplo. Francisco, hoy, no destruye el pensamiento capitalista sino que alerta sobre las injusticias y desbalances que genera un sistema que es, definitivamente, perfectible y, al decir de Nietzsche, “humano, demasiado humano”.

 

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