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lunes, 4 de marzo de 2019

Calles y la persecución religiosa

Calles era el hombre que había decidido a llevar a cabo los planes de destrucción de la Iglesia en México.



Al llegar el tiempo de cambio de gobierno -por terminar el período de Álvaro Obregón-, se presentó la candidatura del General Plutarco Elías Calles. Los tres hombres fuertes de Sonora: Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, habían determinado ocupar la presidencia en forma sucesiva. La había ocupado Álvaro Obregón, le tocaba ahora a Plutarco Elías Calles.

La distinción la había ya hecho el liberal Melchor Ocampo en el siglo anterior. Cfr. Melchor Ocampo.
Calles era el hombre decidido a llevar a cabo los planes de destrucción de la Iglesia en México. Desde el principio, para engañar, echó mano de la ilógica distinción entre clero y religión. En su campaña electoral, en el teatro Ocampo de Morelia en Michoacán, decía Plutarco Elías Calles el 11 de mayo de 1924: “Dicen mis enemigos que soy enemigo de las religiones y de los cultos, y que no respeto las creencias religiosas. Yo soy un liberal de espíritu amplio, que dentro de mi cerebro me explico todas las creencias y las justifico, porque las considero buenas por el programa moral que encierran. Yo soy enemigo de la casta sacerdotal, del cura intrigante, del cura explotador, del cura que pretende tener sumido a nuestro pueblo en la ignorancia, a merced del explotador, del trabajador. Yo declaro que respeto todas las religiones y todas las creencias, mientras los ministros de culto no se mezclen en nuestras contiendas políticas con desprecio a nuestras leyes, ni sirvan de instrumento a los poderosos para explotar a los desvalidos”.

Así se constata hoy con toda claridad en el estudio biográfico realizado por Enrique Krauze
Es evidente, según lo manifiestan los hechos, que el presidente Plutarco Elías Calles había determinado acabar con la Iglesia católica en México. Así lo vieron los contemporáneos: lo proclama con brío el primero Obispo de Huejutla, Dn. José Manríquez y Zarate, en su sexta carta pastoral, del 6 de marzo de 1926: “La intención [del gobierno] es acabar, de una vez y para siempre, con la religión católica en México...El jacobinismo mexicano ha decretado dar muerte a la Iglesia Católica en nuestro país, arrancar de cuajo, si posible fuera, de la sociedad mexicana, toda idea católica...El tirano odia a Jesucristo: de ello se ufana...Quiere raer del suelo mexicano el nombre de Cristo”.

También es claro que ese propósito no nació en el curso de su administración, sino que llegaba a la presidencia con él ya bien arraigado. De inmediato se dio a la tarea de llevarlo a cabo, lo que parece evidente por los sucesos.

La Ley Calles y las reformas al código penal
El acto persecutorio definitivo lo constituyó la promulgación de “las reformas al Código Penal”, también llamadas “Ley Calles”, decretadas el 14 de junio de 1926 y que se pondría en ejecución el 31 del mismo mes.
Esta ley, expedida bajo el número 515, establecía graves sanciones a los infractores de los artículos 3, 5, 24, 27 y 130 de la Constitución. Consta de 33 artículos ordenados contra la Iglesia.

Se puede ver un resumen más completo en “Nota-Epílogo” en la obra de Víctor López Díaz.
Los delitos penados son: ejercer actos de culto sin ser de nacionalidad mexicana; enseñar religión en la escuela primaria aunque sea escuela particular; que un ministro de culto abra escuela o enseñe en ella; establecer escuelas primarias particulares no sujetas a vigilancia oficial; comentarios de asuntos políticos hechos por prensa religiosa; realizar actos religiosos fuera de los templos, usar fuera de los templos sotana o hábito religioso; entre otros.

Por está “Ley Calles”, no sólo prohibía a los sacerdotes extranjeros ejercer el ministerio, sino también a los nacidos en México se les ponía trabas, siendo éstos últimos los aceptados por la constitución. Determinaba esta “Reforma al Código Penal”, que las autoridades de los estados debían indicar el número de ministros de culto, según las necesidades locales. Por consiguiente, todo el clero debía registrarse y luego esperar la aprobación de la autoridad civil para ejercer su ministerio.
Los sacerdotes eran sujetos en su ejercicio sacerdotal al parecer del Gobierno. Para el cumplimiento de esta disposición, se ordenaba que todos los templos se pusieran bajo la vigilancia de una junta de vecinos que haría cumplir las anteriores disposiciones. La misma autoridad civil podía substraerlos del servicio según les pareciera.

Ciertamente, las anteriores disposiciones hacían imposible la vida de la Iglesia. Con ellas se hacía inútil la presencia del Obispo; él también tenía que esperar la aprobación de un sacerdote por la autoridad civil para destinarlo como responsable de una comunidad católica. No se necesitaba la Jerarquía. La Iglesia se desfiguraba, es decir, se destruía.
Reacción de los Obispos
Frente a situación tan difícil el Episcopado Mexicano se veía precisado a tomar alguna decisión extrema. Las protestas quedaban en el aire sin que el gobierno las tomara en cuenta, a no ser para presionar más. El Arzobispo de Morelia protestó contra el cierre de escuelas y nadie hizo caso. El Obispo de Tacámbaro levantó la voz al clausurarse su Seminario, tampoco se atendió. Todo el Episcopado mandó una carta pastoral colectiva, haciendo ver a los fieles los injustos procedimientos del gobierno contra sacerdotes extranjeros y escuelas particulares, y orientándolos frente a la situación persecutoria de la Iglesia; tenía fecha de 21 de abril de 1926. El gobierno se enfureció y la carta fue denunciada a la autoridad judicial, lo mismo que hicieron los diarios y periódicos que la publicaron. Se consideraba criminal. El gobierno de ninguna manera tomó en cuenta su verdadero contenido.
La carta pastoral colectiva

28Ahora había que tomar algún camino más presionante que la sola protesta o las solas palabras. Con autorización del Santo Padre Pio xi, el camino que encontraron los Obispos Mexicanos para protestar fue la suspensión del culto público. Con una nueva Carta Pastoral Colectiva, los Obispos Mexicanos comunicaron, al pueblo fiel, la decisión tomada. Se firmó el 25 de julio de 1926, cinco días antes de que entrara en vigor la Ley Calles, misma fecha asignada para iniciar la suspensión de cultos.

29Vamos a citar algunos párrafos de esta Carta Pastoral Colectiva:
Ante la Humanidad civilizada, ante la Patria y ante la historia, protestamos contra ese decreto. Contando con el favor de Dios y con vuestra ayuda, trabajaremos para que ese Decreto y los artículos antirreligiosos de la constitución sean reformados y no cejaremos hasta haberlo conseguido...”.

“En la imposibilidad de continuar ejerciendo el ministerio sacerdotal sagrado según las condiciones impuestas por el Decreto citado, después de haber consultado a Nuestro Santísimo Padre, Su Santidad Pio xi, y obteniendo su aprobación, ordenamos que desde el día treinta y uno de julio del presente año, hasta que dispongamos otra cosa, se suspende en todos los templos de la República el culto público que exija la intervención del sacerdote”.

“Os advertimos, amados hijos, que no se trata de imponeros la gravísima pena del entredicho; sino de emplear el único medio de que disponemos al presente, para manifestar nuestra inconformidad con los artículos antirreligiosos de la Constitución y las leyes que los sancionan”.

33“No se cerrarán los templos, para que los fieles prosigan haciendo oración en ellos. Los sacerdotes encargados de ellos se retirarán de los mismos, para eximirse de las penas que les impone el Decreto del Ejecutivo, quedando por lo mismo exento de dar el aviso que exige la ley”.

“Dejamos los templos al cuidado de los fieles, y estamos seguros que ellos conservarán con toda solicitud los santuarios que heredaron de sus mayores, o los que, a costa de sacrificios, construyeron y consagraron ellos mismos para adorar a Dios”.

“...Doloroso es por demás para nuestro paternal corazón, vernos obligados a tomar disposiciones tan graves, de las cuales asumimos la exclusiva responsabilidad. Más, por lo dicho hasta aquí, comprenderéis que no podemos observar otra línea de conducta. Fiad en nosotros, amados hijos, como nosotros fiamos en vuestra lealtad inquebrantable, y todos confiamos en Dios”.

La suspensión de cultos
Todos los sacerdotes obedecieron la determinación de sus Obispos. El 31 de julio de 1926, por primera vez en México, después de más de cuatrocientos años, se suspendió el culto público en todos los templos del país. Los sagrarios se quedaron vacíos; los templos desolados sin sacerdotes. Se sentía y vivía un duelo nacional, puesto que más del noventa por ciento de la población era católica. El domingo primero de agosto no se celebraron misas en todo el país.

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