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lunes, 17 de abril de 2017
¡Magnicidios…¡ ¿que nadie olvida?
Los asesinatos de Obregón, Emiliano Zapata, Francisco Villa Manlio Fabio Altamirano, Trotsky, Alfredo Zárate, Eugenio Garza, Posadas Ocampo, Colosio y Ruiz Massieu
Emiliano Zapa y Álvaro Obregón
Luis Donaldo Colosio
León Trsoky
Cardenal Juan Jesús Posadas
Francisco Ruiz Massieu
Ilustración: Emmanuel Urueta
El Manco de Celaya
Así de poderoso fue Obregón como expresidente y, al mismo tiempo, como candidato. La voz popular no podía ser más explícita. Sin embargo, el hombre propone, pero no siempre dispone. La pistola de José de León Toral consagró y consolidó el lema de la Revolución Mexicana. No reelección. Pero, también, en ocasiones he pensado si, aún sin Toral, ¿la planeada alternancia hubiera sobrevivido? Tengo mis dudas. Trataré de explicarme con el mayor respeto, ante una personal hipótesis imaginaria.
Yo soy de los que creen, y hay muchos que me acompañan en esta creencia, que Álvaro Obregón era insaciable de poder y era insaciable de sangre. Le gustaba mandar y le gustaba matar. Ambos ejercicios no los hacía por obligación ineludible sino, además, por placer insustituible. Tarde o temprano, y yo creo que temprano, hubiera matado a Calles. Estoy seguro que, en esto, no me contradirían Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Francisco Villa, Francisco Serrano y otros 50 jefes revolucionarios asesinados por orden de Álvaro Obregón, ese “Aquiles mexicano” que nunca fue derrotado ni en la política ni en la guerra.
En efecto, Obregón siempre estuvo del lado de la victoria. Se puso del lado de Madero y triunfó. Se puso del lado de Carranza y triunfó. Venció a Huerta. Venció a Villa. Venció a Carranza. Mató a todos los que le estorbaban. Ganó las dos elecciones presidenciales en las que contendió. Nadie le ganó una partida política ni una batalla militar. Como Aquiles, sólo tuvo un talón vulnerable y ése fue encontrado en el banquete de La Bombilla, el 17 de julio de 1928.
Así, llegamos al magnicidio en La Bombilla. Como todos los magnicidios, ha estado rodeado de misterios, de suposiciones y de rumores, desde un principio. Un refrán norteamericano decía que los rumores sobre el asesinato de Kennedy pusieron fin a los rumores sobre el asesinato de Lincoln, cometido casi cien años antes, pero todavía no acallado para entonces.
Casi de inmediato, los ojos y los dedos voltearon para señalar a Calles como el autor intelectual. Las novelas de Agatha Christie decían que el primer sospechoso es el beneficiario del asesinato. Y no cabe duda de que, si hubo un solo beneficiado por el asesinato de Obregón, ese fue Plutarco Elías Calles. Aclaro que yo no creo en esa máxima de la famosa novelista. Los hijos somos los beneficiarios de la herencia de nuestros padres y no por eso somos parricidas.
Pero la voz popular comenzó a circular en forma de guasa. Un famoso y legendario chiste preguntaba: “¿Quién mató a Obregón?” y la respuesta era “cálles-e, señor, y pórtes-e bien”, insinuando a Calles y a Portes Gil.
Por eso, Calles tuvo que actuar de inmediato para salvar su paso histórico. Sobre todo porque los principales suspicaces eran los propios integrantes del inner circle de Obregón. Tomó tres medidas plenas de genialidad política. La primera fue que sacó a sus colaboradores de la investigación del crimen y pidió a los obregonistas que le sugirieran a quienes designara como jefe de la policía capitalina y como responsable de la fiscalía. Los requeridos aceptaron y, por lo tanto, se comprometieron con los resultados. La policía se le encargó a Antonio Ríos Zertuche y la fiscalía a Ezequiel Padilla.
La segunda fue que el interinato presidencial no recayera en ningún callista de primer orden. Es decir, que el callismo no medrara con el vacío presidencial provocado por la muerte de Obregón. Apartó las ilusiones de Luis Morones, de Aarón Sáenz o de Gonzalo Santos y abrazó la designación del abogado gobernador de Tamaulipas, Emilio Portes Gil, hombre casi sin grupo y sin filiación.
La tercera fue que, con estas dos medidas, dejaba acreditado su poder ilimitado.
La investigación y el proceso dejaron en claro que José de León Toral actuó incitado por autores intelectuales incrustados en la estructura cristera y en complicidad con personas como la llamada “Madre Conchita”. Sobre este punto no abundo porque, hoy en día, hay quienes consideran que la Cristiada fue una guerra religiosa y yo creo que fue una guerra política. Que no se peleaban por un dios, sino por un poder o por un dinero. Hay quienes consideran que los cristeros eran santos y los revolucionarios eran demonios. Me exijo respeto para los que así piensan y exijo respeto para mi pensamiento. A mí me gusta discutir sobre la historia y sobre la política, pero nunca discuto sobre la religión.
Por otra parte, de manera más reciente, algunas plumas tan serias, como la de Francisco Martín Moreno, nos dicen que Obregón no recibió tan sólo las balas de León Toral, sino muchas más, provenientes de distintas armas. No me suena ilógico. El propio Calles consideró que era un banquete riesgoso. Guanajuato era una de las dos más importantes cunas del cristerismo. Por eso, Obregón decidió reunirse con la diputación guanajuatense antes que con otra. Para distinguirla, por lo menos en precedencia. Me imagino que fue en son de paz.
Esa mañana, Calles lo previno de no ir. Le dijo que los de Guanajuato eran fanáticos y peligrosos. Lo invitó a comer y lo trató de seducir con una “cabrería” que le había llegado de Sonora y que era de nivel presidencial. Que en el nivel presidencial sólo estaban ellos dos. Obregón desestimó los temores de Calles.
Sin embargo, pasó lo que pasó. No está en los anales ni yo creo que el asesino haya actuado en concierto previo con los diputados. Pero pudo suceder que, una vez iniciado el zafarrancho, los anfitriones aprovecharan la oportunidad de rematar al invitado. En aquellos tiempos, en un ágape en el que hubiera 50 comensales y 30 meseros, había 80 pistolas. Para la fiscalía era sensato señalar al asesino indubitable. Los demás significaban una carga innecesaria y, como abogado, diría que estúpida. Lo mismo pasó con Lincoln, con Kennedy y, algunos dicen, que con Colosio.
El Café de Tacuba
Manlio Fabio Altamirano, gobernador electo de Veracruz cayó, abatido por balas asesinas, en el Café de Tacuba de la Ciudad de México, el 25 de junio de 1936. Su lugar fue ocupado por Miguel Alemán quien, de esta manera, entraría a la política de primera línea y llegaría hasta la Presidencia de la República para ser el primer gobernante civil del periodo post-revolucionario y un factor determinante en la transformación y modernización de México.
Las razones de este asesinato provienen de Veracruz y se dice que también de allá provino el contrato homicida. Altamirano había seguido en su campaña electoral un discurso agrario muy favorecedor de los futuros repartos de haciendas. Más aún, había señalado ya a algunas fincas a las que afectaría tan pronto llegara al poder. Mala táctica la de amenazar a destiempo.
De Moscú a Coyoacán
El 21 de agosto de 1940 fue asesinado el importante político soviético asilado en México, León Trotsky. El lugar, su propia casa de Coyoacán. Su victimario, Ramón Mercader. Las causas, la mano larga de José Stalin.
Pero muy interesante es la personalidad del asesino. Mercader fue un hombre hijo de españoles. Su padre, un próspero y rico industrial. Su madre, una comunista fanática. Ella misma urde la explosión por dinamita de la fábrica del marido y seduce la ideología del hijo, quien es preparado para este homicidio, durante muchos años, en la Unión Soviética.
Mercader estratégicamente se hace conocido de la secretaria de Trotsky, en unas vacaciones europeas de ésta. Se finge empresario belga y deseoso de invertir en México. También se finge enamorado de ella, según se dice poco agraciada y, según Mercader, hasta maloliente.
El falso enamorado la persigue hasta México. Ella le ofrece presentarlo con su jefe, pero él fingidamente rehúye. A diario la lleva y la recoge en la casa donde trabaja. Allí, se va haciendo de confianza de la escolta personal de Trotsky. Por fin son presentados y entablan cierta amistad, no sin la desconfianza del ruso, a quien, entre otras cosas, sus conocimientos de idiomas y de acentos le indican que Mercader no es belga ni el francés es su lengua materna.
Por fin, el día fatal, Mercader utiliza un piolet que traía escondido y lo hunde en el cráneo de su víctima. Pensaba que su muerte o su agonía serían en silencio y podría huir. Ya su madre y el amante de ésta lo esperaban en la esquina con boletos para salir del país. Pero el herido activa la alarma secreta de su escritorio, entran los guardias y el atacante es detenido.
Se le codena a prisión de 19 años, lo cual es muy breve. La política internacional se movió. Mercader recibió grandes honores soviéticos y hoy está enterrado en el Kremlin, en Moscú.
El Grupo Atlacomulco
El 8 de marzo de 1942, en un banquete en Toluca, fue asesinado el gobernador Alfredo Zárate Albarrán. Para ocupar la gubernatura y con el fin de pacificar al Estado de México, que vivía una ola incontenible de violencia caciquil, fue designado Isidro Fabela, fundador del mítico Grupo Atlacomulco, llamado así por ser éste su pueblo natal y por haber incorporado a su gobierno a muchos de sus coterráneos.
Era Fabela un prestigiado diplomático y jurista, hombre culto y de buenas maneras y, desde luego, buen político, pero alejado del Estado de México y de sus conocencias. Para subsanar ese déficit tuvo el buen tino de rodearse de políticos locales bien informados, bien identificados y buenos operadores. Así, se volvió el líder, protector e impulsor de jóvenes políticos como Alfredo del Mazo, padre, y Adolfo López Mateos, y de muy jóvenes estudiantes, como Carlos Hank González.
Isidro Fabela logró introducir al pueblo mexiquense en un escenario de concordia y de trabajo. Fundó los cimientos de su desarrollo económico, promovió su mejoría social y posibilitó su perfeccionamiento político. Pero, junto a ello, hay quienes tenemos la hipótesis de que la fecunda gestión de Fabela dejó en claro que los mexicanos estábamos ya preparados para arribar a los gobiernos civilistas. Que México podía ser gobernado por esa clase formada por universitarios de visión humanista y de conciencia universalista.
Quizá sin Fabela el tránsito hacia el civilismo, que se inicia con la Presidencia de Alemán, se hubiese retrasado hasta cuatro décadas, como en muchas regiones latinoamericanas.
Magnicidio en Monterrey
El 17 de septiembre de 1973 murió Eugenio Garza Sada, magnate y filántropo regiomontano. El suceso se dio en Monterrey y fue la consecuencia de un intento de secuestro que culminó en asesinato.
La responsabilidad fue de un comando de la Liga Comunista 23 de septiembre. A su sepelio acudieron 50 mil personas y este hecho provocó un distanciamiento entre la cúpula empresarial regiomontana y el gobierno presidido por Luis Echeverría.
Muerte en la catedral
El 24 de mayo de 1993, en las afueras del aeropuerto de Guadalajara, fue asesinado el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.
Su muerte fue una de las grandes incógnitas de ese momento. Hubo quienes dijeron que había sido confundido con narcotraficantes. Más tarde, se dijo que fueron los narcotraficantes quienes lo ultimaron. Una versión señaló que fue un encuentro entre bandas, donde Posadas quedó atrapado en medio de un fuego cruzado. Pero hubo hasta versiones muy temerarias que sostenían que el prelado sabía demasiado y que eso no resultaba conveniente para todos.
La autoridad investigadora concluyó que el responsable fue el ahora célebre Joaquín Guzmán Loera, más conocido por sus amigos como El Chapo.
El año que vivimos en peligro
Así pues, hasta los días 23 de marzo y 28 de septiembre, ambos de 1994. Esos días se dieron los crímenes cometidos en contra de Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Ma-ssieu, que nos acarrearon dolor, vergüenza, incertidumbre y desconfianza.
Luis Donaldo Colosio fue asesinado en un mitin electoral en Tijuana, a la vista de miles y hasta televisado. Su asesino, un tal Mario Aburto. La voz popular no encontró similitud fisonómica entre el asesino detenido por la multitud y el procesado ante los tribunales. Aquél parecía un idiota improvisado, como José de León Toral. Éste, parecía un guerrero acondicionado, como Ramón Mercader.
José Francisco Ruiz Massieu fue asesinado en la Ciudad de México, después de una asamblea con diputados electos. Él mismo era el ya líder del inminente Congreso de la Unión y, se dice, unas semanas después se convertiría en el secretario de Gobernación del nuevo régimen. Casi nadie hubiera dudado de que, desde allí, se convirtiera en el Presidente sucesor en la siguiente elección. Su asesino, Daniel Aguilar Treviño, casi no sabía ni articular palabras.
No abundo más en estos magnicidios porque, a diferencia de muchos de los anteriores, ya tocaron en nuestro tiempo y están en nuestra memoria. No tiene caso recordar lo que nadie ha podido olvidar.
Si, como ha dicho alguno, la segunda fue consecuencia de la primera. Si fueron hechos aislados e inconexos. Si el primero fue obra de un solitario asesino o producto de una conspiración. Si sabremos algún día lo que hay detrás o triunfará la pura conjetura, sólo los tiempos futuros nos lo resolverán.
*Presidente de la Academia Nacional, A. C
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