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martes, 15 de mayo de 2018
El voto útil y el sepulturero
Jaime Sánchez Susarrey
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No se puede derrotar a AMLO sin el voto útil; aunque es condición necesaria, no es suficiente. Además, ambos candidatos tienen dificultades en esa materia. Anaya, por las afinidades electivas entre priistas y López Obrador. Meade, porque es percibido como el personero de la continuidad.
De cualquier modo, a como están las encuestas, Anaya es quien podrá, como ya lo está haciendo, solicitar el voto útil, con un argumento sencillo, pero cierto: soy el mejor posicionado para enfrentar a López Obrador.
En el caso de Margarita Zavala, las afinidades con Anaya –a pesar de las contradicciones y resentimientos– parecen ser determinantes. De entrada, porque el candidato de Por México al Frente se ha posicionado en el segundo sitio. Y además, porque ella y Felipe Calderón sí perciben a López Obrador como un peligro. A lo que se suma la corriente de empresarios que trabajan por el voto útil y la alientan a dar ese paso.
Pero respecto de los priistas y simpatizantes del PRI, Anaya no puede solicitar el voto útil sin darle contenido a la propuesta. No basta decir que es el único que le puede ganar a AMLO, sino debe argumentar por qué es fundamental impedir que llegue al poder.
Anaya, de hecho, se anula solo en su propuesta. La campaña negativa y la definición de AMLO como un peligro deberían haber sido el contenido del voto útil. O, dicho de otro modo, para que el voto útil fluya, tiene que darse un factor elemental: López Obrador debe ser percibido como el mal mayor a evitar.
Pensar que el voto útil se puede conseguir por mera confrontación de propuestas, con el argumento que el programa de Anaya es más consistente que el de López Obrador, es una candidez.
Joseph Schumpeter advertía que el sufragio no es estrictamente racional. A diferencia del individuo que compra una casa o un automóvil, evaluando costos y beneficios, el elector no tiene una percepción directa y cuantificable de lo que implica su voto por A o B.
Por otra parte, si Anaya supone que su sola convocatoria, sin pasar por entendimientos de facto con Peña Nieto y Meade, en ese orden, puede allegarle el voto útil priista, se equivoca. Para atraerlo debe: 1) bajar los ataques sistemáticos contra EPN; 2) poner énfasis que, a diferencia de López Obrador, dará continuidad y profundidad al programa de reformas; 3) advertir que la victoria de AMLO tendrá como consecuencia natural e inevitable, el desfondamiento del PRI y su desaparición.
Porque sólo un ingenuo puede suponer que la llegada de López Obrador a la presidencia no se traducirá en una estrategia de cooptación de gobernadores, senadores, diputados y militantes priistas. Y sólo una ingenuidad aún mayor puede afirmar que habrá diques y lealtades que evitarán el colapso del PRI.
Los priistas llevan en su ADN muchas de las imágenes y propuestas de López Obrador. La creencia en la intervención del Estado, la disciplina y lealtad al presidente de la República y, soterradamente, la condenación de las reformas económicas y políticas que se impulsaron desde 1982.
El punto es que no hay antídoto capaz de impedir el colapso del PRI si López Obrador gana la presidencia. Porque, más allá de si AMLO representa un peligro para México –cosa que Anaya no cree o se abstiene de decir–, es un hecho que su victoria es veneno puro para el tricolor.
A final de cuentas, Peña Nieto debe ser confrontado con varios hechos. The Economist, en el célebre artículo que señaló "no entiende que no entiende", advirtió que el corolario de la corrupción sería el ascenso del populismo, es decir, de López Obrador. Y, obviamente, no se equivocó.
Pero no sólo eso. La elección de Meade y la estrategia de golpear a Anaya para que el candidato del PRI se posicionara en el segundo sitio, fue un estruendoso disparate. El tiro salió por la culata: potenció la campaña de López Obrador y acabó de pavimentarle el camino hacia Los Pinos.
De forma tal, que más allá del fracaso de su gobierno, Peña Nieto debe escoger si quiere pasar a la historia como el presidente que consumó la segunda generación de reformas o como el sepulturero de todo el proceso de cambio estructural y del PRI, mediante el impulso sistemático de López Obrador a la presidencia de la República.
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