Una visión de la periodista argentina Juliana Fregoso
Desde Ciudad de México para el periódico digital INFOBAE de Argentina
Robos, asesinatos, violaciones, tráfico de droga y secuestros son parte de la vida cotidiana de esta ciudad a poco kilómetros de la capital ante la ausencia casi total del Estado
Ecatepec, en el Estado de México, es un lugar donde nadie habla, pero todos saben lo que pasa. En algunas zonas los vecinos han aprendido a vivir así, vigilando desde los techos cada movimiento en las calles porque ésa es su única arma contra la delincuencia.
Aquí nadie se siente seguro. Algunas organizaciones lo califican como el municipio más peligroso de México, incluso por encima de aquellas que tienen una marcada presencia de los grandes cárteles de la droga.
En su informe de 2016, el Observatorio Nacional Ciudadano, una organización que mide los niveles de inseguridad en el país, lo ubica como el municipio con el mayor número de carpetas de investigación abiertas por robo con violencia con 9.059 y también con el de más investigaciones en robo de vehículos con 9.080 casos.
La oficial Encuesta Nacional de Seguridad Urbana (ENSU) reveló que en marzo de este año 93,6% de los habitantes de Ecatepec consideraron que su localidad era insegura. El número más alto a nivel nacional.
Al lugar, ubicado al norte de la capital mexicana con la que se conecta a través de distintos medios de transporte, se le conoce también como los más peligrosos para las mujeres.
Datos emitidos por las agencias del Ministerio Público de la Fiscalía General Estatal señalan que en 2016 se verificaron y denunciaron 221.760 actos delictivos del fuero común en todo el Estado de México, principalmente robos en todas sus modalidades. Ecatepec se colocó a la cabeza con 34.212 delitos, muy por encima de la capital Toluca, que con 19.248 que ocupa el segundo lugar.
Todos los días se registran más de 93 delitos, 3,8 por hora, en un lugar donde la gente no quiere hablar. Guarda silencio por temor a ser víctima, o sus familias, de algún delito como el asalto, el secuestro, asesinato o violencia sexual. Reportarlo a la policía o levantar una denuncia, tampoco es una opción.
Sus habitantes saben dónde viven y se resignan ante ello: "Hay una destrucción de la comunidad, del acceso a la justicia, a una mejor vida, una ruptura de los vínculos familiares y la resignación de que eres pobre y estás en un lugar que está olvidado", dice Manuel Amador, un profesor de Bachillerato.
Infobae realizó un recorrido por distintas zonas de Ecatepec donde, aunque todos callan, saben que tienen algo que contar: desde los autoimpuestos toques de queda hasta historias de jóvenes que son arrancadas de sus familias, quienes no las vuelven a ver ante la indiferencia de las autoridades.
El principio del fin
Con más de 1.600.000 habitantes, según el último censo poblacional de 2015, Ecatepec de Morelos es el segundo municipio más poblado de México. Se ubica pocos kilómetros al norte de la capital del país, en un terreno rodeado por cerros, lo que dificulta el acceso a algunas zonas.
En el pasado fue una pujante zona industrial, pero con el tiempo las fábricas fueron cerrando, cada vez se hizo más difícil conseguir trabajo. Eso no detuvo la llegada de personas de otros estados del país, incluso de la capital, quienes a mediados de los ochenta buscaron donde refugiarse después del gran terremoto que sacudió a la Ciudad de México.
Ecatepec y los nueve pueblos que lo integran era un municipio próspero y tranquilo. Pero con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que permitió la entrada de todo tipo de mercancías de Estados Unidos y Canadá, fábricas que durante generaciones habían sido el pilar económico de distintas zonas empezaron a cerrar. La ciudad empezó a crecer hacia los cerros, lugares inaccesibles, y la autoridad perdió el control.
La delincuencia empezó a crecer y se impuso la ausencia del Estado. Los habitantes empezaron a poner rejas en las calles para que no entrara gente ajena, dejó de confiar en los policías y cada quien impuso su ley.
"Pinche gente"
La primera parada en el recorrido fue una de las entradas al pueblo Santa María Tulpetlac, donde en las faldas de uno de los cerros hay una especie de letrero en la barda de una de las casas que con dos palabras invita a irse "Pinche gente" (SIC).
Al entrar a la colonia por una de las pocas calles que no están empinadas, una mujer desde una tienda que vende cabeceras para cama observa cuidadosamente el auto mientras está parado y de inmediato hace una llamada por móvil sin dejar de mirar.
Unas cuadras después, las calles están vacías y sólo se ven perros que pueden o no tener dueños, unas cuantas mujeres -la mayoría acompañadas- y esporádicamente pasa un taxi o un autobús.
Las mujeres procuran salir siempre junto a un hombre porque hacerlo solas puede significar no regresar.
María de la Luz Aguilar recuerda como hace un par de años un grupo armado llegó muy temprano a su calle durante una mudanza y sin la intervención de autoridad alguna robaron una casa. Pero no sólo eso. Regresaron periódicamente para avisarles a los vecinos qué casa seguía qué día y a qué hora iban a llegar para que sepan "si querían estar o no".
Cuando a su casa le tocó el turno, los vecinos le contaron que los sujetos llegaron con dos camiones de mudanzas y en 20 minutos se fueron.
"Me vaciaron la casa. Tuve que pedir prestadas dos camas porque no me dejaron nada", relata.
Como las distancias que se deben recorrer en el cerro son muy largas, es común que algunas personas lleguen a pedir prestado el baño. Por precaución, algunas casas ya instalaron los sanitarios afuera, pues en más de una ocasión éste es el truco para entrar, amenazar y robar a los ocupantes.
Otros vecinos de la colonia Ampliación Tulpetlac tienen más historias que contar, pero lo hacen en tercera persona. La más reciente es la de un comerciante que vendía vísceras en la zona. Le secuestraron a una hija, lo denunció "y se la regresaron en cachitos". También está la "señora de la dulcería", a quien le "arrebataron" a su hija, pagó el rescate, pero no se la han regresado.
Los negocios tienen que pagar doble cuota todos los días: a quienes se dedican a robar y a drogadictos que les pasan información. Su trabajo es deambular por las calles para vigilar a los vecinos.
Progresar también está prohibido: ya es famosa la historia de una maestra que compró un auto y a la semana se lo robaron. Afirman que agencias automotrices pasan información a bandas de roba autos sobre quiénes adquieren autos nuevos y por cada unidad que logran arrebatarle a los propietarios reciben 10.000 pesos (USD 555).
La situación también los obliga a vestir mal porque a las 6 de la mañana puede haber asaltos al transporte público en los que a los pasajeros les quitan hasta los zapatos.
Un estudiante de preparatoria se acerca al diálogo con vecinos que se realizó en uno de los salones de la Preparatoria Profesor y Camarada Misael Núñez Acosta. Llama la atención que llega acompañado de un perro pitbull. Cuando se le pregunta si lo usa por protección, responde que más bien nunca lo saca a pasear porque correo el riesgo de que se lo roben.
Él sabe lo que es lidiar con los narcomenudistas que operan en la zona, que en una ocasión se le acercaron para invitarlo a distribuir drogas a sus compañeros.
"Me dijeron las ventajas que tendría, como poder comprarme mis cosas y que si quería drogas podía tener las que quisiera, de la mejor y cuando se me antojara. Pero no vale pena", relata.
Una madre de familia que va acompañada de sus hijos narra las medidas que han tenido que tomar cuando tienen que salir de la colonia y tomar transporte público.
"Yo le digo a mi hijo: dales lo que traigas porque han matado a jóvenes por no quererles dar el celular (móvil). Mi hermano traía un teléfono de esos viejitos y una vez que lo asaltaron se lo aventaron en la cara porque era muy barato", dice.
Alejandra Luna narra la experiencia que hace seis meses tuvo una de sus vecinas. Mientras regresaba de la escuela, la combi (uno de los varios transportes públicos que circulan) se quedó vacía. Entonces el chofer la golpeó hasta dejarla inconsciente, "no sé si le hizo algo más". Después de aparecer tirada en una calle, la familia encontró al presunto responsable, pero los amenazó y se tuvieron que ir. "Su caso quedó impune, el agresor no recibió castigo. Lo que nos queda es la impotencia, pero no me voy porque aquí está toda la gente que quiero".
La violencia ha llegado a la misma preparatoria donde, hace unos años, hombres ya maduros entraron a uno de los salones e intentaron llevarse a un estudiante "pero entre todos logramos jalarlo para que no se lo llevaran", recuerda la maestra Martha Ochoa.
En un kínder ubicado a unas cuantas cuadras también han intentado secuestrar a niños a la hora de la entrada o la salida, pero entre los padres de familia y los maestros lo han evitado.
Usar uniforme escolar también es un riesgo, advierten padres y maestros, porque los estudiantes se han convertido en el principal objetivo de narcomenudistas y de la policía que "si los ve caminando solos, se los llevan a los centros de retención, donde los tienen dos o tres días y ya salen de ahí con el 'vasito de marihuana'", dice Martha Ochoa.
En distintas colonias existen casas donde venden las llamadas "monas de sabores" (trapos impregnados de solventes) a precios bajos. En no pocas ocasiones se ha reportado a las autoridades su ubicación, pero siguen operando.
La resignación
A la salida de una preparatoria, un grupo de jóvenes de pocos recursos prepara un alimento muy peculiar: toman unas tortillas y las rellenan con frituras de maíz (snacks) que compraron de mayoreo y a bajo precio en una tienda cercana. Ésa será su comida, unos "tacos de chetos", como les llaman coloquialmente.
La escena revela que estos adolescentes están en el total abandono, pero también que sus opciones para alimentarse adecuadamente no son muchas.
Se trata de jóvenes que viven en la colonia Carlos Hank González, considerada como la más peligrosa de la ciudad.
Esa historia sucedió afuera de la Escuela Francisco Villa y cuando el maestro Manuel Amador la recuerda no puede evitar soltar las lágrimas, porque junto con ese recuerdo vienen otros más, como el de la alumna que ya no regresó a clases porque de camino a la escuela intentaron abusar de ella, o la que apareció a los pocos días cortada en pedazos, tirada en la calle en bolsas negras para la basura.
Amador, una de las pocas personas que han alzado la voz para hablar sobre el tema de los feminicidios y lo que pasa en el municipio, tiene infinidad de historias terribles que contar.
Una más es la de un muchacho, amigo de sus alumnos, que murió porque simplemente dejó de comer. "El doctor le dijo a su familia que hacía mucho tiempo que había dejado de comer, se estaba muriendo de hambre y nadie se dio cuenta".
Desde afuera, las casas del vecindario se ven como las de cualquier otro y la falsa tranquilidad hace pensar que nada pasa aquí, pero detrás de esas fachadas existen una serie de pequeños cuartos en los que distintas familias viven hacinadas, lo que fomenta que los delitos en contra de las jóvenes empiecen en el hogar.
En la Hank González, llamada así en nombre de uno de los próceres del oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI), y en colonias cercanas como La Bordos, ha habido linchamientos, asesinatos, secuestros de mujeres, pero la mayoría de estos hechos no se denuncian porque tampoco hay confianza de las autoridades.
"Un día llegó una de mis alumnas con toda la cara ensangrentada. Se la habían querido llevar mientras venía a la escuela. Llegó toda asustada y al día siguiente llegó su papá a recoger sus papeles porque habían amenazado a la familia y se tenían que ir", relata el maestro.
Antes, ya había aparecido otra jovencita muerta, tirada en la calle y con el rostro desfigurado. "Yo trabajo con niñas de 15, 16 años, que a esa edad ya han sido acosadas sexualmente en la calle dos o tres veces".
Agredirlas es fácil porque son pobres y sus agresores saben que nadie va a reclamar y que ninguna autoridad intervendrá en su favor.
"Hay un discurso muy fuerte de opresión a la libertad de la mujer", expresa el docente.
En la mayoría de los tianguis (mercados ambulantes), los buscadores de ofertas pueden encontrar cosas usadas a buen precio. En el caso del vecindario Ampliación San Pedro Xalostoc, los fines de semana lo que se puede comprar es ropa, comida y otras cosas sacadas de la basura que pueden comprar por uno, dos, tres pesos, ni siquiera 50 centavos de dólar. Cosas como estas hacen sentir a los lugareños "que no valemos nada".
Este tipo de cosas, manifiesta el docente, empiezan a generar entre la población joven cuadros depresivos que no son atendidos ni siquiera de dentro de sus familias.
"Les preguntas qué es la dignidad y no te saben contestar porque se sienten despreciados por ser de donde son", agrega.
Preguntar quiénes son los responsables es encontrarse otra vez con el silencio. Se sabe que en el pasado operaban bandas como "Los Osos", "Los Giovanni", "El Hongo" y el Cártel de la Familia Michoacana. Pero actualmente, nadie sabe.
Vecinos hablan de otras bandas como "Los Galeanos", "Los Perestroikos", "Los Placeros", pero de nada sirve dar nombres porque lo que pasa en Ecatepec muy pocas veces se sabe en otros lugares, a pesar de que se encuentra a menos de una hora en metro de la capital del país.
Aquí, muy pocos salen de sus casas después de las 20 por temor a ser víctima de un delito.
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