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sábado, 9 de noviembre de 2019

Consejos (no pedidos) al Presidente




Raymundo Riva Palacio



Aunque parezca imposible, en tres semanas desde que se dio el culiacanazo, el presidente Andrés Manuel López Obrador no aprendió nada sobre manejo de crisis y ordenamiento del mensaje. Todos los días da tumbos, aumentando por horas de manera unilateral su número de enemigos, y hundiéndose en el pantano. Nadie le ha dicho que cuando cae en arenas movedizas hay que moverse despacio, y él mismo es muy refractario al aprendizaje continuo, por lo que sigue nadando a toda velocidad. La matanza de la familia LeBarón, con sus inéditos grados de crueldad, le agregó problemas al enorme de sí que ya tenía en México –por su docilidad ante los cárteles de la droga y la inaplicación de la ley–, pues al ser un crimen contra ciudadanos estadounidenses, se involucró el gobierno, el Congreso, los medios y la sociedad estadounidense. En este caso, también siguió López Obrador sin moverse un ápice.

Los medios de comunicación en Estados Unidos siguieron tundiendo el jueves al Presidente por la catástrofe de su estrategia de seguridad, diagnóstico ampliamente compartido en México, que escaló a niveles con voces en The New York Times, el periódico más influyente del mundo, sugiriendo que este país iba rumbo a ser un Estado fallido, que es un concepto que no se utilizaba allá desde 2005, cuando el narcotráfico floreció durante el gobierno de Vicente Fox –por hacer lo mismo que López Obrador: no combatir a los cárteles de la droga–, y el Pentágono preparó un informe donde anticipaban ese destino para los mexicanos. Es la primera vez en el gobierno del presidente Donald Trump que todos los actores políticos y sociales en su país, están alineados en un tema.

La reacción que han tenido en Palacio Nacional, es que parecieran sentirse acorralados. El lenguaje crecientemente ácido del Presidente contra los medios, clasificados oficialmente por él como “adversarios” –sinónimo de enemigos–, va acompañado por su inocultable irritación mañanera. No hay quien lo pueda calmar porque López Obrador es un peleador que goza de mantener la fricción en la relación con sus interlocutores y disfruta el enfrentamiento. Le funcionó en el pasado porque era el opositor de todos y la victimización le funcionaba. Ahora como Presidente, la victimización tiene un efecto contrario, y a quien ataca fortalece, como ha sucedido paradójicamente con su némesis, el expresidente Felipe Calderón. Con Calderón ha sucedido lo que positivamente pasó con él cuando Fox quiso meterlo a la cárcel: como no lo mató políticamente, lo fortaleció. Sugerirle que es mejor ignorarlo que enfrentarlo, no es lo único que podría hacer. Hay otros consejos no pedidos por el Presidente, que podría considerar:

1.- No debe tomar como ejemplo inverso la inacción del presidente Enrique Peña Nieto cuando el crimen de los 43 normalistas de Ayotzinapa en Iguala. Quince días de inacción y otros de dubitación, hicieron que un crimen municipal que debió quedarse encapsulado en Guerrero, se convirtiera en un crimen de Estado. Al irse al otro extremo, la sobreexposición de López Obrador le ha provocado tres semanas de caída sostenida en aprobación. Roy Campos, director de Consulta Mitofsky, considera que la caída del Presidente será de alrededor de tres puntos. Ayotzinapa le costó a Peña Nieto, pero no en el corto sino en el mediano plazo. Es decir, si se confirma la caída, estadísticamente será monumental.

2.- No puede atrapar todos los negativos todo el tiempo. El culiacanazo, con todo el desorden de versiones encontradas del gobierno para explicar lo inexplicable, desarrollado en este espacio en los últimos días, debió haberlos centrado en cómo administrar una crisis y unificar el mensaje. Sin embargo, prueba el caso de los LeBarón, el gobierno sigue entrampado en su insaciable vocación de ocupar todos los espacios, aunque no le pertenezcan. Pese al horror de la masacre y la utilización de armas prohibidas en México, mientras la Fiscalía General no lo atraiga, es un delito del fuero común –tipificado como homicidio–, cuya responsabilidad recae en la Fiscalía de Sonora. Por eso, es inaudito que fuera un general –¿por qué volvió a meter a los militares en lo que no les compete?– quien divulgara los primeros peritajes del asesinato colectivo –¿no debían hacerlo el fiscal de Sonora y una autoridad civil?– que, además, contradice las primeras versiones oficiales. La síntesis del desastre de comunicación de Palacio es eso: su versión oficial contradice su otra versión oficial.

3.- No debe mantenerse en la negación absoluta de la realidad que lo atropella todos los días. El caso LeBarón requiere una estrategia (real) de comunicación política. El Presidente dejó escapar la iniciativa de ponerse en contacto con Trump, no al revés, para informarle lo que había sucedido con sus connacionales. El canciller Marcelo Ebrard debió haber hecho lo mismo con el secretario de Estado Mike Pompeo. No fue ni tampoco impidieron las amenazas intervencionistas de Trump. Siguen dejando el campo abierto. Urge que Ebrard y la embajadora Martha Bárcena busquen entrevistas en los medios de comunicación de ese país y acudan a los populares programas de análisis dominicales, para evitar que los sigan quemando a fuego rápido.

4.- Debe entender que el fusible no es él. Esta semana que termina ha sido prolífica en desatinos. Administrar su voz y manejar de manera más inteligente los silencios le ayudará mucho a recomponerse internamente y mejorar su comunicación externa. Tiene, por lo mismo, que huir de los temas de seguridad y dejar que sean otros los que se desgasten, porque en esos asuntos, debe entender, nadie sale bien librado.

El Presidente quiere absorber todo, por autoritario, por vanidoso, porque no confía o por lo que sea. Eso no le da rendimientos. Encapsularse todavía más, es aislarse más. Es tiempo que empiece a admitirlo.



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